El ‘pacto del Tonel’
Debe de ser que la desaparición del genial dibujante y humorista Francisco Ibáñez me ha empujado a una regresiva nostalgia de esa «patria del hombre» que es la infancia. Lo digo porque últimamente no dejo de evocar algunas páginas inolvidables de aquellos viejos álbumes de tapa dura y brillante, de Mortadelo y Filemón, Astérix o Lucky Luke, que mi madrina Bibi (q.e.p.d.) me regalaba por santos y cumpleaños.
Nada más lejos de mi intención que rivalizar con los exégetas de los resultados electorales del pasado domingo, pero me ayuda a aclarar mis ideas la imagen del maltrecho jugador de rugby bretón, Ipipurrax, que recibe en la banda un sorbo de poción mágica, sacada del tonel del posadero Relax, en Astérix en Bretaña.
Es evidente que a la victoria de Núñez Feijóo le ha lastrado, entre otras cosas, el escrutinio en el País Vasco y Cataluña, donde el PP sólo ha conseguido ocho de los 66 escaños en liza en ambas regiones. Y ello a pesar del crecimiento en un 80% del apoyo del electorado catalán al PP, que ha superado en votos tanto a ERC como a Junts. Pero ante los seis diputados populares de Cataluña, los 19 del PSC marcan una más que notable diferencia, capaz de neutralizar una mayoría absoluta de la derecha en toda España.
Pedro Sánchez no da puntada sin hilo y sin que haga sangrar algún dedo de sus adversarios. Los indultos a los políticos que dieron el golpe a nuestra democracia en Cataluña, la extinción del delito de sedición y la rebaja de las penas por malversación de fondos públicos le habrán podido costar votos en el resto de España. Pero su política de presunto appeasement frente a los partidos responsables del golpismo en Cataluña ha recibido una notable recompensa con los siete diputados de más obtenidos por el PSC respecto a 2019.
Sin duda, esto sucede porque en Cataluña hay establecida entre los socialistas y los independentistas una sociedad de apoyos mutuos que hace posible esta alternancia de auxilios, siempre en detrimento de las opciones constitucionalistas. Y esta sociedad tiene su peso también en toda España, como se podrá comprobar con el juego de las alianzas que Pedro Sánchez intentará desplegar tras el 23J.
Del llamado pacto del Tinell, que selló en 2003, en tiempos de Rodríguez Zapatero como secretario general del PSOE, la alianza anti-PP entre los llamados «progresistas» con las opciones excluyentes, separadoras y xenófobas del ultranacionalismo catalán, hemos pasado al «pacto del Tonel», esa barrica de votos de partidos contrarios a España que le podrían dar a Sánchez nuevos poderes extraordinarios, como al bretón Ipipurrax, para mantenerse en la Moncloa pese a ser el perdedor de las elecciones.
El primero de los pactos comprometía a los partidos firmantes a no establecer ningún acuerdo de gobernabilidad con el PP en el gobierno autónomo catalán. Además, acordaban impedir la presencia del PP en el gobierno de España y renunciar a hacer con él pactos de gobierno y parlamentarios estables en las Cortes. Con el nuevo pacto del Tonel, las mismas fuerzas políticas podrían acudir ahora a socorrerse una vez más para cerrar el paso a un gobierno del PP.
Sin duda, el nacionalismo es el más estimulante bebedizo que se haya destilado nunca en los laboratorios del marketing político. No es solo que quien lo bebe se cree con más derechos que el resto de sus vecinos, incluso para decidir ellos solitos la desmembración de la nación: también otorga superpoderes para, con menos de dos millones de electores, dar vida al Gobierno de 47 millones de españoles. Para ello es condición indispensable que exista un aprendiz de brujo que se crea capaz de meterse en el gran charco del separatismo para exprimirlo en un cubo con una fregona, aunque termine ocasionando una imparable inundación que nos ahogue a todos.
Va siendo cada vez más claro que Sánchez comparte con los independentistas no sólo la aversión a la derecha constitucionalista. El acuerdo del PSOE-PSC con ERC para crear la «mesa de diálogo para la resolución del conflicto político» demuestra su comunión con la fabulación de la siempre postergada e interminable construcción de las naciones oprimidas y agraviadas de modo permanente por el Estado español.
En este inacabable viaje a Ítaca has de pregar que el camí sigui llarg, que cantaba Lluís Llach en la versión de Kavafis por Carles Riba, porque cuanto más largo sea, más beneficioso resultará para algunos. No importa no arribar a ningún puerto mientras mantengas la ilusión por llegar y, sobre todo, mientras mantengas el poder o ayudes a tu socio a mantener el suyo.
A la vez que no se llega nunca a destino, se va completando la cartografía de la expansión interior por los nuevos dominios, que son la conciencia de los ciudadanos, verdadera carta de navegar de los nacionalismos, para que los derechos individuales, liberales y civilizadores proclamados por la Constitución española sean relevados por los derechos colectivos, reaccionarios y tribales diseñados por el clan dominante en cada territorio. ¿Quién habló de paso atrás?
Sin duda, sigue pendiente un extraordinario esfuerzo de pedagogía cívica y democrática para desactivar el negocio del poder nacionalista, que trata de vender a los ciudadanos parcelas en naciones inexistentes como quien las vende en Urano, al precio de la libertad aquí y ahora, para que no puedas hablar, pensar, leer, escribir, cantar, reír o llorar como te parezca, y sobre todo en la lengua que quieras. ¿Quién habló de censura?
Y mientras en Cataluña y País Vasco sigan parcelando sus ensoñaciones independentistas con la ayuda de agrimensores kafkianos como Sánchez, España se nos irá quedando hecha un solar sin una solución de gobernabilidad que afronte con rigor los verdaderos problemas que nos acucian como nación a todos: catalanes, asturianos, extremeños, riojanos, murcianos, vascos, gallegos, etc.
Problemas que requieren soluciones nacionales, compartidas y solidarias, dialogadas con todos los que tengan voluntad de fortalecer a España, y que no se arreglan con referéndums territoriales ni emplastos anticonstitucionales ni proclamas cantonales.
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