¿Es posible un mundo sin «sesgos»?
Desde que desarrollamos el uso del lenguaje, tuvimos que dar un nombre a personas y cosas para designarlas y poder diferenciar unas de las otras.
Las palabras facilitaron nuestra comunicación y nos permitieron crear significados para cada una de ellas. Por ello, las palabras no son inocuas, ya que cada una de ellas encierra un concepto en sí misma.
Sumado a ello, en nuestro yo interior, las palabras adquieren una carga metafísica muy grande, ya que están directamente relacionadas con nuestras propias vivencias; y cada una de estas vivencias está almacenada en los recuerdos, que nos conectan a la vez con sentimientos y emociones.
La palabra «niño», por ejemplo, se asocia en el imaginario colectivo a sentimientos de protección, amor, cariño, ternura, etc. Sin embargo, si a esa misma palabra le agregamos el apelativo «mena», el significado cambia completamente, ya que esta palabra ha adquirido un uso despectivo, convirtiéndose en un sesgo.
Es un tema muy complejo, porque en la medida en que nuestras sociedades han evolucionado, nuestro lenguaje también ha tenido que hacerlo. Hasta hace tan solo 50 años, cuando se hablaba de una mujer, la palabra se relacionaba directamente con matrimonio, hijos y ama de casa; un sesgo, ya que no todas las mujeres tenían esas circunstancias. Hoy, una mujer además de todo lo anterior, también es profesional, trabajadora, estudiante, etc. Y por supuesto, sigue siendo mujer.
Es cierto que hemos avanzado, pero, hay algo que nos ha adelantado, y ese algo, creado por nosotros mismos, es la tecnología.
Hoy ya no sólo los humanos damos significado a las palabras, también las máquinas lo hacen, y por ello, hoy se habla de sesgos en la inteligencia artificial. La gran diferencia es que las máquinas no tienen conciencia o capacidad para dar una carga metafísica a las palabras; simplemente le asignan un valor que corresponde a un objetivo, previamente programado.
Muchas personas que no saben de inteligencia artificial -entre ellos políticos-, se están rasgando las vestiduras con este tema, y proclaman el fin de la humanidad como consecuencia de los algoritmos y los sesgos que estos presentan. Es cierto que se trata de un tema delicado, pero en tecnología hay desarrollos más peligrosos en inteligencia artificial de los que nadie habla.
Antes de culpar a las máquinas por el fin de la especie humana, deberíamos saber que una máquina no puede discernir éticamente ante una información dada, o sea, no tiene lo que Kant llamaría «agencia moral», y que es la capacidad para decidir entre lo bueno y lo malo.
Cuando un algoritmo tiene sesgos, ello se debe a muchas razones; alguna de ellas porque los datos que reciben ya están sesgados, o porque el programador trasladó sus propios sesgos -inconscientes en la mayoría de los casos- a la programación.
Hasta hoy, ninguna máquina computacional es capaz de dar un valor metafísico a las palabras como lo hacemos los humanos, ya que lo único que hace es cumplir los objetivos que previamente programó un humano.
Los sesgos en la inteligencia artificial son la herencia que los humanos estamos trasladando a la tecnología, y lo que deberíamos entender es que esta tecnología es el reflejo de los errores ancestrales que aún no hemos sido capaces de resolver en la vida real.
Sinceramente, no creo que seamos capaces de vivir sin sesgos; sin embargo, ahora que la tecnología pone el foco en este problema, podríamos trabajar de manera consciente en la reducción de estos sesgos en nuestro propio lenguaje
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