Josep Piqué, el hombre que era de otro país
A lo largo de los años, tras su desembarco en Madrid procedente del paraíso catalán, conocí a un hombre menudo, inteligente, con gran sentido del humor, que había militado en la extrema izquierda catalana durante sus años jóvenes y que, ahora, pretendía coadyuvar en el entendimiento entre un territorio quisquilloso y el resto de España.
Hizo una carrera meteórica dentro de los Gobiernos Aznar que, creyó vanamente, que era el hombre providencial para pilotar los destinos del centroderecha español que no termina de comerse una rosquilla en Cataluña.
Desde mi punto de vista, lo sustancial del hombre fallecido el pasado Jueves Santo, fue su capacidad de negociación, su talante dialogante y la concepción de una España abierta y luminosa sin que sea necesario sacar permanentemente los garrotes de Goya. Rara avis por estos lares. Me atrevería a escribir que es un personaje más de las páginas de Dikens que de don Benito Pérez Galdós.
Hace unos meses acudió a un programa de televisión donde el que suscribe estaba. Me costó mucho reconocerle porque la enfermedad le había cambiado hasta la fisonomía. Aún así, acudió recientemente al lado de Núñez Feijóo a devolver con su presencia algo de lo mucho que el PP le había dado en su vida. Josep Piqué fue una buena persona. Por lo tanto, el justo Dios le habrá abierto de par en par las puertas de su Gloria. Buen viaje Pepito, como le llamaba su amigo Javier Arenas.
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