Este es un Gobierno separatista
No sólo es separatista, es que, además, está conchabado con los más peligrosos independentistas catalanes. Leer las últimas declaraciones del ministro Marlaska produce vómitos. ¿Qué ha sido de ese juez martillo de etarras y de sus conmilitones? Nada, se ha evaporado en su propia desvergüenza como monaguillo de un ególatra que le tiene comido el coco encaramado como está en el Ministerio del Interior. Realmente Marlaska, el magistrado que antaño coqueteaba con la derecha porque, según sus colegas, no encontraba en la izquierda a nadie que defendiera la Justicia independiente, no merece más comentarios. Perdón, sólo uno más: los CDR –los gudaris violentos del independentismo– son la misma cosa que ETA, no matan porque a lo bestia, pero sin apretar todavía el gatillo, producen igual convulsión que aquellas acémilas vascas a los que Marlaska, cuando era uno hombre de principios y no un cómplice del separatista Sánchez, combatió sin piedad.
Dejemos a un lado a Marlaska. No se engañen: su jefe, ‘el ratero de La Moncloa’, no ha roto con Torra y su cuadrilla, simplemente el viernes se dieron tiempo para edulcorar la reacción de todo el centro derecha español. No escribo a humo de pajas: verán, hay actores sociales y económicos en Cataluña que avisan de que todo está planeado y bien planeado, dirigentes de lo que un día se llamó la aplaudida burguesía catalana –hoy de vacaciones definitivas– que convienen, con Sánchez y Torra, en que no hay salida judicial para el desafío de los secesionistas; únicamente hay una solución política. Y ellos, como Torra y su privilegiado interlocutor, Pedro Sánchez, dibujan tal solución en cuatro trazos o puntos de obligado cumplimiento. El primero es la presión insoportable sobre la Fiscalía para que ésta rebaje la petición de penas de los sediciosos. A este respecto, refiero la confesión de un antiguo fiscal de la Audiencia Nacional que, con enorme conocimiento de lo que está ocurriendo, me dice: “Que se sepa, nunca han existido tantas sugestiones directas a indirectas para que un fiscal actúe de una u otra forma”. Queda dicho.
El segundo capítulo es aún más sibilino: se trata de que procesalmente el juicio se desarrolle de tal forma que, llegado el momento preciso de las sentencias, las penas nunca rebasen los diez años de prisión. El tercero, consecuencia y efecto del anterior, será que si se cumple esta estimación, lo más probable es que ninguno de los reos cumpla más de un año de internamiento. Y el último, el más grosero, el más abyecto de los acuerdos de negociación, es que inmediatamente el Gobierno otorgue los indultos correspondientes, previos, claro está, la rogatoria de cada uno de los presos. Esta hoja de ruta no es, ni mucho menos, una hipotética previsión, es un anticipo de lo que se ha venido pactado entre dos gobiernos separatistas, separatista sí el de Sánchez también porque ambos, los dos Ejecutivos de pacotilla, trabajan en la misma dirección para conseguir parecidos objetivos.
Al denominado Govern nada le interesa más que esta capitulación se asiente. Uno de sus consejeros, probablemente el más torpe, ya ha reconocido que el Gobierno de Madrid es un auténtico chollo, y que en el futuro no encontrarán un interlocutor tan simpático, tan rendido a la causa como el de Sánchez. Por eso, hay que preguntarse: en estas condiciones, ¿le vale la pena a Torra y a sus secuaces, propinarle un patadón para dejarle fuera de juego a su fiel cómplice? Pues no; pero si los socios se tiran de los pelos y no llegan al consenso para aprobar las cuentas de la lechera, arbitrarán otras posibilidades, una de ellas ya está estudiada, consiste en alargar la legislatura dejando que el aún presidente siga en el machito gobernando con decretos ambiciosos. Como suele decir el PNV, otro de los interesados en que nada cambie: “No pasa nada, esta no sería la primera vez que el Parlamento funciona así”. Desde este punto de vista unos de los eslóganes más coreados en la amplísima concentración del domingo: “¡Sánchez, dimisión!” se puede quedar en la nostálgica exigencia de un país que no le soporta ni un momento más. Los separatistas, aliados bochornosamente con Sánchez, lo tienen claro: “Mejor con Sánchez que con nadie”. Es difícil que vuelva a encaramarse al poder un individuo con tan pocos escrúpulos como el socialista. Eso, como en el chiste del chino que no se moría porque su color amarillo era de nacimiento y no de hígado, le va a salvar. Una desgracia para España.
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