Castilla y León y ‘P.P. Confidential’
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Las elecciones del domingo en Castilla y León ponían en juego, además del gobierno de la comunidad autónoma, la continuidad en la estrategia del PP. Todo el mundo, y especialmente sus votantes, actuales y pasados, lo sabían, y en Génova no pueden seguir fingiendo que no era y que no ha sido así.
A priori, las conclusiones más extremas que se iban a derivar de los resultados electorales eran, en positivo, que una mayoría o cuasi mayoría absoluta de procuradores reforzaría la estrategia de la dirección nacional del partido, y, en negativo, que la pérdida de las elecciones o de la posibilidad de mantener el gobierno supondría una enmienda a la totalidad en la gestión de Casado, hasta el punto de poner en cuestión -sí Pablo sí, tanto te estabas jugando- su propia continuidad.
Pues ni una ni otra, por diferentes factores, entre los que también está la suerte de que los partidos provinciales desangraran más al PSOE, el resultado ha quedado en el medio: el PP ha ganado las elecciones, pero perdiendo votos respecto a 2019 y situándose en un diabólico escenario para pasar los próximos 21 meses. Y del mismo sólo se puede inferir que Casado no puede seguir perdiendo capital político, y que tiene que recuperar la iniciativa y el crédito que consiguió después de las elecciones en Madrid. Hora es, quizás la última, de invertir las tendencias porque en esta disputa no hay posibilidad de una derrota -esta vez ha estado muy cerca- y un traspié en cualquiera de los escalones va a hacer imposible alcanzar el Gobierno en 2024.
En otro escenario podría ser de otra manera, pero en este, para que el PP llegue a ese momento como la única e imparable alternativa, tiene que confiar y apoyarse en las organizaciones territoriales que, primero en Andalucía y después en el resto de comunidades, tienen que afrontar con éxito los retos electorales. Hay que asumir la libre adopción de una geometría variable -con o sin Vox, con o sin los restos de Ciudadanos-, resultando, vaya por Dios, que para facilitarla hay que tirar el lastre que está suponiendo un equipo nacional, largo de bisoñez y ambición y corto de diplomacia e inteligencia, que ha conseguido generar desconfianza y desapego en todos los líderes regionales del partido.
Es Casado, y únicamente él, quien gano primarias y Congreso, y quien por ello merece la lealtad de los barones; mientras no sobrevenga un cataclismo él debiera ser intocable, pero los demás no. Ya decía san Mateo, mejor es que se pierda uno de tus miembros y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. No hay impiedad ni hay injusticia; la ocasión lo exige porque no hay segunda oportunidad. Napoleón y Hitler, en las respectivas campañas de Rusia, sacrificaban a sus mariscales y exigían un inmisericorde avance porque sabían que perder una sola batalla abría indefectiblemente la puerta de la derrota final.
En política los resultados no salen porque sean los justos y deseables, sino por ser los que se buscan con más voluntad y determinación. Resulta que demasiadas veces son los malos los que ganan porque ponen al servicio de su causa su enfermiza egolatría y porque se aprovechan de que los adversarios se imponen barreras que resultan ser menos éticas que estéticas. Sánchez siempre ha sido el más tramposo, pero no tiene límite en su amor propio y en su ambición. Con o sin tratado de resiliencia, consigue sobrepasar situaciones extremas y ha resucitado varias veces un maloliente cadáver político a los que otros no se acercarían ni con mascarilla FFP2. Ya se nos ha olvidado la última, pero en el pasado verano no podía poner el pie en la calle y ahora se ha paseado en la campaña como el más reverenciado de los líderes.
Evitar que esos malos ganen siempre debe ser la única y férrea voluntad del PP. En la magnífica película L.A. Confidential, el agente Ed Exley, que interpreta el actor Guy Pearce, inventó el nombre de Rollo Tomassi para personificar a todos los malos del mundo que creen que siempre pueden salirse con la suya. Acabar con ellos es la razón por la que Exley se hizo policía y debiera ser la razón por la que Casado continúe presidiendo el Partido Popular.
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