Vergoña Gómez de Sánchez
Dice el refranero que la vergüenza cuando sale ya no entra, porque una vez perdida, la vergüenza se perdió para toda la vida. Si echamos la mirada atrás podemos recordar fácilmente cómo, al inicio de su carrera política, pillamos a Pedro Sánchez metiendo votos en una urna escondida detrás de una cortina, tratando de falsificar el resultado del Comité Federal del PSOE que finalmente le descubrió y le obligó a dimitir. Y sin ninguna vergüenza, Sánchez se subió a su Peugeot 407 acompañado de Koldo y de Ábalos para recorrerse España recabando apoyos entre las bases de su partido y así volver a convertirse en el líder del PSOE, dejando a la vista de todos que su ambición de poder es muchísimo mayor que su vergüenza.
Que Pedro Sánchez es un redomado sinvergüenza ha quedado más que acreditado desde entonces. No le dio ninguna vergüenza que nos enterásemos de que su tesis doctoral era más falsa que el patriotismo que intentó fingir posando delante de una bandera de España de más de 4 metros de ancho por casi 3 metros de alto, en un mitin para las elecciones catalanas de 2015. En septiembre de 2018, OKDIARIO adelantó en exclusiva que la inmensa mayoría de aquella tesis había sido realizada con material del Ministerio de Industria por un investigador que trabajaba para ese departamento en la etapa del Gobierno de Zapatero. Y mientras en todas las democracias occidentales los políticos que son acusados de plagiar sus tesis doctorales dimiten inmediatamente de sus cargos, Sánchez anunció cinco meses más tarde que sería el candidato del PSOE en las elecciones convocadas para abril de 2019 con toda su tesis fake a cuestas.
Sánchez tiene la desvergüenza de organizarse visitas de 15 minutos a empresas públicas que le sirven de excusa para justificar cada desplazamiento que hace en Falcon a un acto de su partido. Él sabe que le hemos pillado el truco, igual que le pillamos llevándose a sus amigos en el avión oficial a ver un concierto de The Killers en Castellón. Y en vez de esconderse avergonzado y dejar de hacer uso privado de los lujos públicos, se hace una fotografía posando con sus Ray-Ban para intentar parecerse a John F. Kennedy subido al Air Force One, porque no tiene vergüenza.
Tampoco la hemeroteca le provoca el menor sonrojo a Pedro Sánchez. Podemos poner imágenes suyas asegurando que no va a tomar ninguna de las decisiones más trascendentes que ha tomado tan solo unos meses después de prometer que no lo iba a hacer. Sánchez no formaría Gobierno con Pablo Iglesias, nunca habría ministros de Podemos, con Bildu no iba a pactar, en Cataluña él veía claramente un delito de rebelión, nunca iba a indultar a los golpistas catalanes, la amnistía no cabía en nuestra Constitución y a Carles Puigdemont se iba a encargar él de que se le trajera a España para que fuera juzgado aquí. No pasa nada. Nunca pasa nada. Sánchez dice que ha cambiado de opinión, que lo hace para frenar a la ultraderecha y para favorecer la concordia y la convivencia y se queda tan ancho. No siente ni la menor vergüenza.
Antes de que Sánchez saliera de detrás de la cortina tras la que se escondía para meter votos en las urnas, su esposa, Begoña Gómez, trabajaba en una pequeñísima empresa donde impartía formación a comerciales de telemarketing y de puerta fría para aseguradoras, compañías eléctricas, ONG, etc. Pero tras el ascenso de su marido, la esposa de Pedro Sánchez paso inmediatamente a anunciarse en sus redes sociales como la puerta por la que las empresas pueden acceder a los cuantiosos fondos que reparte su marido, y no le da vergüenza. Se reúne con empresarios cuyas empresas son luego rescatadas por el Gobierno de su marido, y no se sonroja. Firma con su nombre y apellidos certificados de apoyo a las empresas que financian sus cursos, para que ganen concursos públicos millonarios, y no se abochorna. No sabemos si algún día Pedro Sánchez y Begoña Gómez tuvieron vergüenza, pero si fue así, se quedó encerrada en la urna en la que le pillamos metiendo votos detrás de una cortina.
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