Así empiezan las dictaduras
Intimidación, coacción y agresión como dinámica constante. Tres elementos que definen los albores de cualquier régimen opresor pasado o presente. La Generalitat del xenófobo Quim Torra está fomentando tal clima de enfrentamiento y persecución en Cataluña que la región comienza a parecerse a una dictadura de facto. Este mismo jueves, el secretario de Sociedad Civil Catalana (SCC) en Lérida, Oriol Casanova, ha recibido «una bofetada con la mano abierta» en plena calle. Lo peor del ataque, no obstante, más allá del evidente daño físico, es la amenaza que ha venido después, cuando el agresor le ha advertido de que tenga cuidado porque «más gente sabe quién es y lo que hace». Este hecho resume a la perfección el contexto extremo que tienen que soportar los constitucionalistas en Cataluña.
El propio juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena ha sido acosado sin tregua por la kale borroka catalana, los CDR. Mientras tanto, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, víctima de su propia autocomplacencia, no se cansa de reivindicar el éxito inexistente de su «operación diálogo» con los independentistas. Palabras y concesiones que sólo han servido para inflamar los ánimos de los que desprecian la legalidad vigente así como espolear las acciones violentas de sus tropas de asalto. Individuos capaces de acosar a un magistrado, agredir al miembro de una asociación cívica o, incluso, de atacar a los turistas que dejan dinero y prosperidad en la comunidad autónoma.
No es baladí, por tanto, ni mucho menos, que el Gobierno vuelva a aumentar la presencia de guardias civiles y policías nacionales en Cataluña. Es necesario no sólo por la presencia del jefe del Estado el próximo 17 de agosto en Cataluña con motivo de los actos conmemorativos por los atentados de Barcelona y Cambrils, sino por la inseguridad que amenaza la vida de todas aquellas personas que desean vivir en paz y con arreglo a la ley. Postulados ambos que, por contrarios a la manera de actuar de los golpistas, constituyen una amenaza para ellos y que, por tanto, persiguen con dureza. Pedro Sánchez no puede seguir mirando hacia otro lado ante el riesgo más que evidente de que la comunidad autónoma acabe convirtiéndose en una tiranía bananera. Es el momento de que el «no es no» se lo diga a Torra… si se atreve a gobernar de una vez, claro.
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