Potencia económica, energía futbolística

Potencia económica, energía futbolística

Sin duda, el dinero aporta en el sector del fútbol la potencia económica que es garantía de energía deportiva. Se va estableciendo cada vez más una estrecha relación entre el poder que proporcionan las cifras de facturación de los clubes de fútbol y sus resultados en las competiciones. Así, se hace difícil que un club que no esté incluido en la lista de los Top – 20 pueda acceder a la final de la UEFA Champions League. Y más improbable aún, salvando aquella excepción del año 2004 cuando el FC Porto se hizo con el título de la Champions ganando al AS Monaco, es que un club que no se encuentre por cifra de ingresos entre los 10 primeros del ranking económico, esté en condiciones de levantar la Orejona.

Desde la temporada 1999/2000, cuando el Real Madrid se imponía en París al Valencia por tres goles a cero, hasta la temporada 2016/17, en la que de nuevo el Real Madrid vence en la final de Cardiff a la Juventus por cuatro goles a uno, siempre los ganadores de la Liga de Campeones han pertenecido a la elite futbolística y a esa aristocracia que marca estilo en Europa, dejando de lado aquella final de 2004 disputada entre dos intrusos, dicho sea con todo el afecto y respeto del mundo, como FC Porto y AS Monaco, aunque sí conviene matizar que el admirable Porto no se integra entre los grandes del fútbol europeo por una simple cuestión dineraria al jugar en una liga modesta en el plano económico como es la portuguesa, porque en el capítulo deportivo pocos clubes en el mundo pueden presumir del currículum del Porto: dos Copas de Europa, dos Intercontinentales y dos UEFA. El FC Porto, además, constituye una auténtica factoría de lujo en cuanto a la producción de futbolistas de primerísimo nivel, cuestión ésta que le ayuda a cuadrar sus cuentas con cierta regularidad.

A mayor abundamiento, si repasamos la lista de los ganadores de la Liga de Campeones a lo largo de todas esas ediciones, siempre el club que se alza con el título, salvo el Porto, se halla en el ranking económico entre los diez primeros clubes. ¿Cuáles son entonces las posibilidades de que un club ajeno a esa elite futbolística se clasifique para la finalísima de la Champions? Muy remotas. Tanto es así que normalmente el club finalista de la Champions también forma parte del núcleo de los Top – 10 o, cuando menos, de los Top – 20.

Por consiguiente, el estrato futbolístico va definiendo cada vez con más énfasis sus clases sociales. Los grandes, esa aristocracia y nobleza a la que nos referíamos en un anterior trabajo, que copan títulos nacionales y europeos, que barajan cuantiosas sumas de dinero, que se permiten poder hacer fichajes de postín, que cuentan con un vestuario repleto de futbolistas excepcionales, que están en condiciones de pagar sumas más o menos astronómicas por cracks hechos y derechos o, incluso, para más inri… Esos grandes clubes son en definitiva los que siempre imponen su calidad deportiva, gracias a su imparable capacidad de generación de ingresos tanto en lo que responde a la facturación futbolística como a los traspasos de jugadores que llevan a cabo. Ellos son, por ende, la clase alta.

Junto a ellos convive, decíamos, la clase media-alta y la clase media-baja y, por debajo, la clase más obrera o proletaria en el contexto de los clubes de fútbol. A veces, cuando algún club representativo de la clase alta está fuera de su hábitat natural, ese que delimita el disputar la Liga de Campeones, se ve forzado a consolarse con la Europa League, antes Copa de la UEFA. Es el caso en la temporada 2016/17 del Manchester United que acabó la temporada lejos de los puestos que en la Premier League dan acceso a jugar la siguiente edición de la Champions League, haciéndose con el billete para estar en la Champios League de 2017/18 al proclamarse campeón de la Europa League. Fue el caso, en la temporada 2000/01, del Liverpool en aquella vibrante final del “gol de oro” ante el ejemplar Alavés. Y el del Chelsea en 2012/13 ante el Sporting de Lisboa.

