Anthony Fauci versus Fernando Simón
La dimisión de Mauro Ferrari ante la falta de coordinación de los países europeos para luchar contra el coronavirus no sorprende en absoluto. No es más que un nuevo paso adelante en la historia de la desintegración de la Unión Europea. La máquina burocrática, con sus políticas e intereses enfrentados, ha podido más que la exigencia que requiere una rigurosidad científica. Las instituciones improvisadas de los líderes políticos, con su incompetencia y corrupción, vuelven a vencer bajo la cúpula del silencio forzado de profesionales ajenos a ese mundo (científicos emprendedores, médicos, biólogos, ingenieros).
Mientras la pandemia pone a prueba la esencia de la UE, estableceré una comparativa del personaje nacional más esencial en toda esta tragedia -el responsable científico- desde fuera de este ineficaz marco. Cuánto debemos aprender aún de los americanos. De todos es conocida la fuerza que desprende Estados Unidos en el control de la psicología social de las emociones. Ésta requiere de un lenguaje concreto para expresarlas, que debe ir directo al corazón, sin pasar apenas por el cerebro. Un ejemplo elocuente de lo que digo, ciñéndonos a la realidad que vivimos, son las tazas, camisetas, chapitas, sudaderas que rulan por el mundo y que rezan: “I love Dr. Fauci”. Por si no es suficiente, insisto en que las hay que puntualizan: “The White House: I love Dr. Fauci”.
El Dr. Fauci es nuestro Fernando Simón, ¿se imaginan esos productos en la marca España? Pueden reírse, yo también lo hago, está permitido; de hecho, es casi obligado. La crítica a las intrigas palaciegas entre los dos expertos y sus gobiernos es algo inevitable y lógico. No voy a entrar en esa parcela, creo mucho más veraz juzgarlos por sus declaraciones, las pautas de actuación que nos sugieren, como conducen sus conocimientos –se supone que muy superiores a los nuestros- para luchar contra el virus. El nuestro ya ha caído en combate, después de desobedecer los consejos de vigilar el riesgo de desabastecimiento de medicamentos y equipos importados desde China, así como los llamamientos de hacer acopio de material sanitario de la OMS y la EU. Roza lo macabro ver cómo los miembros del Ejecutivo de Sánchez van entorpeciendo el camino y van escondiéndose vergonzosamente. No sería de extrañar que dentro de nada hiciera él lo mismo; no ya sólo no contestar a las inquietudes ciudadanas, que eso ya lo hace, sino también desaparecer.
Anthony Fauci es el consejero del presidente Trump durante esta crisis COVID19. Es la mayor autoridad en enfermedades infecciosas de los Estados Unidos. Le avalan un conjunto de habilidades especiales, gracias a las que cuenta con una experiencia en pandemias superior a la de cualquier otra persona ¿en el mundo? Además de liderar la respuesta estadounidense ante el Ébola o Zika, tiene el reconocimiento general por su lucha contra el SIDA. Uno de los mayores aciertos de su carrera fue involucrar –y escuchar- a la comunidad gay en el desarrollo de su tratamiento. De nuevo, la psicología de las emociones hace su aparición. Con su tono calmado, ha trabajado en seis gobiernos distintos, desde Reagan a Trump. No teme contradecir a los políticos. “Usted no hace el cronograma, el Coronavirus hace el cronograma”, es una de sus frases más conocidas en esta dramática historia.
No entro aquí en la política acertada o no de Trump y del que nos gobierna; pero sí entro en la seguridad que inspira la persona cualificada que lidera la pandemia en cada país. La población necesita estar reconfortada emocionalmente. Es lo mínimo para un país desarrollado. Aunque la desgracia es ya una realidad, se sigue requiriendo tener la seguridad de que el timón lo lleva alguien capaz en materia sanitaria. Esto alienta y anima a la población. Ahora que Wuhan levanta su cuarentena, un hilo de esperanza se vierte sobre nosotros. Es infinitamente más lo que no sabemos del Covid-19 que lo que sabemos, eso lo tenemos todos claro; pero ayuda mucho a la población el lenguaje y la interacción social en los argumentos dominantes vertidos por sus líderes. En esto estamos muy verdes. La persona que lidera debe inspirar confianza, tener solidez, comparecer con integridad y no caer en un ruin agujero ante la primera contrariedad. ¿A alguien le inspira seguridad o confianza Simón? Se requiere también la atención a las emociones de un pueblo como construcción social, aunque entren a formar parte de las transacciones comerciales, como hacen los americanos.
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