Opinión

¿Presidente o ridículo cazautógrafos?

Llevarse bien con los Estados Unidos es lo lógico, lo sensato y lo más práctico si eres un país occidental. Es prácticamente una obligación. Llevarse mal, y no digamos chulearles, es del género más tonto que pueda haber. Una buena relación redundará en inversiones estadounidenses en tu país, una mala degenerará en que acabes siendo una nación del montón, por no decir pobre o en decadencia. Todos los presidentes de la democracia, apadrinados por un Juan Carlos I que siempre ha hablado de tú a tú a los inquilinos de la Casa Blanca, optaron por el primer camino por perogrullescas razones. El primero fue Suárez, que en 1980 recibió por todo lo alto a Jimmy Carter, alias El Breve, más tarde le tocó el turno a Felipe González, que tras el fervor antiOTAN se cayó del caballo y agasajó en 1985 a un Ronald Reagan en su plenitud, eso sí, con el plantón oficial del a la sazón vicepresidente, Alfonso Guerra. El primer ministro que más tiempo ha ocupado el cargo repitió con George H. Bush y con Bill Clinton.

De José María Aznar contaré poco porque se sabe todo o casi todo. En lugar de felicitarle por mantener un trato privilegiado con George W. Bush, la izquierda le puso sistemáticamente a parir por su cercanía con el republicano. No todos los días un presidente estadounidense recibe a un primer ministro español en su casa, en este caso en el rancho texano de Crawford. Por no hablar de esa foto de las Azores con Bush, Blair y Durâo Barroso, que nos situó por primera vez en ese eje trasatlántico que es la primera división mundial. Un protagonismo que, entre otras cosas, permitió que las empresas españoles se transformasen en multinacionales y entrasen como Pedro por su casa en una Iberoamérica hasta entonces cuasimonopolizada por las gigantes estadounidenses.

Todo se torció cuando el descerebrado de José Luis Rodríguez Zapatero hizo el mayor feo institucional posible: no levantarse al paso de la bandera de las barras y las estrellas en el desfile militar del Día de la Hispanidad en 2003, siendo aún tan sólo secretario general del PSOE. Aquella chulería, que representó una ofensa a todo el pueblo estadounidense, nos salió muy cara a partir de marzo de 2004, cuando contra todo pronóstico venció en las generales celebradas tres días después de los terribles atentados del 11-M. Estados Unidos tomó nota y Bush no le recibió jamás cara a cara. La única cita tuvo lugar en un encuentro del G20 en la Casa Blanca. Barack Obama sí le dispensó el trato habitual a los líderes occidentales con la foto de rigor frente a la chimenea del Despacho Oval.

El pacto de Sánchez con Podemos le convierte a ojos de Estados Unidos en un bulto sospechoso más que en un aliado de fiar 

Rajoy, reconocido atlantista, nada dudoso de fobias antiyanquis, tipo serio donde los haya, tuvo ocasión de reunirse tanto con el primer presidente afroamericano de los Estados Unidos como con Donald Trump. Lo normal en un país que es miembro de postín de la OTAN, que acoge dos importantes bases estadounidenses (la naval de Rota y la aérea de Morón de la Frontera) y que mantiene fortísimos lazos comerciales con el primo de Zumosol del orbe. Pedro Sánchez es en esto, como en prácticamente todo, una copia cutre del que pensábamos inempeorable Zapatero. Su pacto con la filial europea del Partido Socialista Unificado de Venezuela de Chávez y Maduro, Podemos, le convierte en un bulto sospechoso más que en un aliado de fiar.

Los vínculos de los socios de Sánchez con los machacas podemitas de la narcodictadura venezolana, perseguida por la DEA, la Fiscalía General de los EEUU, el FinCEM y el FBI, no son el único motivo del castigo de la Casa Blanca a Pedro Sánchez. Tampoco podemos olvidar que la teocracia iraní, seguramente el primer país en la lista negra de Washington, financió a Podemos en sus prolegómenos, las tertulias de Pablo Iglesias y hasta el móvil personal del coletudo descoletado. En esto de perseguir a los malos-malísimos del mundo-mundial no hay distinción entre republicanos y demócratas, ahí todas las administraciones son una piña.

No entiendo, pues, cómo Pedro Sánchez y los periodistas de cámara de Redondete se escandalizan de que Joe Biden, al que loaban como si las elecciones presidenciales de noviembre las hubieran ganado el PSOE y Podemos en lugar del septuagenario senador, no les haga ni puñetero caso. Al punto que ha telefoneado a 30 mandatarios internacionales desde su aterrizaje en la Casa Blanca en enero, entre los cuales no se encuentra el actual inquilino de La Moncloa. El cabreo sideral con el Gobierno socialcomunista es tal que a estas alturas, cuando han pasado casi cinco meses desde la toma de posesión del demócrata, tampoco ha designado embajador en España. Estas cuestiones formales son el síntoma de un problemón que no parece vaya a solventarse con bufonadas como la del lunes en la Cumbre de la OTAN en Bruselas.

