Cataluña y líderes que hastían
Hoy, domingo de mayo, los ciudadanos de Cataluña –muchos de ellos se conducen como auténticos siervos de un mal sueño equinocial– vuelven a ser llamados a las urnas para teóricamente, según las encuestas, ofrecer un mapa político muy similar al que padecen desde hace dos lustros. Prueba de ese hartazgo fehaciente es que la OPA del BBVA sobre el Sabadell está interesando mucho más a juzgar por sus mediatizados medios de comunicación que una campaña electoral sin mucho fuste y muchísima incredulidad.
Los ciudadanos son conscientes de que a los Junqueras, Puigdemont, Illa, etc… no les preocupa tanto la calidad de los pésimos servicios públicos de la Generalitat como seguir instalados personalmente en el machito y disfrutar del dinero público que no invierten en evitar que un tercio de la población sufra la sequía, la escasísima calidad educativa y cubrir el enorme agujero en la caja pública. Les interesa básicamente lo suyo, no la gente.
En medio de un mundo imparablemente globalizado, los independentistas catalanes continúan instalados en sus propios vuelos gallináceos, ajenos por completo al devenir del mundo libre y específicamente europeo. Desde que decidió echarse al monte Artur Mas, el hombre que quería ser el Kennedy catalán, todo es detritus, mohína, impotencia y desdén. Cierto es que con la llegada de Pedro Sanchez al poder del Estado, el mismo que decididamente abrazó la aplicación del artículo 155 de la Constitución, han visto cómo un prófugo en maletero puede decidir el presente de una nación de 48 millones de ciudadanos, pese a que una inmensa mayoría de ellos se niegan a ser esclavos en su propia tierra. Pero esa circunstancia propiciada por la sinrazón sanchista no deja de ser mera coyuntura.
Controlan los medios (ahí está sin ir más lejos El Periódico del inquietante Javier Moll), hacen mangas y capirotes con el dinero del contribuyente, se dedican a vender humo; todo ello arroja un resultado de cansancio de una inmensa mayoría que, aún así, seguirá votando lo mismo. Cataluña es un asunto de Estado, desde luego, por eso al columnista, harto ya de estar harto de tanta matraca, le interesan más los muchos y graves asuntos que adornan al mundo libre. Nunca tuve vocación de marginal.
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