La recesión se los comerá vivos
Se está perdiendo el miedo a decir la verdad. Los que durante cuatro años han cerrado su boca por temor a perder sus puestos en las instituciones de vigilancia y control al Gobierno ven ya cerca el fin del cuatrienio negro que perseguirá a Sánchez a lo largo de su vida y más allá.
Es el caso reciente de la AIReF, aunque hay que subrayar que el Banco de España y su gobernador, Pablo Hernández de Cos, han demostrado en solitario durante meses y años que hay que decir la verdad de la situación, aun descontando, al realizar tamaño ejercicio, la agresividad del poder gubernamental, nada proclive a que le remienden las cifras y mucho menos a contemplar la realidad.
Oír el pasado miércoles a una médica fracasada como María Jesús Montero perorar ante el pleno del Congreso de los Diputados sobre la situación de España conduce, por razones varias, directamente a la melancolía. ¿Qué ha hecho este sufrido y apaleado pueblo para sufrir tal plaga?
La economía, además de no entenderla, la desprecian. Y el que no sabe, no entiende. Entre otras cosas, porque la crisis no va con ellos; han constituido una casta de intereses al estilo putiniano, maduresco o castrista. Ellos, por un lado, el pueblo por otro. La nomenclatura en el plato, los subordinados a las migajas. Siempre ha sido así desde el golpe de Estado de octubre de 1917 (bolches contra menches).
Su realidad no es la realidad. Ahí tienen, por ejemplo, a Errejón, ¿recuerdan a aquel becario en negro? Su única preocupación hoy (con 60.000 parados más y 13 millones en riesgo de pobreza extrema) es que adolescentes de 12 años puedan cambiar de sexo. ¡Con un par! Es el reflejo en blanco y negro de lo que son capaces de no hacer con el poder en las manos. Alejados por completo de las preocupaciones de la gente , su teórica «gente» que maldice y vuelve a maldecir de la utilización que hicieron de ellos para llegar al poder y repartirse sueldos por encima de los 100.000 euros que, además, provienen de sus impuestos. Dicho de otro modo: utilizar a los pobres para hacerse ricos.
Hay que subrayar, sin embargo, que el espejismo estalla por las cuatro latitudes. Es difícil seguir engañando a millones de españoles a los que no les llega el cuello de la camisa. No saben crear riqueza, ni puestos de trabajo que no sean a golpe de dinero público y, por ende, intentan repartir miseria, que es su fuerte.
La inflación no se amedrenta ante sus soflamas huecas y hueras. Está ahí, imbatible para estos cuates de salón. Terminará por comérselos vivos y, de paso, a todos nosotros.
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