Opinión

Génova y la sociología confundida

Cuando en el PP llevaron su moderación al grado supino más elevado del complejo y expresaron su deseo de trabajar en Europa, codo a codo, con sus homólogos socialistas, los cimientos de la batalla cultural chirriaron una vez más. La habitual coyunda con que la izquierda ata en corto a la derecha tradicional sobre lo que hay que opinar y no, ha alcanzado en los últimos tiempos su punto más álgido de despropósito, y entregó a su habitual votante, por momentos confundido, una prueba más de que la defensa de una España sin Sánchez ni el PSOE parece que no pasa por el aro de ciertos bueyes que tiran en dirección opuesta a la correcta.

Los últimos sondeos y encuestas dan a los populares una cierta ventaja -insuficiente- respecto al partido que ha convertido España en un salpicadero de corrupción y escándalo constante, con una población sometida a un infierno fiscal progresivo y progresista y un futuro marcado por la incertidumbre laboral y la inseguridad física y económica. En Génova, los números siguen sin darle la mayoría que necesita para articular una alternativa real y sólida a Sánchez. El suelo del PSOE, tan alto que ha agrupado en torno a sus siglas al votante de extrema izquierda, sigue preocupando en aquellos que consideran que el objetivo pasa por captar votante socialista hastiado de sanchismo, un imposible metafísico, como pedir a Irene Montero que abrace el sentido común o a Zapatero que deje de apoyar dictaduras. Sin embargo, quienes rodean al líder del PP siguen creyendo factible seducir antes a medio millón de posibles socialistas desencantados que a cuatro millones de indignados abstencionistas, cuando es aquí donde hay que poner los huevos y la estrategia, no en imaginarias redes ni en soluciones mágicas sobrevenidas. De seguir así, la realidad les despertará de su sociología confundida.

La política es fondo y forma, pero, sobre todo, inteligencia pública y contexto. En el PP deben guardarse mucho la ropa en su intento de seguir buscando al socialista templado que un día creen que se levantará con ganas de votar las siglas populares. Porque eso no pasará, por mucho que temple y centre su discurso Feijóo. Ni el más moderado de los socialistas, si eso existe, votaría otra cosa que no fuera al PSOE, o a un trasunto impostor del mismo. Si el PP nacional aspira a eso, debería ser consecuente, y sobre todo honesto, con sus votantes. Y confesarles a qué aspiran y por qué la batalla cultural es un invento de fachas demodé. Y que no teman si se les oculta que los peores resultados del partido han venido siempre de su abdicación en la defensa de sus principios y votantes, aquello que un día unió Aznar, y que Rajoy, con su particular gestión del tiempo, acabó por desterrar, gracias a sus pusilánimes y huidizas complacencias, que obligaron al votante liberal-conservador a buscar acomodo, primero en Ciudadanos, y después en Vox.

Si yo fuera Feijóo, entendería que los votantes de mi partido se encontraran más cómodos escuchando a sus más insignes representantes afirmar que no hay nada que pactar ni acordar con la formación política más traicionera, desleal, corrupta, saqueadora, mentirosa y criminal de la historia de España. Y aún menos con el Gobierno que no deja de reescribir la historia, violar las libertades individuales, asaltar el Estado de derecho y la separación de poderes y, en suma, destruir la democracia con el discurso de progreso por bandera. Porque así ha funcionado siempre el socialismo, con independencia del barniz que le pongas y la institución donde le sientes: es alérgico a la libertad y a la democracia, y en cuanto puede, lo evidencia. Por eso no hay que darle ni un milímetro de complacencia, ni un segundo de árnica argumental, ni aceptar lecciones sobre alianzas y pactos, como tampoco conferirle una honestidad de la que carece, a poco que uno haya leído algo de su historia. Porque no hay nada que guste más al socialismo fetén que una derecha sumisa y complaciente. Recuérdalo, Alberto, la próxima vez que te digan ahí dentro que se puede cruzar el río con un barquero propiedad de Ferraz.