Pamelas de otoño
Comienzo con este titular tan sorprendente porque a pesar de algunas lluvias ligeritas, al menos en el momento de escribir estas líneas, lo más destacable sigue siendo el sol abrasador que nos ha acompañado durante algunos de los saraos a los que hemos acudido en las últimas semanas.
Hay algo que me sorprende desde hace muchos años y es que en los países donde más llueve es donde más tradición hay de usar pamela o sombrero, que sirve no sólo de elegante adorno, sino también para protegerse del sol. Sin embargo, en estas tierras soleadas la mayor parte del año es raro ver a una señora tocada con un sombrero en cualquier acto público, salvo que sea una boda de postín y lo cierto es que están pasadas de moda y han sido sustituidas por melenas pasadas por las manos de un alocado peluquero que odia los cabellos femeninos convirtiéndolos en paja.
No hablemos de los hombres, que en Palma se cuentan con las manos y son más que conocidos, sí, conocidos con sus nombres y apellidos postineros, los únicos que se atreven a usar con normalidad esta prenda tan necesaria que protege del sol y de sus excesos y que, además, usada como es debido, resulta elegante y levanta un look con un solo toque de fantasía.
En el norte de Europa el sombrero se usa en el campo, en las cacerías, por supuesto, en las bodas a modo de chistera para enaltecer el chaqué de mañana o acompañar el frac de las noches de gala. En esos países donde el frío aprieta y el sol es escaso, la tradición de cubrirse en los actos más importantes nunca ha pasado de moda, precisamente porque no lo es. Es tradición y es necesidad al mismo tiempo.
Resulta curioso ver cómo las damas en la fiestas nacionales de países como Bélgica acuden a los actos con pamelas y tocados bajo una llovizna que a nadie espanta, mientras que en España, bajo un sol abrasador, vemos a ministras, por no hablar de la que más manda, arrugando el ceño paralizado por el bótox, destocadas y, como consecuencia, luciendo brillos sobre esas frentes planas por la manía de no usar algo que las proteja. Qué elegantes son las sombrillas, por cierto, y qué bien las usan algunas.
Parece que la culpable, siempre hay que buscar a un culpable, es doña Sofía de Grecia, que desde que se convirtió en Reina de España decidió dejar de usar adornos útiles en su cabeza. La excusa, según algunos entendidos, es que a la Reina no le quedan bien o no se gusta con ellos, porque a ver quién coloca algo digno sobre ese cardado único y milagroso que luce desde que era una joven casadera y que permanece inalterable en el tiempo. La que más manda tampoco las usa, en España, porque en las ceremonias del extranjero que las exigen sí que se toca de la manera más sofisticada. Particularmente me parece una falta de respeto que fuera sí y dentro no.
Pobres sombrereras de España, abandonadas, sufriendo para encontrar una cabeza donde lucir sus fantasías que hacen que todo vestido parezca más bonito, si es acertada la fantasía sombreril, claro está. En fin, todo este párrafo, cuya misión informativa es nula pero entretenida, porque en realidad me importa un pito lo que haga la que más manda, es para hacerle notar a todo un mundo que me rodeó hace unos días durante un desfile romántico, que comenzó bajo el sol abrasador de las cinco de la tarde, cómo el uso de un sombrero o pamela -olvidemos las gorras deportivas por el amor de Dios- habría subsanado muchos problemas que pudieron derivar en lipotimia.
Novias de otoño
Un elenco de modelos para unos vestidos de lo más románticos con toque glam mediterráneo, con unos peinados diseñados por Sergio Quesada para la ocasión y un maquillaje fresco en tonos cálidos de la mano de José Ojeda nos deleitó bajo ese sol abrasador del que les hablaba antes.
Los organizadores eligieron la magnífica capilla neogótica de la possessió de Sa Torre, mandada construir por la mítica noble mallorquina conocida popularmente como La gran cristiana, que en cada uno de sus enormes predios mandada construir un templo digno de presidir cualquier parroquia. Hoy, la que fue casa de Doña Catalina Zaforteza y Togores es un magnífico hotel, que habría horrorizado a su señora, pero que sigue en pie gracias a ello.
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