El modélico Macron
Para la izquierda post-socialdemócrata europea, Macron vino a ser el nuevo “glamour” después de los años de Tony Blair. Por fin la izquierda francesa se quitaba de encima –o no tanto- el lastre socialista y reinventaba el centro. Los ángeles de la post-ideología custodiaron a Macron hasta el Elíseo en 2017; es decir, hace siglos. Pasó a ser un modelo para la izquierda no totalitaria y en todas partes hubo quien quiso hacer su Macron. Siempre ha sido asombroso el mimetismo ideológico e intelectual que genera Paris. Desde entonces, Macron ha aleccionado a medio mundo: creyó haber pastoreado a Trump, reinventó la defensa europea –en realidad, la Unión Europea-, quiso y no pudo con Putin, irritó más a Turquía, creyó tener la solución para los Balcanes, metió el dedo en el ojo de la OTAN, sentenció sobre Libia, ha querido aparejar los Estados Unidos con Irán, tuvo el empeño de meter en vereda a Bolsonaro y repoblar la selva amazónica.
Aspira a ser el príncipe-filósofo de Europa, el prodigio hiperactivo con soluciones teóricas para todo. Inicialmente, le asistió la paulatina retirada de Angela Merkel, hoy a punto de ser la segunda canciller con más permanencia en el poder: ha superado a Adenauer y solo le queda Kohl por delante. Mientras, Macron se ha ido alejando de la cautela política intentando aquellas reformas –el sistema de pensiones- que en repetidas ocasiones otros presidentes de la República proyectaron vanamente. Siempre han acabado cediendo a la presión del sindicalismo en la calle. En realidad, lo que no ha hecho la política francesa son las reformas necesarias para acotar el territorio sindicalista, como hizo Margaret Thatcher, con tanto éxito que transformó la economía británica. En el poder, Tony Blair no trastocó para nada los límites lógicos que Thatcher le había puesto al sindicalismo. La jubilación en Francia es a los 62 y, más aún, los sindicatos del sector público –una razón de más para privatizarlo- jubilan a sus afiliados con cincuenta años y pico. Al final, tras unas Navidades convulsas, Macron no ha contentado a nadie, ni tan siquiera al sindicalismo moderado. Es la vieja paradoja de una Francia rica y anquilosada. El príncipe-filósofo ha alimentado más la frustración. ¿Francia liderando Europa? Pero las normas del juego han cambiado. Y Macron tiene unos índices de popularidad bajo tierra. El modelo se tambalea.
Tal vez logre parchear la crisis pero cediendo. Previsiblemente, pasará el marrón a su primer ministro, Edouard Phillippe. De todos modos, la evidencia requiere que por ahora descanse en el afán de transformar Francia en superpotencia mundial. Algunos analistas subrayan que lo que pretende Macron no es reformar sino cambiar la naturaleza de Francia. En estos casos, siguen vigente los clásicos: “La mayor de todas las buenas prendas es la buena fortuna; la segunda, y no menos importante, tomar prudentes decisiones. Porque si falla este último requisito, falla también el primero”. Vale en Paris y en Madrid.
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