Opinión

Pasar a la Historia

  • Pedro Corral
  • Escritor, historiador y periodista. Ex asesor de asuntos culturales en el gabinete de presidencia durante la última legislatura de José María Aznar. Actual diputado en la Asamblea de Madrid. Escribo sobre política y cultura.

El viejo periódico republicano El Liberal, que tuvo 60 años de existencia, desde 1879 hasta su cierre por Franco en 1939, divirtió a sus lectores madrileños durante dos décadas con una sección llamada Casos y cosas, donde incluía chistes, chirigotas, epigramas y lo que hoy llamaríamos microrrelatos de diverso porte y pelaje. El sábado 16 de diciembre de 1893 se publicó en dicha sección de El Liberal el siguiente lance:

«Un estúpido muy vanidoso decía a sus amigos:
-Sí, señores; yo pasaré a la historia.
Y uno de los oyentes le contestó:
-Tienes razón; pasarás a la Historia… natural».

Llover ha llovido desde la aparición de aquel personaje petulante retratado en El Liberal. Eran los tiempos de la regente María Cristina, no la del «me quiere gobernar», sino la del «desastre». Pero el almanaque de la política española parece el de antaño. Los tiempos de la nación son confusos: andan de nuevo en círculos, como un viejo disco de vinilo, sobre el rayado tema de España como problema.

Llover ha llovido, sí. Veinte años antes del chiste sobre el vanidoso, los republicanos federales se habían enzarzado entre sí en la sala de despiece de la nación. Los intransigentes promovieron la rebelión cantonal contra el Gobierno de Francisco Pi y Margall y los benévolos. Aquello terminó cuando se sofocó la rebelión cartagenera, cuyo cantón llegó a pedir a Estados Unidos que le permitiera ampararse bajo su bandera, pero a nadie en Hollywood se le ha ocurrido hacer aún la película. El resto es también conocido, lo mismo que aquella sentencia atronadora del que fue presidente de la primera aventura republicana, Estanislao Figueras, que de vez en cuando ilumina como un relámpago nuestro escenario político: «Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!». Como ahora.
La de Figueras es la frase típica de quien no quiere pasar a la Historia. Quizás porque sabía que el precio por intentar pasar sería convertirse en un obstáculo para el futuro de la nación, fuera cual fuera.

El reciente «pasaré a la Historia» de Pedro Sánchez no es tan sólo la declaración de un petulante. Es la confesión de quien se sabe malversador de los mejores años de la España contemporánea sin ofrecer a cambio nada que los supere, salvo esa incierta evocación de la «luminosidad» republicana como quien habla de la bioluminiscencia de los peces abisales. Después de más de 40 años de libertad, paz y bienestar, ¿quién dijo que habíamos superado qué? Hoy España parece más ruedo ibérico valleinclanesco que nunca. Por fuerza. Sánchez ha logrado injertar el esperpento golpista del independentismo catalán en todas las raíces institucionales de nuestra democracia aun a riesgo de pudrir el árbol cuya fronda nos cobija a todos.

La Constitución de 1978 puso fin a una crónica secular de constitucionalismos de parte. Nunca pudimos imaginar que pudiera ser un simple paréntesis que Sánchez está dispuesto a cerrar para mantenerse en el poder a cambio de blindar los proyectos de sus socios contra España. Al menos los socios no engañan. ERC y Bildu llevan escrita la independencia en la frente para sus seguidores. Sánchez lleva escrita la estafa para el resto de los españoles. Sin duda, Sánchez pasará a la Historia, pero a la natural, como decía el viejo diario republicano. Por ese obtuso darwinismo que en cada decisión suya antepone siempre la supervivencia de su poder a la de una España constitucional cada vez más debilitada.