Sólo un presidente de quinta, un ADN ridículo como el Pedro Sánchez, es capaz de montar un espectáculo semejante. Eso de colarse como un vulgar cazautógrafos en el minirrecorrido de Biden por el cuartel general de la OTAN en Haren es una actuación que certifica que no está cualificado para el puesto que ocupa. Vamos, que le queda tres o cuatro tallas grande. Su carrerita para ponerse a la par del mandatario e intentar hacer ver que eran coleguitas de toda la vida parecía extraída de una película de Torrente o de un sketch del genio del humor, José Mota. La displicencia de Biden con nuestro presidentillo, al que no miró de frente y del que se despidió como lo haría de cualquier pesado, si es que se despidió, que eso tampoco se adivina con claridad en las imágenes, es sencillamente antológica.

Cómo será de heavy el papelón que hasta al gubernamentalísimo y embusterosísimo El País no le quedó otra que poner a caer de un burro al presidente del Gobierno, calificando la “reunión bilateral” de 29 segundos de “fiasco”. Llovía sobre mojado: tanto ese diario como el resto de satélites periodísticos se habían tragado la enésima trola de Iván Redondo. As usual. El problema es que ésta era muy gorda y tenía las patas cortísimas. Claro que tanto ellos como el resto de medios socialpodemitas habían jurado y perjurado en las jornadas previas que en Bruselas se produciría el “primer encuentro” entre el hombre más poderoso del mundo y Sánchez. “Van a conocerse y hablar, Sánchez tendrá hilo directo con el presidente norteamericano tras la entrevista”, avanzaron, palabra arriba, palabra abajo, los periodistas de cámara.

Nuestra relevancia en el concierto internacional sufre desde la llegada de Sánchez a La Moncloa una jibarización imparable

No sé si fue una patraña pactada o, simplemente, es que se tragaron inocentemente la milonga. Sean churras, resulten merinas, una cosa está clara: el nivel crítico de los medios españoles nos aproxima cada día más al de naciones bananeras y nos aleja de esa prensa británica, alemana o estadounidense que pone permanentemente todo en tela de juicio. Pero esta opereta bufa trae consigo otra moraleja tanto más grave: nuestra relevancia en el concierto internacional sufre de 2018 a esta parte una jibarización imparable.

Que no pintamos un carajo lo demuestra el hecho de que, por muchas fantasías que nos suelte Redondete, EEUU se puso del lado de Marruecos tras la infame invasión de Ceuta. Y lo ratifica la incontrovertible circunstancia de que para hablar con Biden nuestro presidente tenga que protagonizar el más espantoso de los papelones. Y eso que el malo era Trump… Comparémonos con Portugal que, con casi cinco veces menos población, cuenta con todo un secretario general de la ONU, António Guterres. El elenco de portugueses planetarios prosigue con Mário Centeno, hasta hace un año presidente del Eurogrupo, cargo que no pudo ocupar Nadia Calviño porque pasan de nosotros en los grandes centros de poder mundiales por culpa de un Ejecutivo que no les merece el más mínimo crédito. Otro que tal baila es Durâo Barroso, número 1 de la Comisión Europea durante una década, el mismo que ahora ostenta la Presidencia no ejecutiva del banco de inversión más poderoso del mundo, Goldman Sachs.

Somos unos parias. Y eso redunda en la espantada de unos inversores internacionales que, en lugar de apostar por el Reino de España, optan por irse por donde han venido ante la presencia del comunismo más bestia de Europa en el Consejo de Ministros, la voracidad fiscal del Gobierno, la animadversión al gran capital y el guirigay legislativo que existe en un país como el nuestro dividido en 17 miniestados. Lo del cazautógrafos con Biden en Bruselas es una anécdota lamentable pero que refleja la categoría de un estado de cosas que revela que, en política internacional, como en tantos otros apartados, cualquier tiempo pasado fue mejor. Pongo punto y final con un ejemplo demoledor: Obama recibió a Rajoy en la Casa Blanca en 2014 durante una hora, es decir, 122 veces más tiempo que el que consumió la no-reunión Biden-Sánchez. Es lo que sucede cuando exhibes malas compañías, eres un mentiroso compulsivo y padeces una megalomanía que deja a un emperador romano reducido a la categoría de hombre discreto.