Y Landowska volvió a la Cartoixa de Valldemossa 113 años después
La intérprete y compositora polaca regresaba de la mano de la musicóloga Inés R. Artola y Diego Ares, triple Diapasón de Oro
La intérprete y compositora polaca Wanda Landowska (1879-1959) ya era conocida en la península antes de acercarse a Palma. Precisamente, ella fue la introductora en España del concierto histórico, entendiendo por tal el que tiene lugar utilizando instrumentos de época. A ella se debe sir ir más lejos, la recuperación del clavicémbalo como instrumento de concierto.
El reconocimiento de Landowska en España se remontaba a comienzos del siglo XX, de manera que al visitarnos, a finales de 1911, de inmediato fue acogida por la alta burguesía palmesana, bastante cultivada por entonces, y de ahí el éxito cosechado en sus dos recitales de noviembre en el Principal de Palma. La sorpresa llegaba recientemente, cuando en la Biblioteca de la Universidad Musical Frédérick Chopin de Varsovia se descubrieron varias carpetas, durante décadas olvidadas, que contenían abundante información a propósito de su visita a Mallorca. Es cierto que ya he escrito a propósito de Wanda Landowska en este Cuaderno, pero lo vivido el pasado día 25 de mayo en la Celda nº 4, cabe entenderlo como un acontecimiento único.
Es más. El titular, es rigurosamente cierto: Wanda Landowska regresaba a la Cartoixa de Valldemossa 113 años después. Y lo hacía de la mano de la musicóloga Inés R. Artola, descubridora de aquellos documentos, unido al testimonio musical de Diego Ares, triple Diapasón de Oro, además de ser una autoridad mundial en el uso del clave de acuerdo a las enseñanzas de la propia Landowska, que allí estaba encarnada en los manuscritos, recortes de prensa y fotografías que integraban la emotiva exposición solo abierta al público el mismo día de tan singular doblete: conferencia y recital.
El altillo de la Celda nº 4 rebosante de un público que permaneció atento a cuanto sucedía de principio a fin, con inicio a cargo de Inés R. Artola, que además de musicóloga, es pianista y profesora en la Universidad Musical de Varsovia. Su parlamento refería los hallazgos encontrados en las carpetas y lo que llamaba la atención era la apretada agenda de Wanda Lansdowska en su visita a la isla, con permanentes desplazamientos a diestro y siniestro en perfecta sintonía con lo que entendemos como el espíritu del viajero.
Impresionantes, por cierto, las fotografías que testimoniaban la visita de la compositora polaca a la Cartoixa de Valldemossa, especialmente aquella en la que está sentada en el jardín de una de las celdas, transmitiéndonos ese grado de máxima satisfacción que reflejaba su rostro. Después le llegaría la vez a Diego Ares, con un recital que cabía interpretar como recreación de las dos noches en el Teatre Principal, el 29 y el 30 de noviembre de 1911, y por eso mismo allí estaban desplegados el clave –en el escenario- y el piano de cola Pleyel de 1850 –situado entre el público- a modo de recreación de los recitales de Landowka, de quien pudimos escuchar algo de obra propia: Valse en mi menor Feu Follet, Des petits couturiers cheminaient y por último su recreación personalísima, Country dances, a partir de la pieza de Mozart, Ländlerische Tänze k 606. Fascinante ver el desdoblamiento de Diego Ares, ahora clave, luego piano, clave otra vez, y así todo seguido.
Diego Ares es fiel continuador de las técnicas de Wanda Landowska que se resumen –como ella decía- en «tocar con convicción». Viejo conocido del Festival Pianino (era la cuarta vez que acudía), enamoraba su sencillez y la naturalidad llegado el momento de expresar sus ideales. Después llegaba la exquisita concentración para atacar el teclado del clave, con determinación efectivamente. Les sugiero que escuchen grabaciones de Landowka ante el clave y las comparen con grabaciones de Ares. La similitud es evidente.
Un valor añadido de la recreación de los recitales en el Principal era que se trataba de un esquema que le permitía a Diego Ares regresar al piano, que él tanto añora, porque mayormente le llaman para tocar el clave, y además, no era un piano cualquiera: el Pleyel de cola de 1850 exige disponer de una depurada técnica para abordar un concierto histórico con este instrumento.
Así llegamos a los bises, muy numerosos, porque el público no se cansaba de pedir más. Hubo un momento mágico, cuando pellizcó al clave un breve fragmento de las Variaciones Goldberg de J. S. Bach, una composición de la que se recuerda especialmente la interpretación que ella hizo en 1933, si bien estas variaciones le acompañaron, siempre, a lo largo de su vida.
Era inevitable mirar de reojo durante la velada aquellas fotografías tomadas en la Cartoixa y que evidenciaban su regreso al lugar 113 años después.
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