Adiós a la independencia
La Generalitat difundió la semana pasada la encuesta del CEO, el CIS catalán. A Illa le daba una horquilla -antes de los cinco días de fiesta de Sánchez- de entre 40 y 47 diputados. Así cualquiera acierta.
El resto: entre 31-37 para Esquerra, 28-34 para Junts, 8-12 para el PP, 4-8 para la CUP, 3-6 para las Comunes, hasta 2 para Aliança y ninguno para Ciudadanos. La mayoría absoluta es de 68 escaños.
Yo no me fío de las encuestas, sobre todo de organismos públicos, desde aquella del propio CEO, que a Artur Mas le pronosticó la mayoría absoluta en las elecciones del 2012. Perdió doce diputados de golpe: de 62 a 50. Nunca victoria fue tan amarga.
En plena campaña, la mayoría de medios han titulado por la victoria del PSC. En todos los sondeos, de hecho, va ganando Salvador Illa. Aunque él mismo no sabe cómo gobernará en caso de ganar. En el segundo debate, el celebrado este jueves en RTVE, ya se ofreció para «liderar un gobierno transversal».
Señal que él mismo sabe que no llega. Y no dijo un gobierno de unidad, que es lo que hacen los países en los momentos difíciles, porque en la Cataluña actual esto es imposible.
Pero lo más importante no eran las quinielas de escaños. Lo más importante es que la independencia es agua pasada.
La mayoría de los catalanes, un 50%, está en contra, según un organismo de la propia Generalitat. Mientras que el 42% está a favor. El 8% restante no sabe no contesta. Todo ello tras más de diez años de matraca con el proceso.
No sólo eso, sino que de los temas que preocupan a los ciudadanos es el último. Antes, en efecto, va la «gestión de los servicios públicos» (8,2), la «situación económica» (8,0), el «cambio climático» (7,9), la financiación (7,7), la inmigración (7,5) y la amnistía (5,7).
«El debate sobre la independencia» -y ojo: «debate»- está en última posición con sólo el 5,3. ¡Incluso vence de largo el cambio climático!
Finalmente, a la pregunta de lo que preferiría ser, al 31% ya le está bien ser «una comunidad autónoma», el 30% prefiere un «estado independiente», el 22% un «estado dentro de una España federal» y el 8% una «región de España». No hay más preguntas, señoría.
Lo cual demuestra que el proceso fue, en buena parte, una operación de ingeniería social. O mejor dicho, una operación económica: se gastaron ingentes cantidades de dinero público en TV3 y en subvencionar medios privados.
Ya puestos a recordar barómetros del CEO me viene a la cabeza uno de abril del 2015. Cuando la cosa empezaba. Había dos preguntas clave que no sé si han vuelto a repetir. La primera era: «¿Usted se siente independentista?» El 24,1 decía que sí «de toda la vida», el porcentaje más o menos habitual en las elecciones, es decir, lo que sacaban ERC y otras fuerzas independentistas.
Pero el 18,3% decía que se había vuelto independentista en los últimos años. Es decir, había casi un 20% de conversos. Luego había otra pregunta sobre los motivos y se esgrimían las más diversas razones.
El 42% era por «los comentarios del gobierno central», el 13,2% por «los impuestos», el 8,4 por perspectivas de mejora, el 6,2% por la crisis.
Lo que demuestra, en parte, la influencia de los medios de comunicación en el proceso. Hace años alguien me dijo que si Rajoy hubiera visto TV3 cinco años seguidos se habría vuelto indepe.
Probablemente era cierto. Sin olvidar los medios privados: La Vanguardia y Rac1, del conde de Godó, también se dejaron llevar por la euforia. De esos polvos, estos lodos.
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