El veneno contra la vacuna
Una de las técnicas propagandísticas favoritas del líder nazi Joseph Goebbels era el principio de la transposición, que consistía en proyectar en el adversario político las acciones y deseos propios, respondiendo a un ataque con otro ataque de más enjundia, con el objetivo de disipar los errores que la opinión pública ha interiorizado y conviene que olvide. Si no se puede luchar contra una noticia, hay que inventar otra y situarla en el discurso hasta que todo el mundo la repita o se haga eco de ella.
A esta técnica hay que acompañarla de otros principios efectivos como el de la exageración (hacer de la anécdota o lo secundario la circunstancia más grave de la política nacional), vulgarización (que la propaganda sea de fácil consumo, destinada a las masas militantes obedientes y no pensantes, que olvidarán pronto el engaño al que le se le ha sometido para favorecer una causa) u orquestación (repetir de manera premeditada, estructurada y cohesionada las mismas ideas falsas por los mismos agentes el número de veces que sea necesaria hasta convertirlas en verosímiles) para que la sociedad piense lo que el Gobierno desea y hable lo que el Gobierno decida. Esto es lo que el sanchismo lleva haciendo cinco años.
Bajo esta realidad histórica, Bolaños, un gran admirador de Goebbels, esputó en la SER –Pravda radiofónico del Gobierno–, y con la flema soviética que le caracteriza, que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha convertido la región «en un nido de odio y crispación» y que «convive sin problema con el delito». Tamaña falacia representa a la perfección los mentados principios del dirigente nazi (Goebbels, no Bolaños) e instaura una forma eficaz de situar los mensajes en el escenario de la opinión pública y, así, manipular a quienes son consumidores de la información o difusores de la misma.
No extraña, por tanto, que medios y ciudadanos afines al régimen hayan replicado el argumentario facilitado, lo que evidencia la compra de mentes y voluntades por un Gobierno al que nada diferencia ya del que disfrutan en Venezuela, Cuba o Corea del Norte, salvo la eliminación física del adversario (es cuestión de tiempo con el socialismo).
El régimen va con todo contra Ayuso porque sabe que no tiene nada que perder cuando ya lo ha perdido todo, salvo el apoyo de la población amansada y las élites silenciadas. Atacar a quien mejor lidera la oposición, y a la vez preside la región que más y mejor ha entendido lo que conlleva no votar socialismo, resume el grado de desesperación que habita en Moncloa, quienes, desquiciados y completados en su huida hacia la nada, disparan contra la ley y hacen del delito causa, frente a la persona que más daño provoca con cada discurso y declaración. Lo paradójico e hilarante del asunto es ver al veneno erigido en solución contra la vacuna.
Pero que nadie se despiste de lo importante. Quien está hasta las trancas de corrupción es el Gobierno de Sánchez. Y Sánchez. Quien ha cometido el presunto delito de revelación de secretos contra un ciudadano anónimo es el Gobierno del PSOE. Y la ministra Montero. Quien ha usado a la Justicia para ello (Fiscalía General) destrozando una vez más la separación de poderes, es el Gobierno socialista. Y Marlaska.
Todo lo que ha sucedido a partir de ahí, gracias a los medios libres que quedan, determinantes a la hora de honrar su propósito y cometido (cuestionar, fiscalizar y vigilar al poder) es un aquelarre continuado de propaganda goebbelsiana de Ferraz y Moncloa.
Aunque de origen desconocido, la historia ha acabado atribuyendo a Esopo la conocida fábula del escorpión y la rana, que tan bien percute en el origen y desarrollo del PSOE. Porque el socialismo, al igual que el escorpión, lleva en su naturaleza la mentira, la manipulación y la miseria final, tres maneras de controlar a la población y desviarla de sus necesidades y problemas, que empiezan en el mismo momento que deciden votar a quien le quiere como esclavos y utiliza como ovejas serviles. En la España socialista de doctrina efervescente y currículum emocional, ya no se lee a Esopo, a quien Óscar Puente llamaría facha entre carajillo y esputo verbal.
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