La Europa League, antes llamada Copa de la UEFA, sirve de trampolín para que clubes de la clase media-alta adquieran credenciales con las que optar a la pertenencia en la clase alta. Para mí, hay tres clubes españoles que se encuentran en esta situación. Uno de ellos es el Atlético de Madrid que forjando su leyenda con aquella Intercontinental de 1975, ganó la UEFA en 2010 y 2012. A partir de ahí, el Atlético dio un paso de gigante al creer en sí mismo y saber explotar todo su enorme potencial futbolístico y empezó a mostrar sus cartas en lo que en pocos años se ha convertido en su territorio natural: la Champions League. Un territorio en el club colchonero no solo se mueve como pez en el agua, sino que su nombre forma parte de las apuestas como favorito, por lo menos, para disputar las semifinales o de las quinielas para jugar la final. Dos finales de la Liga de Campeones, ambas perdidas ante su eterno rival y vecino, el Real Madrid, y una semifinal, amén de cuartofinalista, elevan por méritos propios al Atlético a la clase alta del fútbol europeo. En consecuencia, el Atlético va escalando posiciones en el ranking económico y actualmente se encuentra consolidado entre los Top – 20.

El Valencia es una especie de monstruo dormido o tal vez anestesiado por la fuerza de las circunstancias. Sus dudas accionariales, sus episodios internos, sus sobresaltos sociales, confunden a un equipo que en dos ediciones consecutivas de la Champions alcanzó la finalísima perdiendo en el año 2000 frente al Real Madrid y un año después, en un partido a cara de perro, cediendo en la fatídica tanda de los penaltis ante el Bayern de Munich en Milán. De la mano de Rafa Benítez se proclamaría en el año 2004 ganador de la Copa de la UEFA. El Valencia, en el transcurso de los últimos años y sobre todo cuando ha vivido épocas de paz social y accionarial, ha ido asomando por el ranking económico de los Top – 20. Por cierto, el cuadro de honor de nuestra Liga que siempre lo encabezan FC Barcelona y Real Madrid o Real Madrid y FC Barcelona, solo se ha visto, en los últimos años, liderado por Valencia y Atlético de Madrid.

El otro club español que en los últimos años merece un reconocimiento singular, sin estar dentro del Top – 20 del fútbol europeo, es el Sevilla. Sus recientes gestas, bajo la dirección de Unai Emery, hoy técnico del PSG, logrando en tres ediciones consecutivas el difícil título de la Europa League, ensalzan al Sevilla que ya en las temporadas 2005/06 y 2006/07 ganó la Copa de la UEFA con Juande Ramos como entrenador.

La hoy Europa League es un marco también para que en ella destaquen clubes modestos, dignos representantes de la clase media y grandes en busca de su personalidad y esos siempre presentes outsiders en trance de dar un paso adelante. Un vistazo al palmarés de la UEFA Cup y Europa League de las últimas ediciones permite hacerse una idea sobre ello.

Empero, habrá que convenir que los resultados a menudo no hacen justicia. En la temporada 2006/07 un gran Sevilla se hizo con el título de la UEFA imponiéndose a mi Espanyol en los temibles lanzamientos de penaltis, tras finalizar el tiempo de juego, con prórroga incluida, en un apasionante empate a dos goles en Hampden Park, Glasgow. Nada que objetar por parte de quien suscribe sino más bien rendir pleitesía al admirado Sevilla y a su fantástica afición.

Eso sí, permítaseme subrayar que es la primera y única vez en la historia del fútbol mundial que un equipo, el Espanyol, que no perdió ningún encuentro en toda la competición, al final tuvo que conformarse con la plaza de finalista, o subcampeón, qué suena mejor, de aquella UEFA 2007. Precisamente el Espanyol es el único club de fútbol del mundo entero que muestra su claro concepto de globalidad. La portería del gol norte está situada en el término municipal de Cornellá de Llobregat y la del gol sur en el de El Prat de Llobregat.

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