Altas dosis de cariño, vocación y profesionalidad: los tres ingredientes clave de la Ayuda a Domicilio
Ayudar a las personas mayores y/o dependientes a ser autónomos en su propio hogar el mayor tiempo posible, darles atenciones y altas dosis de cariño. Estas son sólo algunas de las competencias que cada día más de 25.000 profesionales sociosanitarias de los Servicios de Ayuda a Domicilio de Clece ofrecen a más de 120.000 usuarios en toda España.
El trabajo de estas profesionales, ya que en su mayoría son mujeres, consiste en acudir cada día a los domicilios de las personas que lo necesitan para ayudarles a hacer aquello que ellas, por su edad o deterioro físico y cognitivo, no pueden llevar a cabo. Silvia Paniagua, auxiliar de Servicio de Ayuda a Domicilio de Clece, explica que, entre otras cosas, “les aseamos todos los días, hacemos la compra si ellos no pueden bajar, salimos de paseo con ellos, o llevamos a cabo tareas de mantenimiento en sus casas”.
Paniagua detalla, además, que los usuarios a los que van a ver a diario para que “vivan limpios y en condiciones dignas” con el fin de darles “mejor calidad de vida” terminan convirtiéndose casi en parte de su familia. “Tengo una señora de 87 años que se ha quedado ciega con el paso del tiempo y, además, tiene Alzhéimer y tenemos una conexión muy especial porque le gestionamos cosas como, por ejemplo, las citas médicas. Al final forman parte de tu familia porque pasamos mucho tiempo con ellos, nos queremos, nos gastamos bromas y notan nuestro cariño”, añade.
Por su parte, Irene Irrazabal, también auxiliar de Servicio de Ayuda a Domicilio de Clece, describe que durante las horas que está en las casas de los usuarios “desarrollamos competencias de terapia ocupacional, hacemos con ellos ejercicios de memoria, charlamos y estimulamos su autonomía para que tengan una buena calidad de vida durante muchos años”.
Paniagua cree que la clave de esta profesión se basa, además de en la profesionalidad y conocimientos de geriatría, es “la empatía”. Y explica, además, que le “encanta” su trabajo porque “soy muy dada a ayudar a la gente. ¿A quién no le gusta que le ayuden si lo necesita? A todos. Siempre debemos pensar cómo nos gustarían que nos trataran a nosotros mismos al ser mayores, si buscas la respuesta verás que ahí está la clave de las cosas bien hechas”.
Mayra Rivera, auxiliar de Servicio de Ayuda a Domicilio de Clece, relata que cada día comienza su jornada laboral a las 7 de la mañana. “Voy a las casas de los usuarios, les ducho, doy el desayuno y las medicinas para que vayan al centro de día cuando vienen a recogerles. Luego, cuando regresan a sus casas, estoy allí esperándoles para atenderles de nuevo”.
Rivera, que habla enérgica y simpática, apunta que “para hacer este trabajo se necesitan tres cosas: kilos de amor, paciencia y empatía. Nuestra labor es darles muchísimo amor y hacerles la vida más fácil, así que tengo claro que cuando estoy con ellos les doy muchísimo cariño, uso la psicología todo el tiempo para que estén cómodos y, si les pasa algo, pues también me lo puedan contar si quieren”.
Cuando hablan de lo mejor de este trabajo del Servicio de Ayuda a Domicilio todas llegan a la misma conclusión: “La satisfacción de ayudar a estas personas que nos necesitan para hacer muchas cosas de su día a día”. ¿La parte mala? En este sentido, y según apunta Paniagua, “lo peor cuando ves que se deterioran. Como es comprensible van a peor y los años pasan para todos. En sólo tres años cambian mucho, en estas edades no es lo mismo tener 82 años que 87 años. Se nota mucho, así que ves el deterioro y lo sufres, claro, porque les coges mucho cariño”.
Irrazabal, que acaba de terminar su jornada, relata que “es cierto que a veces llego muy cansada porque también se trata de un trabajo físico, les tienes que levantar, mover, traer, llevar; pero al mismo tiempo que estoy descansando pienso en lo satisfecha que me siento por verles tan agradecidos. Los lunes cuando llego, que el fin de semana no voy a sus casas, me dicen que me han echado de menos o que sin mí no son nada y me siento bien porque sé que estoy dando todo de mí. Me río mucho con ellos y ellos conmigo, son muy simpáticos y nos entendemos muy bien”.
En esta última afirmación está de acuerdo Rivera, sin duda. “Cuando me dicen con guasa “¡Gracias, chavala!” me muero de la risa. ¡Es que llevamos juntos muchísimos años! Me gusta mucho mi trabajo y, aunque no es fácil, cada día salgo de buen humor y les doy horas de amor, cariño e intento que estén activos. De hecho, esté haciendo lo que esté haciendo me los siento al lado y pido que me cuenten cosas”.
Y concluye: “Son gente que inspiran al buen trato, así que cuando me dan las gracias me siento viva porque me siento útil y eso, eso es maravilloso. Llevo desde los 15 años tratando a gente mayor y tengo más de 50 años, así que te puedo decir que las sonrisas son sanadoras, por eso siempre la llevo para ellos. Vocación, amor y sonrisa, tres ingredientes infalibles”.
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