A Iglesias no le llega la camisa al cuello
El solemne, aunque austero, acto del 12 de octubre en el Palacio Real sirvió para comprobar que Pablo Iglesias tiene que hacer su numerito allá donde va -la mascarilla en apoyo a la sanidad pública y a la República- y que cuando el otro día garantizaba que el Tribunal Supremo no ejecutará contra él el suplicatorio para investigarle por los delitos de revelación de secretos, delitos informáticos y denuncia falsa en relación con el caso Dina-Iglesias, no estaba diciendo la verdad. Para estar tan seguro de que el Supremo no le investigará, su conversación de varios minutos, a solas, con el presidente del CGPJ y del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, revela que el vicepresidente segundo del Gobierno no lo tiene tan claro, ni muchísimo menos.
El líder de Podemos y el máximo responsable del Poder Judicial dialogaron durante tres minutos con rostro serio. Casualmente, Iglesias fue el único miembro del Gobierno que, más allá del saludo protocolario, se paró a conversar con Lesmes. Después de que el secretario general de Podemos criticara abiertamente al Rey por romper la «neutralidad» tras conocerse que le había hecho llegar al presidente del Supremo su deseo de estar en Barcelona en la entrega de despachos a la nueva promoción de jueces -no pudo estar porque se lo prohibió el Gobierno socialcomunista-, el encuentro de Iglesias con Lesmes adquiere una dimensión distinta una vez que el juez García-Castellón elevó al Supremo la exposición razonada para que investigue al vicepresidente segundo.
Cabe recordar que Iglesias no contempla «ni como mera hipótesis» que pueda ser imputado. Que el lector saque sus propias conclusiones, pero su breve encuentro con Lesmes revela que el líder de Podemos está preocupado por su horizonte penal. No es para menos: el juez García-Castellón cree que Iglesias llevó a cabo una «consciente y planificada actuación falsaria» por su personación en la causa como perjudicado «fingiendo ante la opinión pública y ante su electorado haber sido víctima de un hecho que sabía inexistente, pocas semanas antes de unas elecciones generales».
Esos tres minutos a solas con el presidente del Supremo demuestran que a Pablo Iglesias no le llega la camisa al cuello.
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