Los malos no descansan
Esta es una máxima que podríamos aplicar en todas las esferas de la vida. Ya sea en las relaciones personales, en las grupales o en las relaciones que denominamos “geoestratégicas” (aquéllas que determinan el destino de los países y de la propia civilización) es una constante que se repite a lo largo de la historia: quienes están decididos a hacer el mal y/o quienes no tienen ningún tipo de escrúpulos no descansan hasta conseguir sus objetivos. Ni descansan, ni dudan.
La “ventaja” de este tiempo respecto de otros momentos de la humanidad –pongamos el declive de Roma-, es que la comunicación inmediata y global nos permite ver con total nitidez y en tiempo real el desastre. El fracaso del bien y el triunfo del mal.
Quizá haya quien considere que es una excesiva simplificación por mi parte explicar las crisis actuales en términos del bien y del mal, que en cualquier confrontación entre modelos de sociedad existen zonas neutras, claro oscuros, que no todo es blanco o negro,»bueno» o «malo».
Es, precisamente, la época del relativismo en que vivimos la que explica el triunfo del mal con tanta asiduidad. No hay puntos intermedios, no hay claro oscuros en la actuación de los regímenes totalitarios como el de los talibanes o el castrismo. No hay claro oscuros en la actuación de los sátrapas que gobiernan en Venezuela o Nicaragua. No hay negociación posible, no existe punto intermedio entre el respeto de los derechos humanos y las libertades y la persecución y asesinato de los individuos que quieren disfrutar de los derechos propios de la civilización reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El relativismo social, la sociedad del “todo vale” para conseguir un objetivo (normalmente ideológico o de poder) hace que “olvidemos” los dramas tan pronto como dejan de aparecer en las pantallas de la televisión. Y lo que es un instrumento poderosísimo para concienciar a los ciudadanos respecto de los dramas humanos, respecto de los actos de los malos y las consecuencias que sufren los buenos (la imagen que se cuela en tu retina cuando te sientas frente a una pantalla) puede convertirse en un arma igualmente poderosa para que triunfe el mal.
Pongamos un par de ejemplos de máxima actualidad. Cuba, la lucha del pueblo masacrado en su defensa de una vida digna y en libertad, ha desaparecido de los informativos de televisión. Los centenares de marroquíes, muchos de ellos menores, que nos envió el rey de Marruecos en una planificada invasión y violación de nuestras fronteras, ha dejado de ser noticia. Y en cuanto Sánchez se haya sacado las suficientes fotos con refugiados, en cuanto no haya rentabilidad política para quienes nos gobiernan (que son los mismos que determinan lo que sale o deja de salir en la inmensa mayoría de medios de comunicación, divididos en públicos y concertados) Afganistán también dejará de ser noticia.
Pero los niños marroquíes seguirán secuestrados en España y alejados de sus familias, mientras lo más que nos servirán los medios al respecto será un debate interesado sobre qué hacer con ellos mientras olvidamos cómo y por qué llegaron a nuestro país.
Y en Cuba proseguirá la persecución de los ciudadanos que luchan por vivir con dignidad y en libertad.
Y en Afganistán, cuando ya no hablemos de ello, las mujeres desaparecerán del espacio público; y los hombres y las mujeres en general perderán las cuotas de libertad que consiguieron durante estos últimos veinte años. Y el régimen talibán proseguirá asesinando a aquellos que “colaboraron” con los países occidentales; y las universidades y las escuelas se vaciarán de niñas. Y la sharía será el código de derecho que determinará la conducta de los afganos, las normas que han de respetar, la moral, las cosas que pueden o no hacer, las reglas a las que atenerse, lo que está prohibido y/o lo permitido, la separación entre el bien y el mal. Y como ya han confirmado los talibanes nada más hacerse con el poder, será la interpretación más dogmática de la ley islámica , la que regirá todos los aspectos de la vida de todos los afganos.
Afganistán, como Cuba, Venezuela o Nicaragua desaparecerán de los informativos. Pero en esos países y en sus zonas de influencia los malos seguirán haciendo sufrir a los buenos. Lo ocurrido en Afganistán –lo que ya ha sucedido y lo que vendrá ahora- es el símbolo más reciente del fracaso de la civilización, sin ningún tipo de adjetivo geográfico. La civilización, caracterizada por su compromiso en la defensa de un modelo de vida que respete los derechos humanos y las libertades, ha fracasado una vez más porque “los buenos” desisten en cuanto sus cálculos cortoplacistas les indican que no es “rentable” invertir en la defensa de la democracia más allá de las fronteras de su propio país.
Los malos atesoran la virtud de la paciencia. Y tienen memoria, saben lo que harán los buenos porque el comportamiento viene repitiendo de forma inalterable a lo largo de la historia de la humanidad. El regreso de los talibanes al poder estaba sentenciado desde que Obama anunció que el despliegue de los aliados tenía fecha de caducidad y Trump rubricó la salida. Luego llegaría Biden acelerando de mala manera el proceso mientras Europa daba la espantada sin la más mínima dignidad ni disimulo. Pero la lección a extraer es que mientras todo eso ocurría, desde que Obama dio el primer aviso, los talibanes iban descontando el tiempo que les reataba hasta hacerse nuevamente con las riendas del país; y las potencias de la zona, desde Rusia hasta China, pasando por Irán iban preparando el momento para que todo volviera “a su ser”, a estar bajo su control.
Algunos dirán que “el mapa geoestratégico se ha movido”. Como si fuera una opción más, menos deseable que otras, pero una más. Ese despreciable relativismo que nos lleva a borrar a los seres humanos que sufren las consecuencias de ese “movimiento” es el que explica el fracaso de la civilización.
Pero, tranquilos, que pronto esas imágenes que nos emocionan y nos apelan dejarán de llegar a nuestras retinas. Todos tranquilos, que «nosotros» «estamos a salvo»… Una civilización está condenada al fracaso-cuando no a la desaparición- cuando coinciden en el tiempo la ignorancia de la sociedad en general y la falta de humanidad y de sentido político de sus dirigentes. Tengo para mí que estamos en ese crucial momento.
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