Opinión

El retorno de Iván, el Terrible

Desde que fue despedido, sin demasiado honor, por el presidente del Gobierno -ya sabemos cómo se las gasta- Iván Redondo, el hombre sobre el que pivotó toda la acción sanchista durante tres años, amenaza con volver.

¿Dónde? ¿Al Gobierno? No. Tras su cese, se fue hasta su guipuzcoana tierra natal a redactar unas cuartillas con la memoria en ristre que estas cosas hay que cogerlas en caliente. Ignoro lo que habrá finalmente tabulado el gran gurú monclovita, que las penas con pan son menos.

Su silencio sólo lo rompe con aquellos que gozan de su confianza, es decir, con aquellos que le han bailado el agua y le consideran un genio sin paliativo alguno, mientras algunas lupas que no controla ponen el acento en los dineros que según determinados investigadores han llegado o están por llegar a las cuentas de una sociedad creada antes de estar en el machito.

Dicen que tiene en mente abrir un gran despacho en Washington desde el que ofrecer sus servicios a países iberoamericanos y a determinadas empresas con intereses en la todavía primera potencia del mundo. Tengo mis dudas. Allí no le conoce ni el ujier que abre la puerta de la Cámara de Representantes a Nacy Pelosi. Apostaría más bien por cuartel general en México o, si se me apura, en Miami, que no deja de ser la nueva capital del mundo de habla hispana.

Redondo es muy joven y tiene experiencia. Tendrá mucho cuidado en que nadie ponga en su boca algo que pueda molestar a su ex jefe. Conoce el percal. En todo caso, vehiculará sus pareceres por persona interpuesta. Tengo alguna información respecto a qué piensa reaparecer a no tardar mucho en un programa televisivo relativamente renombrado que no controlan los grandes canales.

En cualquier caso, Iván debe a los españoles -que son al fin y a la postre los que durante tres años le han pagado y sufragado sus no pocos gastos-alguna explicación; e incluso en ese ejercicio podría intentar excitar sus emociones, algo que le resulta tan caro.

Yo escribí y publiqué un libro crítico que todavía está en vigor. Ello, sin embargo, no me permite maximalismos porque dejó su impronta (tan particular) en tres abigarrados e inquietantes años de la historia reciente de España.