Alierta y el fin de una era en color
César Alierta, el maño que nunca se tomó demasiado en serio su inmenso poder, se ha ido en silencio en una fría mañana de Zaragoza, al lado de la Basílica del Pilar, su Virgen preferida. Conocí con una cierta profundidad al financiero convertido en presidente de Telefónica (lo fue durante 16 años) y antes de Tabacalera. Se lo sugirió a José María Aznar el también aragonés Manuel Pizarro.
No sólo ha desaparecido una extraordinaria persona al que nada de lo humano le era ajeno (con sus errores y sus defectos), sino también un líder empresarial y económico que solía ver el futuro por encima de sus gafas de miope. Recuerdo una de mis últimas comidas con el entonces todopoderoso presidente de Telefónica, a la que acudí junto con una colega de EFE que se presentó al almuerzo sin tener ni idea de quién era Alierta y lo que representaba en ese momento en la sociedad española. En esa comida, el aragonés hizo un análisis certero acerca del presente de España y su futuro inmediato con el resurgimiento de la inestabilidad política y social, como en efecto ocurrió poco después.
El último encuentro fue con ocasión de su dimisión al frente de la entonces tercera operadora de telecomunicaciones del mundo. Me expuso la razón por la que se permitió señalar a su sucesor al núcleo duro del accionariado en la persona de José María Álvarez Pallete. «Es un hombre de su tiempo que sabe mucho sobre el algoritmo», dijo en ese particular estilo de mascullar las palabras.
César, hombre educado en el más refinado jacobinismo francés, tuvo tres amores. El primero su mujer, fallecida años antes que él; del mazazo no se recuperaría nunca. Luego, Aragón y, finalmente, España.
Era el último bucanero de una generación de personas que coadyuvaron decisivamente a la modernización de España, a expandir e internacionalizar su economía. Sabían todos ellos lo que se traían entre manos. Salvó muchas empresas, entre ellas el Grupo Prisa, no sólo con dinero de Telefonica sino con el suyo propio.
Acertó de plano en la designación de Álvarez Pallete para pilotar la casa que durante más de tres lustros amuebló a su gusto.
Se ha ido al cielo desde el que contemplará cómo su amado Real Zaragoza vuelve por sus fueros de antaño, cosa que no pudo ver en vida. Nadie es perfecto amigos.
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