La autodestrucción de la sociedad
La sociedad en su conjunto -nacional e internacional- parece haber iniciado un camino que puede llevarle a la autodestrucción, ya que todos los cimientos sobre los que se ha de levantar y sostener una sociedad parece que se resquebrajan por momentos, al haber comenzado un proceso de ataque y destrucción de dichos cimientos en todos los órdenes.
El buenismo y el lenguaje de lo políticamente correcto se ha instalado en las sociedades de manera clara, quién sabe si definitiva, imponiendo una dictadura creciente, de manera silenciosa, escondida, pero imparable, que está invadiendo el pensamiento de cada persona y que impulsa una manera de actuar que debilita a la propia sociedad.
La historia se desdeña, se enjuicia siglos después o se destruye. Si hace casi veinte años nos escandalizábamos -con razón- cuando los talibanes demolían las estatuas de los budas de Bamiyán, hoy gran parte de la sociedad asiste callada ante el derribo o retirada de estatuas de Colón, Isabel la Católica, Juan de Oñate, Pedro de Valdivía y pintadas a otras de Cervantes o Churchill. Otra parte de la sociedad no sólo calla, sino que comprende y apoya dicha actitud bárbara e ignorante. Nada tiene que ver con el racismo -inexistente en su generalidad en los países desarrollados y, por supuesto, perseguible y a erradicar donde todavía exista- sino con el aprovechamiento de una desgracia acontecida para que todos los antisistema quemen las calles y trasladen su barbarie a lo largo de todo el mundo.
Lo políticamente correcto siempre maneja a su antojo cualquier desgracia para tratar de emplearla en su beneficio, aunque en la mayoría de los casos no le importe nada esa causa, sino la suya propia: destruir los valores que tiene la sociedad occidental, que son los que han permitido que hayamos disfrutado -y que todavía disfrutemos- de un mundo desarrollado y civilizado.
Los antisistema quieren tumbar el sistema capitalista, envolviendo todo de una retórica almibarada, donde el planteamiento de su posición hace casi imposible sostener la posición contraria, pues no muestran la realidad de lo que hay debajo, sino sólo un escaparate con unas afirmaciones grandilocuentes contra las que sin poder ahondar es difícil aparecer en contra. Hace muchos años, Chicho Ibáñez Serrador dirigió una fantástica y terrible película titulada “¿Quién puede matar a un niño?”. La respuesta obvia es nadie, o sólo un criminal desalmado. Sin embargo, la trama de la película mostraba a unos niños asesinos que mataban a todo el que llegaba a una isla. Si profundizamos en lo que subyace en cada situación, por tanto, la cosa puede cambiar, pero el buenismo trata de impedirlo, sólo quiere quedarse en la superficie para que no se le pueda rebatir.
Ahora nos enfrentamos a preguntas cómo quién no quiere que todo el mundo tenga unos ingresos, quién no quiere que toda persona acceda a una vivienda o quién no quiere que nadie pase hambre. Es obvio que todas las personas desean que nadie pase calamidades, pero la izquierda y los antisistema lo retuercen al plantearlo sólo así, pues lo lógico es que nadie tenga carestías, pero desde la articulación de una sociedad próspera, en la que todas las personas puedan realizarse personal y profesionalmente, no desde una sociedad subsidiada, adormecida, a la que se le extirpa toda posibilidad de desarrollo, y bajo el espíritu de que las personas se valgan por ellas mismas, con ayudas transitorias para momentos concretos en los que una persona se encuentre en desempleo. Sin embargo, si esto se defiende, lo políticamente correcto tilda de insolidario a quien lo diga y es civilmente apaleado.
La sociedad a la que vamos, que se autodestruirá si mantiene ese camino, es una en la que el buenismo trata de imponer los siguientes postulados:
- Una renta permanente creciente, que desincentivará el trabajo e impulsará la economía sumergida, creando bolsas de voto cautico y lastrando el desarrollo y la prosperidad de la sociedad, además de quebrar el saldo presupuestario y hacer insostenible la deuda.
- Gratuidad total de los servicios públicos, extendiendo los mismos a toda necesidad, que generará un gasto insostenible en el medio plazo.
