Españoles, el PSOE ha muerto

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Las generaciones más jóvenes probablemente no lo saben (estudiar la historia real está mal visto en la época de la propaganda y el adoctrinamiento sanchista) pero hubo una vez en España un partido político socialista llamado PSOE. Muerto Franco, ese partido trabajó con el conjunto de fuerzas políticas y sociales para construir la democracia.

En los prolegómenos de la Transición ese partido era marxista, pero poco tiempo después y de la mano de Felipe González evolucionó y se convirtió en un partido socialdemócrata, homologable con otros partidos  de las democracias más avanzadas de Europa.

Aquel PSOE selló un pacto de vida con la democracia española y se alió con todos los partidos y sectores sociales para hacer la Transición y para que nunca más se repitiera en España una guerra fratricida y para que no se repitiera la historia de odio entre hermanos en los hijos de quienes sufrieron la guerra y la postguerra.

Aquel PSOE  trabajó codo con codo con el otro gran partido político español, el partido conservador (AP primero, PP después) para que España se incorporara de pleno derecho a la Unión Europea, al club de los demócratas.

Los más jóvenes probablemente nunca lo han escuchado, pero aquel PSOE fue fundamentalmente un partido nacional, o sea, un partido político que defendía la misma posición en cualquier lugar de España. Quizá nadie se lo haya dicho, pero aquel PSOE defendía la unidad de la Nación española y consideraba esa unidad como un instrumento imprescindible para garantizar la igualdad entre todos los españoles.

Quizá no lo saben, pero ese PSOE hacía de la igualdad efectiva entre ciudadanos, al margen de la parte de España en que vivieran, de su ideología, de su opción vital, de su sexo (ahora lo llaman género), de sus creencias o de la ausencia de ellas, el eje de su acción política y despreciaba las reivindicaciones identitarias propias de todo nacionalismo por considerarlas insolidarias, sectarias y discriminatorias.

Aquel PSOE hizo un pacto con el Partido Popular para perseguir a ETA “hasta enterrarlos en la mar”; y a ese acuerdo se le denominó el pacto por las Libertades y contra el Terrorismo.

Quizá lo ignoren, pero aquel PSOE promovió junto con el PP en Europa la Definición Común del delito del Terrorismo y la Orden de Detención y Entrega, que vino a sustituir la extradición. Y gracias a ese Pacto se incluyó a ETA y a todas sus marcas en la lista europea de organizaciones terroristas y  toda Europa empezó a considerar el terrorismo que asolaba España como un problema propio. ETA era el drama de los españoles (ETA fue el último rescoldo vivo del franquismo, así lo consideraba aquel PSOE) y era, a la vez, un problema al que se tenían que enfrentar todos los europeos.

Quizá las generaciones más jóvenes lo ignoren (ni se estudia en las escuelas ni se prescribe a través de los medios de comunicación al uso) pero ese PSOE sólo tenía un enemigo en España: ETA.

No es preciso retrotraernos demasiado a la historia moderna del PSOE para llegar al momento en el que ese PSOE comenzó a morir. Basta con llegar al año 2000, momento en el que accedió a la dirección del PSOE José Luis Rodríguez Zapatero, para definir con exactitud el momento en el que “se jodió Perú”.

La enfermedad mortal llegó al PSOE de la mano de unos políticos adanistas, empeñados en reescribir no sólo la transición sino la propia historia. Fue con Zapatero cuando se inició la revisión de la Transición, cuando se comenzó a sustituir la igualdad por la identidad, cuando se abrazó a los enemigos jurados (y mortales) de la democracia y se les convirtió en “hombres de paz”.

Fue en aquel año 2000 cuando aquel PSOE sustituyó la ciudadanía por la secta, el patriotismo republicano y constitucional por el nacionalismo identitario.

Fue desde entonces cuando el PSOE comenzó a intentar reescribir la Historia de España, cuando decidió liquidar la Transición insuflando el odio entre hermanos, cuando convirtió a “la derecha” en el enemigo no sólo de su partido sino de toda España.

Fue ese nuevo PSOE, ya liderado por el heredero de Zapatero, Pedro Sánchez, quien impulsó los pactos con los enemigos jurados de la democracia, quien reforzó la estrategia de la ruptura entre españoles, quien decidió gobernar con la alianza y/o el apoyo de aquellos que llegaron incluso a asesinar a más de 850 de nuestros conciudadanos para impedir que construyéramos la democracia, y con quienes programaron y ejecutaron un golpe contra la democracia.

Nada queda, salvo las siglas, de aquel PSOE cuyos únicos enemigos eran los enemigos de la democracia. Nada queda de aquel PSOE que era un partido nacional, español, homologable con los partidos socialdemócratas de Europa.

Nada queda de aquel PSOE que consideraba a todos los españoles iguales ante la Ley, que defendía (a veces siquiera formalmente), la separación de poderes, la libertad de expresión, la libertad de movimiento, la libertad de cátedra, el derecho a utilizar la lengua común (o sea, el castellano o español) en el sistema educativo, en las relaciones con la administración, en la actividad privada…

Nada queda de aquel PSOE que trabajó para construir la democracia, para sellar heridas aprendiendo de nuestra historia, para mirar al futuro, para hacer de España un país de progreso y libertad.

Españoles, el PSOE ha muerto. Sería bueno enterrarlo antes de que huela.

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