Opinión

Inmigración y la razón de la sinrazón

Te encuentras con que, personas extrajeras con discapacidades severas, a las que se acogió en este país, con cariño, y se las dotó de todo tipo de servicios, nos pagan con la “explotación” de los trabajadores a los que mantienen de forma irregular y “estafar” a la Seguridad Social, a la que no pagan para, cuando algún político nacional se le ocurre afirmar que la inmigración debe de regularse y no aceptar la entrada masiva e indiscriminada de extranjeros, permitirse el lujo de afirmar que son “enemigos de la razón”. ¿De qué razón, majete? ¿De la tuya? ¿De la de no respetar España? ¿De la de morder la mano que te dio de comer? ¿La de que tenemos recursos finitos para necesidades infinitas y que, por tanto, se han de  poner límites e imponer prioridades a las necesidades que se van a cubrir?

La propiedad es un derecho fundamental no sólo recogido en nuestra Constitución, que estos memos quieren destruir, sino también en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y una explicación de la existencia de las fronteras como un derecho inalienable de propiedad de la nación a su territorio, que se defiende, incluso, con la fuerza, que será aplicada por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y, de producirse una acción violenta, por el Ejército. Con toda esta mierda de la posverdad, pretenden que el ejército sea una panda de señoritas Pepis destinadas a repartir flores y la policía unas hermanitas de la caridad, y miren ustedes que entre las labores de la milicia está la ayuda humanitaria y los servicios sociales, es una realidad. Que el empleo de la fuerza debe de ser el último recurso a utilizar por un Estado democrático, no es discutible; pero, también, que las policías y los ejércitos son los depositarios únicos del uso de la fuerza y no se debe de tener miedo a su utilización, si la situación lo precisa, es algo indiscutible.

Resulta sorprendente que quien se ha dedicado a la aplicación del Derecho Penal sin sentimientos, de forma quirúrgica, ahora pretenda que las fronteras sean entradas a la discoteca sin portero y sin derecho de admisión, para permitirse el lujo de criticar a los demás, tras crear una situación de colapso en la que la Policía debe de abandonar las labores propias de servicio al ciudadano, para dedicarse a entregar mantas y cama a quienes, de forma violenta, entraron en nuestro país, agrediendo a nuestros guardias civiles y policías. El problema de las migraciones no es un problema que pueda, ni deba, resolver España en soledad y, como es lógico, la ayuda humanitaria no se le debe negar a nadie; pero la frontera debe de ser sacrosanta, no se puede permitir la violencia de los invasores sin repelerla con toda la fuerza precisa y con el buenismo o la falsa moralidad no damos solución a los que migran por motivos muy variados.

Las causas de las invasiones modernas se han de resolver en origen, con la práctica de políticas de enseñar a pescar y no de regalar peces y, cuando se acoge a cualquier persona, ésta debe asumir la cultura y forma de vida española o irse a otro lugar. Nunca se me ocurre ir a casa ajena e imponer mis costumbres, sino que, dentro de los límites de la cortesía y el buen hacer, las realizaré sin imposición, acomodándome a las del que me acoge. Tampoco pretendo meter 10 zapatos en una caja en la que sólo caben 5… ¿para cuándo aplicaremos la razón?