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¡Esto es lo que hay!

Servicios mínimos, precios máximos

En esta deliciosa isla llamada Mallorca, supongo que en muchos lugares de España ocurre lo mismo, el servicio funciona muy mal o, mejor dicho, no funciona y se encuentra totalmente bajo mínimos. La mayoría de las personas que se dedican a servir en bares, cafeterías, restaurantes… no parecen estar lo suficientemente capacitadas para ejercer esta antigua y tan bella profesión.

Una película española basada en la obra homónima del dramaturgo Alfonso Paso y dirigida por Mariano Ozores, que se titulaba ¡Cómo está el servicio!, nos viene como anillo al dedo, ya que la mayoría de las veces el servicio es un desastre y no es necesario que protestes porque es evidente que al final no arreglas nada y lo único que consigues es irte a casa todavía más cabreado. Bendita frase: «Lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible».

Lo que sí funciona a la perfección y a la justa medida de los empresarios son los precios, sí los precios, tal cual. Si tardan en servirte (la mayoría de veces ocurre) o cuando te sirven, lo hacen rematadamente mal (la mayoría de veces también ocurre) o, quizá, las dos cosas a la vez, el importe de la comanda siempre está por las nubes, ya que es lo único que se mantiene al alza. Si el servicio es malo tendrían que tener un mínimo de vergüenza y aplicar unos precios mucho más asequibles al bolsillo del consumidor. Se supone que no cobra lo mismo el aprendiz de turno que un maestro armero de oficio, pero lo que realmente importa al patrón y amo del establecimiento, una vez terminado el día, no es mantener un buen servicio a un precio justo y adecuado, sino que la caja sea lo más cuantiosa y abundante posible y que Salga el sol por Antequera y póngase por donde quiera.

En Palma, últimamente, se han montado infinidad de bares, cafeterías, garitos; uno al lado del otro, con una oferta turística desastrosa, sin ninguna profesionalidad y, como dije anteriormente, muy caros para el ciudadano de a pie que a la larga es el que paga el pato. En una ocasión se me ocurrió pedir explicaciones por un precio que consideré excesivo y la contestación, además de maltratarme, fue que podían cobrar lo que quisieran y les diera la real gana, ya que el mercado era totalmente libre y los precios iban en función de la oferta y la demanda. ¡Toma ya! Ojo al dato: 15 euros por un gin tonic de lo más normalito, en un chiringuito de la Plaza España, servido por un fenómeno recién aterrizado en la isla y con un desconocimiento total de su profesión, pero eso sí, más chulo que un ocho y con menos vergüenza que un gato en una matanza.

Me dijo que era de La Pampa argentina y que yo, mallorquín de pura cepa, no sabía dónde me encontraba, ya que el lugar en el que estábamos era la Plaza España. Vaya pájaro, sólo le faltaba volar para ser más chulo. Llevaba dos días en Mallorca y, según él, conocía la isla mejor que yo. El pobre mindundi, por llamarlo de algún modo, no sabía que trabajé 30 años en un establecimiento de dicha plaza y que llevo más de 40 viviendo en una calle de al lado. Tuvo mala suerte el figura, ya que se equivocó de personaje.

Quería denunciarlo por soberbio, farsante, estúpido, idiota, ignorante y un sinfín de adjetivos más, pero lo pensé mejor y me fui a casa, descansé y a la mañana siguiente otro día más en la oficina y a otra cosa mariposa. A partir de este día, me propuse ver, oír y callar (la mayoría de camareros son completamente antagónicos con los clientes), porque si te atreves a hablar y encuentras a algún lumbrera de esta índole, todavía es peor. Cuando peleas con un tonto siempre tienes las de perder, ya que al final no se sabe quién es el más tonto de los dos.

Esto, queridos lectores, es lo que tenemos en las Islas: servicios mínimos, precios máximos y lo tendremos hasta que los consumidores digamos basta. El robar a cara descubierta durante un montón de años puede acarrear crisis y lamentaciones posteriores. La única solución posible sería que los precios bajasen de las nubes y, además, que el servicio fuese más profesional, experto, menos comercial y más cercano a la gente que acude al establecimiento o, de lo contrario, todo este montaje actual se irá por el sumidero directamente al garete. Pero, amos y empleados, tranquilos, esto no es el fin del mundo. ¡Esto es lo que hay!