Opinión
Apuntes incorrectos

Esos ricos tontos que alimentan a las hienas

¿Puede haber alguien más tonto que un rico que exija que le suban los impuestos? En 2020, un grupo de millonarios americanos escribió una misiva pública que decía: “Pedimos a nuestros gobernantes que nos aumenten los impuestos. Inmediatamente. Sustancialmente. Permanentemente”. Esto fue un poco más tarde del confinamiento, que parece que les conmovió de manera ineluctable. Año y medio después, con motivo del Foro de Davos, aquellos ricos más otros han escrito una carta abierta con el reiterado lema: ¡Cóbrennos impuestos a los ricos, y háganlo ahora! Así quieren salvar al capitalismo de sus presuntos excesos, con los que la mayoría nos sentimos tan confortables. Vana pretensión.

Como perteneciente a la clase media, observo este tipo de manifestaciones tan delicuescentes como pueriles y no puedo más que sentir un gran enojo. La trampa que esconde el discurso de estos buenos ricos es la de la solidaridad, una de las palabras más prostituidas de la historia. Entre otras cosas, porque la imposición fiscal no es la mejor manera de ejercerla: los tributos están basados genuinamente en la coacción, y la verdadera solidaridad, o lo que a mí me gusta más llamar filantropía, es la que tiene coste personal, la que implica activamente a los que quieren practicarla. Si estos ricos tan alabados por la progresía universal, que en el fondo son unos traidores a la causa del capitalismo y unos aliados inestimables del socialismo, quieren resolver los problemas de la humanidad tienen oportunidades inimaginables a su disposición.

Pueden crear universidades -como han hecho a lo largo de la historia-, construir hospitales y promover cualquier clase de iniciativas para ayudar a los más débiles de la sociedad. En fin, el abanico de posibilidades para tener la conciencia tranquila de estos privilegiados apesadumbrados, que si han llegado a serlo es gracias a su inteligencia y pericia, es inmenso. Podrían donar miles de millones para las más diversas causas benéficas. Todo menos exigir un aumento de los impuestos que equivale a una transferencia de recursos al Gobierno para que los maneje de manera probablemente arbitraria y equivocada. Esto no es patriotismo, como dicen ellos; es no sólo una tontería sino una ofensa contra el sentido común.

Hace tiempo que la mayor parte de los países desarrollados del mundo han entendido esta cuestión y han eliminado el Impuesto de Patrimonio, que tenía el objetivo de gravar con saña la riqueza. Lo han hecho porque los inversores huían despavoridos, se aceleraba la deslocalización de las grandes compañías y esto afectaba al dinamismo empresarial y a la red de innovadores que lo secunda, pura clase media esquilmada por el afán confiscatorio del poder público.

En contra de toda la inteligencia fiscal acumulada y de la evidencia empírica disponible, la comisión de falsos expertos convocada por la ministra Montoro para reformar el sistema tributario español está redirigida y empeñada en recuperar el Impuesto de Patrimonio a escala estatal, aunque el objetivo último es castigar a la Comunidad de Madrid, que lo tiene bonificado casi en su totalidad. Pero esto consumaría un atentado en toda regla contra el modelo de Estado que tenemos en España, que por mucho que se llame autonómico es lo más parecido a un sistema federal. Y en un sistema de este tipo las competencias regionales son indisponibles, el Gobierno central no debe entrar en ellas. Las autonomías tienen que poder establecer sus políticas según sus preferencias.

El intento postrero que anima al equipo de Sánchez solo para liquidar el nervio y la voluntad de Madrid de impulsar estrategias alternativas se carga literalmente la esencia del federalismo. Es decir, que cada cual pueda subir o bajar los impuestos si lo estima conveniente. Gastar más o menos. Incurrir en déficit o apostar por el superávit como modo de vida, mucho más preferible. Eso es lo bueno. Y si se comprueba que Madrid cosecha éxitos actuando de esta manera, como es el caso, ¿por qué los demás no lo imitan? ¡Oiga usted, haga lo mismo! Y deje de enredar.

Pero la naturaleza de los socios del Gobierno es enredar hasta el día del juicio final. El eventual aumento del Impuesto de Patrimonio es en realidad algo acordado en el orden del día de la mesa de diálogo bilateral con Cataluña y Esquerra Republicana, que dirige la Generalitat, conjurada para frenar a Madrid y así no sea tan evidente su incompetencia y su habilidad para haber convertido aquel territorio en una región fallida. Y es algo del agrado de otras autonomías como Castilla-La Mancha o Comunidad Valenciana, que, incapaces de desenvolverse en mercados abiertos con una buena gestión pública, quieren cerrar el paso a los mejores. Liquidarlos. A estos enfervorizados partidarios de la presión fiscal se suman los delirios de Podemos, que acaba de presentar una proposición en el Congreso para subir diez puntos el Impuesto de Sociedades a las eléctricas, poner un tipo marginal del 53% a quienes ganen más de 120.000 euros al año y un impuesto del 2% a los patrimonios de un millón de euros. Naturalmente, esto es una salvajada destinada, en caso de ser atendida, a la desaparición de nuestro país como destino del capital. Ya de hecho, la singularidad del Impuesto de Patrimonio que todavía está vigente en algunas autonomías es que los tipos son muy superiores a los de los pocos estados en los que aún existe, y que las cantidades a partir de las que se aplica son sensiblemente menores.

De manera que tenemos a unos ricos entregados al buenismo, encantados de que el Estado imponga coercitivamente una subida general de impuestos sin preguntar a los demás, despreciando cualquier opinión alternativa y más sensata; y al Gobierno español determinado a exprimir generalizadamente a los ‘súbditos’ con el pretexto de una solidaridad impostada, a pesar de que la carga tributaria que soportamos es superior a la de la media de la UE, si se atiende a la renta per cápita -que comparativamente está muy por debajo-, y que todos nuestros socios van en la dirección contraria, embarcados en una campaña feroz por captar inversiones con menores impuestos para impulsar la prosperidad. Yo ni lo veo ni trago. ¿Y usted?