- Aumento del gasto sanitario al menos del 2% anual en media, si es que no es el 5%, imposible de mantener. No se puede tener un sistema con recursos ociosos esperando por si viene una enfermedad, sino reaccionar pronto cuando se atisba dicha enfermedad. No han fallado los recursos, sino la ausencia de actuación temprana.
- Medicalización completa de todas las residencias, cuando la solución no es convertirlas en hospitales, sino que puedan atender a dichas personas con total normalidad en los hospitales y de manera ágil.
- Incremento de colegios públicos, por reducción a quince alumnos por aula, que genera un modelo educativo insostenible económicamente.
- Paga a jóvenes para emanciparse, que tensará el gasto y desincentivará el esfuerzo por conseguir un objetivo.
- Precios máximos en alquileres y en el mercado de la vivienda, que reducirá la oferta y encarecerá, además, los precios en las zonas más baratas que ahora se encuentren por debajo de ese precio máximo, perjudicando tanto a tenedores de vivienda como a los más débiles que necesiten alquilar una casa para vivir.
- Salario mínimo creciente, que provocará un aumento del desempleo y de la economía sumergida.
- Proteccionismo como excusa ante la crisis. Empobrecerá a la sociedad, incrementará los precios de los productos y disminuirá tanto la competencia como la capacidad de elegir, al reducirse el número de productos a los que se puede acceder.
- Impulso medioambiental con grandes recursos de dinero no para mejorar el medioambiente, sino para hacer política ecologista de izquierdas, que nada tiene que ver ni con proteger el medioambiente ni con la prosperidad.
- Persecución de la industria de la automoción, que acabará con cientos de miles de puestos de trabajo.
- Persecución del turismo, que hará que todas las personas tengan una visión mucho más estrecha del mundo, matará a un sector económico esencial y provocará elevado paro.
- Control de medios de comunicación, que expandirán una doctrina oficial que no se aparte de lo políticamente correcto, envuelto, en muchas ocasiones, en formas sensibles con las que esconder el verdadero propósito de control de voluntades.
- Incremento de la subvención al transporte público y persecución del transporte privado, que mermará la libertad de elección e incrementará el gasto público.
- Impuestos confiscatorios con los que tratar de recaudar para todo el incremento de gasto provocado por el conjunto de medidas anteriormente citadas, que no conseguirá su propósito pues por mucho que se eleven los tipos impositivos, si tenemos una sociedad empobrecida la recaudación caerá, no aumentará.
En España, coinciden los anhelos anteriores con el intento de una parte de los políticos por cambiar nuestro régimen constitucional y convertir a España en una república, que algunos desearían que fuese de corte bolivariano.
Como no se remedie, es el escenario que tendremos de aquí a medio plazo, no de hoy para mañana, pero sí antes de lo que pensamos. No sé si eso es lo que se llama “nueva normalidad”, pero desde luego sí que sabemos que algunos pueden tratar de aprovechar la desgracia ocasionada por el coronavirus para cambiar nuestra forma de vivir, pensar y trabajar.
Ello destruiría la sociedad de libertad y prosperidad que hemos conocido y la convertiría en un guiñapo manejable, en una pseudodemocracia, una democracia aparente pero inexistente en la realidad, todo a golpe de tweet, pues parece que la sociedad buenista sólo contempla expresar todo en 140 caracteres (o 280 tras la ampliación que hubo), un espacio que no permite ni profundidad ni matices, porque no interesa; que sólo busca el momento, pues a los cinco minutos ese tema ya es obsoleto, que adormece a la sociedad mientras ésta aplaude lo que le digan que aplauda. Un espacio que busca abrir cadenas solidarias, buenistas y comprometidas para que las personas se sientan bien, aunque todo no sea más que una farsa, mientras el mundo que hemos conocido se viene abajo, al estar dispuestos, mientras tanto, a entregar nuestra capacidad de pensamiento y libertad y nuestra prosperidad.
Cuando queramos darnos cuenta, habremos sufrido un retroceso en libertad y en prosperidad, sin poder expresar opiniones que se aparten de lo establecido y con una deuda inasumible, que provocará que no sólo no mejoren los servicios públicos, sino que no se puedan mantener, con lo que tendremos deuda y no tendremos servicios, mientras nuestra libertad de opinión, expresión y disentimiento es encerrada por la doctrina buenista. Un espanto.
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