De la realidad virtual a la realidad hay un paso
Si Podemos continúa inoculando libremente el virus del odio en la sociedad española, el día menos pensado lamentaremos una desgracia. Como ocurrió con el Odiobús durante el pasado mes de abril, el videojuego Trama Wars vuelve a situar a personas honradas como Eduardo Inda, Felipe González, Juan Luis Cebrián, José María Aznar o Mariano Rajoy —entre otros— en el centro de la diana pública por el mero hecho de no pensar como ellos. Sujetos a que cualquier desaprensivo, con las vísceras inflamadas por el constante bombardeo propagandístico de los populistas, los agreda por la calle… o algo peor. Hasta entonces no surgirán los lamentos y ese «no puede volver a pasar» tan propio de nuestro país. Justo cuando no haya tiempo para acabar con tanto despropósito y recordemos cada una de las advertencias informativas en las que alertamos sobre lo que nunca habría que hacer —y permitir— en política.
Los señores de Podemos deben respetar a esa mayoría de ciudadanos españoles que están cansados de que la violencia ocupe el espacio de las ideas y la frivolidad se imponga al trabajo serio. Sería conveniente, por tanto, que la Justicia acabara con esta barra libre de barbaridades y les exigiera mayor ejemplaridad tanto dentro como fuera del Congreso. Con este tipo de campañas, en apariencia inocuas, los discípulos de Maduro en España —hacen lo mismo en la dictadura venezolana a través de la televisión— señalan a las personas citadas anteriormente como «enemigos de la sociedad» con el consiguiente peligro tanto para ellos como para sus familias. Una irresponsabilidad supina, además de una injusticia, que nos lleva a una pregunta insoslayable: ¿Los quieren matar realmente? En la realidad virtual está claro que sí.
De hecho, Pablo Iglesias atiza el fuego social con un lenguaje más propio de un matón de taberna que de un diputado con sueldo y gastos a cargo del erario público: «Ya sólo me faltaba salir en un videojuego cargándome corruptos con miradas fulminantes». Podemos no se puede convertir en un sumarísimo tribunal paralelo. Un partido financiado por Irán y Venezuela está inhabilitado para dar lecciones de ética. Sobre todo cuando su secretario general recibe dinero manchado de sangre en paraísos fiscales como Granadinas. ¿Quiénes se creen para marcar a ciudadanos sin causa alguna por corrupción y poner en peligro su integridad? España no puede resignarse a caer bajo la misma dinámica que ha llevado la desgracia hasta las naciones carcomidas por el populismo más rancio. El peligro es que de la realidad virtual a la realidad hay un paso: el que quiere dar Podemos.
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