Sánchez es un petardo explosivo
Sánchez se rinde a los golpistas: llama «piolines» a los policías enviados a Cataluña por el 1-O
Monumental pitada a Marlaska en la Academia de Policía tras despreciarles Sánchez como «piolines»
O un cohete borracho. No son apreciaciones del cronista. Pertenecen al libreto de una antigua función teatral -no recuerdo el autor- que califica con estos desdenes al protagonista de la obra, un señorito mal criado que, a base de cometer toda serie de fechorías (juego desbocado, placeres sin cuento, derroches mujeriles…) estaba dejando a su familia en las puñeteras raspas. Encima, el tipejo era un prestidigitador de la mentira, y en el colmo de sus actuaciones, se distinguía por volcar sobre los demás la responsabilidad, culpabilidad, más bien, de todos sus desmanes. En un momento, ya casi la final, del teatro, el sujeto respondía así a la madre que le afeaba, con mucho tino y dolor sus actuaciones. Decía a su progenitora: “El dinero que me gasto yo es el que vosotros robasteis a los pobres con vuestros negocios”. La madre, llorosa, le dejó por imposible,
Recordaba el cronista esta obra de juventud, escuchando, atónito, al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Castejón, insultando a sus policías y guardias civiles, con un ultraje tomado directamente del vocabulario procaz de sus socios de Gobierno: los golpistas de octubre de 2017. El improperio fue festejado por los parlamentarios del PSOE que, al mando del cenizo Simancas, prorrumpieron en una ovación de minutos sólo semejante a la que minutos antes habían realizado cuando su jefe, el petardo explosivo que aún okupa la Presidencia del Gobierno, llamó “mangantes” a los diputados del Partido Socialista. Es este hombre el que, con un desahogo sin igual, lleva años imputando al PP una catarata de improperios que, en atención a sus propias manifestaciones: “Les inhabilitan para gobernar”.
La situación de Sánchez es de psiquiatra. En un manual de esta especialidad, muy sintético, que aún guardo de los tiempos estudiantiles, se alertaba sobre las desmedidas reacciones que puede adoptar un individuo que se cree acosado, y que no admite, desde su patología narcisista, que nadie se atreva a criticarle, menos aún pedir su salida. El aviso sirve para la ocasión. Ya va por dos veces que en la misma sede de la soberanía popular, Sánchez injuria a su antecesor, Mariano Rajoy y a todo su gobierno, con un término de juzgado de guardia: “mangantes”. Habla de corrupción el preboste de un partido, el Socialista que es el único que tiene condenado nada menos que a dos de sus presidentes (también presidentes de la Junta de Andalucía) como cómplices de un monumental desfalco: los cientosmillones que se llevaron para rabizas y drogas todos sus colaboradores.
Pero eso, con ser grave, demoledor, es menos importante que la constancia de este personaje falaz, que cada día da un paso más en sus insidias, en su perversidad, en sus mentiras contra todo el que osa contradecirle. Ya manifiestan los psiquiatras que un sujeto en esta situación es, literalmente, “capaz de cualquier cosa”. También son muchos los observadores y analistas, que alertan sobre los comportamientos próximos de Sánchez: “A medida que vaya oteando su fracaso electoral y su marcha del poder, más acentuará sus dicterios contra la oposición y más se rendirá a los socios que, por puro provecho, le mantienen en La Moncloa”. Nos encontramos, pues, ante un político muy peligroso, al que golpea la economía, y ya no encuentra crédito ni siquiera entre sus pasados electores, ¡qué decir del Banco de España que le ha puesto a caer de un burro, o de los organismos internacionales que, en sus medidos, pero irrebatibles lenguajes, ya no le conceden el menor vestigio de fiabilidad.
Veáse por ejemplo, las cauciones que está tomando la dirección de la OTAN cara a su reunión veraniega en Madrid. Al respecto me indica un diplomático que conoce muy bien el funcionamiento interno de la Alianza Atlántica: “Lo que le advierte a nuestro Gobierno en público es la mitad de los temores que albergan sus jefes en privado”.
Desde luego, los pronósticos en ningún modo son positivos para nuestro injurioso cohete. Sus correligionarios, que todavía conservan a trancas y barrancas el carné del PSOE, no pueden creerse que, en su megalomanía, esté preparándose algún puesto de importancia en Europa o en el mundo, porque, según avanzan estos observadores, el tipo en cuestión ya tiene decidido no comparecer más en las urnas para no llevarse un varapalo similar al que le aventan las encuestas en las venideras elecciones de Andalucía.
Un periodista, de corazón siempre rojo, lo que nunca le ha impedido una cierta neutralidad intelectual, me señala: “No te engañes: ya tienen preparada en Moncloa la respuesta a la posible hipotética hecatombe del 19 de junio”. “¿Cuál?” pregunto. Responde: “Dirán que unos comicios regionales nada tienen que ver con los generales y apostarán a que una recuperación de la economía que, dicho sea al paso, no se percibe por parte alguna, devolverá las cosas a su sitio y el PSOE volverá a ganar”.
Como se ve, este hombre no es sólo un cohete borracho más peligroso que un mono con una navaja barbera en la mano, tampoco únicamente un petardo explosivo, capaz de estallar en los pies de barro de la gobernación española; es más, es un individuo ya enfermo pernicioso en el trance de practicar una estrategia de tierra quemada, es decir, coloquialmente esto: “Para lo poco que me queda en el convento, me meo dentro”. No sólo va a continuar rindiéndose a los enemigos de la Patria (concepto, por cierto, incluido en nuestra vigente Constitución) sino que pretende terminar subvirtiendo a toda prisa el orden social y moral que durante siglos ha asegurado la permanencia de España como Nación. No hay nada, ni nadie que resista a sus invectivas soviéticas. Arrasará con todo antes de que, de una vez por todas, el país le condene a galeras y algún juez tenga la decencia de conducirle al banquillo. Acompañado de dos jueces: los siniestros cómplices, Margarita Robles y el pequeño Marlaska, Sánchez es un sujeto nocivo para España, es un petardo explosivo y un cohete borracho. Todo sepultado bajo ese hortera traje azulillo que parece rescatador de un mercadillo aldeano.
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