Monstruos en tiempos de pandemia
Todos tenemos un monstruo dentro; la diferencia es de grado, no de especie. La afirmación que Douglas Preston recoge en el libro El Monstruo de Florencia, no hace sino poner de manifiesto que todas las personas son ontológicamente capaces de hacer el mal, entendido como el comportamiento humano que se considera perjudicial, destructivo o inmoral.
Lo más importante, y más esperanzador, en esa realidad (que no deja de ser lo mismo que la naturaleza pecadora del hombre que refiere el cristianismo) es la existencia de la gradación, siendo que una gran mayoría de las personas conviven con monstruos que, aunque parecen aparatosos, son mansos, ligeros, manejables, del tipo del Sulley de Pixar. Sin embargo, es en las situaciones difíciles, en los momentos de peligro, en tiempo de avatares cuando más se evidencia que todo el mundo es capaz de sacar lo peor de sí mismo; y esto es lo que está ocurriendo con la pandemia, que no hace sino ponernos en el panel de la actualidad de cada semana las conductas más deshonestas, más indignas, más indecentes.
Ya no se trata solamente de los políticos que, como llegan al poder con servidumbres ocultas y con inconfesables intereses, se ven obligados a alimentar a sus monstruos en muchas de sus actuaciones; todo el mundo puede ser sujeto activo de estos comportamientos, siendo que para identificarlos se puede seguir el orden alfabético.
Por la A repite el de Alberto Garzón. El joven comunista ya tenía acreditada su corta inteligencia y su larga incapacidad, pero todavía tiene que mostrarnos su bajo nivel de dignidad manteniéndose en un puesto sin contenido, sin atribuciones y, como se ve después de cada una de sus polémicas declaraciones, sin el apoyo de propios o ajenos.
Con la B de británico el mejor candidato de la semana es Boris Johnson. Desde luego que el tío ha demostrado mucha cara y poca empatía con sus compatriotas, a los que al final tuvo que confinar para reducir la disparada transmisión del virus; pero, con todas las mentiras que les ha contado sobre el Brexit, que le pasen factura por ocultar los saraos de Downing Street se asemeja a lo de detener a Al Capone por falsear las cuentas. Por otro lado, y puestos a ser frívolos, es posible que entendiera que, dada la condición valetudinaria del heredero, es motivo de celebración el que vaya corriendo el escalafón en la casa de los Windsor.
Para la C el monstruo de la semana es el de Calviño, que ha empezado el año demostrándonos que la indecencia y la impostura intelectual se contagian más que el Covid. Ella, que parecía el reservorio de cordura dentro del Gobierno, se ha hecho definitivamente cómplice de los latrocinios comunistoides y esta semana hasta ha llegado a defender con vergonzantes argumentos el injusto reparto de los fondos europeos. Tu quoque, Brute, fili mi?
Djokovic es sin duda el ejemplo para la letra D. Después de lo ocurrido estos últimos días en Australia nada se puede decir, a favor o en contra del tenista serbio, que no se haya ya dicho o escrito en cualquier lugar del mundo. Uno se pregunta si estos deportistas desarrollan estas personalidades egocéntricas como consecuencia de su inconmensurable fama o si es el venir con ellas de fábrica lo que les permite ser patológicamente competitivos.
Y así se podría continuar, letra a letra, semana a semana, porque entre nuestros políticos no nos van a faltar ejemplos de egolatría, injusticia, abusos, corrupción, mezquindad, deslealtad… Es fácil que para la letra S tengamos casi siempre un fijo en la quiniela con el narciso de Moncloa, y que lo vayamos a tener durante mucho tiempo, ya que, lamentablemente, las actuaciones monstruosas suelen salirle rentables. Pero no desesperemos, que siempre puede aparecer un halcón que le retire el visado para mentirnos, arruinarnos y traicionarnos.
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