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Gran Premio de Bahréin

Resurrección de Vettel y Ferrari; drama para Alonso y Sainz

Una fuente de agua no potable en pleno desierto. Una esponja de vinagre tras un entrenamiento de alta intensidad. Esa cerveza caliente en pleno agosto. El fin de semana de Vandoorne y McLaren en Bahréin. Ni siquiera pudo rodar una vuelta: antes de la salida ya estaba rendido. La normalidad de la palabra ‘problemas’ que acompaña a Honda: otro fallo en el motor.

La salida fue para Sebastian Vettel ese gol tempranero en una remontada de Champions. Hamilton no embragó con habilidad, Bottas largó fácil y Vettel se coló entre ambos, provocando el emparedado. Alonso peleaba en el Hades contra los Stroll, Ericsson, Wehrlein, buscando una escalera de salida hacia, por lo menos, una penitencia amable. Un purgatorio que, para un santo, sabe a nada. El Domingo de Resurrección no era tal para Fernando: el tour por el monte Calvario continúa.

En las alturas, cinco coches en tres segundos. Un podio, muchos candidatos, y 50 vueltas. Bottas parecía Rajoy en bicicleta, y Vettel junto con Hamilton, Pablo Iglesias y Albert Rivera. La presión era brutal pero, como el Presidente, lo aguantaba todo. Las luces se enardecían ante una acción en pista que recordaba épocas pretéritas: una Fórmula 1 vertiginosa.

Comenzó el festival de abandonos, como si se tratará de la época más musical y veraniega. Magnussen abría la veda, los frenos le fallaban a un peligroso Verstappen: antes de la parada era 4º, presionando a Hamilton. Stroll reventaba el Williams, dejándolo en medio de la pista; Sainz y su Toro Rosso también aparecían abandonados en la cuneta. Dos imágenes, muchas sospechas: toque lateral contundente entre ambos y KO técnico. Safety car y pit lane en modo Gabana: todos juntos y revueltos.

Sebastian Vettel delante, Alonso se harta

La locura se apaciguó tras el coche de seguridad: Vettel líder, Bottas por detrás y Hamilton esperando su momento. Valtteri lo intentó tras el receso, pero Sebastian se defendió con todo el ancho de la pista. Todo seguía igual y la modorra se apoderó levemente de unas luces que ya iluminaban menos.

Despertó la prueba en la radio de Alonso, que peleaba en la nada intentando hacer milagros con la tartana naranja. «No he corrido con tan poca potencia en mi vida», se quejaba. Una daga al corazón de Honda, otra, para una reacción que nunca llega. El MCL32 sigue siendo ese smartphone chino defectuoso, con unas especificaciones que prometen de todo, pero luego no funciona. Y eso que Fernando se empeña en convertirlo en un iPhone. 

Hamilton, sancionado con 5 segundos al final de carrera por ir demasiado lento en el pit lane, pasó a Bottas. Con valentía, en la primera curva y soñando con alcanzar a un cada vez más lejano Vettel. La segunda coreografía en boxes no provocó ningún cataclismo: tras la reordenación lógica, nada cambió en la fotografía. Los fuegos artificiales iban ya esperaban a Ferrari y Seb.

Hamilton apretó al límite, como un campeón invencible. Recortando segundo por vuelta al 5, cuando faltaban 10 giros. Había demasiada distancia, y Bottas no le ayudó en la tarea: perdió tiempo pasando a su compañero. Si no hubiera tenido esos 5 segundos de penalización… Y Alonso abandonaba. Otra vez. Justo cuando todo agonizaba. Un continuo desastre que nunca acaba. Un drama sin nada de comedia. A Lewis la distancia no le bajaba tan rápido como necesitaba: Vettel ganaba, él entraba segundo, Bottas, el poleman, tercero.

Porque el tiempo Pascual ya ha llegado y el Mar Rojo se ha abierto por fin para Ferrari: no es un farol, van a pelear por el Mundial. El paso de la muerte a la vida no ha sido de tres días: cinco años sepultados, con algún amago de vuelta. Esta vez parece real, se han levantado, resurgen, renacen, para colorear una Fórmula 1, que siempre fue suya.