¿Por qué en el siglo XXI hay negacionistas?
En un mundo hiperconectado, en el que la inteligencia artificial avanza a pasos agigantados, en el que la ciencia nos muestra que todo -o casi todo- tiene explicación, y en el que las tecnologías nos permiten superar las limitaciones físicas que la naturaleza nos ha impuesto, existe un grupo de personas que reniega de todos estos adelantos, creando sus propias teorías, alejadas del sentido común.
Sí, aun cuando se ha demostrado con creces que las vacunas han salvado decenas de miles de vidas en el mundo, y que han contribuido a alargar nuestra esperanza de vida casi 40 años en el último siglo, hoy existen individuos que se creen con la suficiente superioridad moral para invalidar cuatro siglos de ciencia, o encontrar conspiraciones en cada idea colectiva. Por no hablar de los que creen que la tierra es un disco plano.
Aunque para muchos la primera reacción sea reírse o tildar de «pirados» a estos seres que se sienten «iluminados» por un aura diferente al resto de la humanidad, creo que es importante analizar con seriedad este fenómeno, que no tiene nada nuevo.
Lo primero que debemos revisar es el contexto en el que vivimos, ya que todo lo que nos rodea incide directamente en la calidad de nuestros pensamientos. Somos navegantes en la era de la sobre información; las fake news circulan sin ninguna censura; gobiernos y políticos mienten sin pudor; el presidente de la primera potencia mundial es capaz de afirmar que el cambio climático no existe; y otro megalómano inicia una guerra contra su vecino, intentando hacer creer a su propio país que tal guerra no existe.
Y en medio de este universo de medias verdades ¿qué puede hacer el ciudadano de a pie para saber en qué información confiar? Por más absurdo que nos parezca, en la era de mayor acceso a la información que ha vivido la humanidad, nunca como antes ha sido más difícil lograr una capacidad de discernimiento, de sentido común, o de pensamiento crítico.
Podríamos pensar que la respuesta lógica debería ser la de aferrarnos a la ciencia. Pero el problema es que esta «gran dama» es en gran medida inaccesible, con un lenguaje vetado al 90% de los mortales, y con postulados difíciles de aceptar para muchos incrédulos.
Y justo allí, en medio de esta fractura entre la sociedad y la ciencia es donde surgen los negacionistas, listos para llenar ese espacio de grises que nos deja el avance científico. Y no pensemos que un antivacunas es alguien sin formación ¿o quién no recuerda a Miguel Bosé liderando las marchas anticovid? ¿O a Trump diciendo que el Covid se combatía con lejía?
Y es que ser un reaccionario ante el sistema no es fácil, porque ello requiere un entramado mental que se debe construir en base a falacias lógicas. Porque para que el negacionista pueda argumentar sus ideas, es necesario que ignore toda la evidencia científica y tecnológica con el fin de poder mostrarse como un «experto» en cosas que el mundo entero ignora.
Para que un antivacunas pueda demostrar que sus ideas tienen más validez que las de una empresa de biotecnología con más de 100 años de existencia, apelará -por ejemplo- al inconsciente colectivo de que las empresas son perversas. Estas ideas tan simples funcionan porque están más cerca de las emociones primarias de la sociedad que de la razón. Entender las ideas científicas exige un esfuerzo intelectual muy grande, que no todos pueden o quieren ejercitar.
Otra forma de entender este fenómeno es que hoy muchas personas sufren por la falta de reconocimiento social, y al no encontrar otra forma de reafirmar su individualidad para que ésta sea valorada, quieren llamar la atención con denuncias frente a las supuestas conspiraciones, con el fin de ponerse en el foco de la “economía de la atención”.
Así que ni tontos ni pirados ni locos; sólo seres que han encontrado que el sentido de su vida, o la forma de validación ante los otros, es la de oponerse a la lógica aceptada por los demás.
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