Torra está acabado, Sánchez probablemente también
Un despacho de abogados, quizá entre los tres más importantes de España, celebró muy recientemente una reunión de socios en Barcelona. Terminó como el rosario de la aurora. Una letrada catalana lanzó sobre los presentes una soflama independentista que fue escuchada con estupor pero con educación por el resto de sus colegas. Al final, con enorme serenidad, el más activo de los socios, replicó: “Puedes decir lo que te parezca, incluso puedes acusar a “Madrid” de todos vuestros problemas, pero el dato es éste: antes de este conflicto nuestra facturación estaba al cincuenta por ciento entre Madrid y Barcelona, hoy vosotros estáis al cuarenta por ciento y Madrid al sesenta. Como decís por aquí: quizá os lo deberíais hacer ver”. La interpelada farfulló palabras ininteligibles y allí terminó el acto.
En la capital de España el pasado sábado el aún ministro del Interior, el juez antes respetado Grande-Marlaska, se desayunó con la presión unánime de los medios de comunicación urgiéndole a que, por los menos, se desplazara a Barcelona, la ciudad donde, según él, se puede pasear “con toda normalidad”. Y si esta presión era fuerte, lo era todavía más la de los disciplinados, por ahora, agentes de la Seguridad Nacional, uno de los cuales fue brutalmente apedreado, lapidado más bien, por las hordas independentistas que le han causado una conmoción patológica de la que en este momento no se recupera. Marlaska llamó a la monaga que tiene Sánchez en Televisión Española y le exigió que le enviara unas cámaras para captar el sublime momento en que el aún ministro tomaba de la mano a uno de los agentes malheridos. En Televisión Española, Carmen Sastre, una de las periodistas que se están enfrentando diariamente a los ultraizquierdistas que dominan el cotarro, decía a este cronista: “Es una vergüenza que el ministro vaya a Barcelona cinco días después rodeado de cámaras y en plan exhibicionista como si fuera uno de esos futbolistas que acuden a los hospitales infantiles el Día de Reyes para dar un juguetito a los niños enfermos”.
Realmente un escarnio para los propios policías que sólo reciben parabienes por lo bien que se están portando, mientras el Gobierno, en plan Tancredo, espera que sus agresores, cansados, regresen a sus casas para seguir pidiendo la secesión como si fueran personas decentes y no unos violentos. A Marlaska y a Sánchez se les ha dicho por activa y por pasiva que su mil veces requerido interlocutor, el activista Torra, ya es un personaje menor, un bulto sospechoso al que también le han sobrepasado las circunstancias. Ni siquiera su amigo de algaradas, el prófugo Puigdemont, pinta nada en esta batalla. Es una guerrilla urbana que ni siquiera el pobre Ábalos sabe cómo va a terminar aunque, eso sí, continúa escudándose en la revolución de los chalecos amarillo para afirmar, con la mayor ignorancia y desfachatez del mundo, que Macron soportó los embates sin hacer uso de armas. O sea, mentira y estulticia: Macron llevó a las calles de París al Ejército en pleno. Aquí están combatiendo unos esforzados agentes que, además, han recibido de sus jefes políticos la encomienda de que no se pasen de la raya en la represión. Aquí y ahora el protagonista es Sánchez ocupado constantemente en pedir al representante del Estado en Cataluña, el activista Torra, que condene la violencia, una exigencia que el faccioso no va a cumplir, entre otras cosas porque familiares suyos están en el menester de agredir a los policías.
La revolución secesionista ha llegado a tal punto, se están demorando tanto las decisiones, que, en opinión de varios analistas, entre ellos un ministro del Interior con Aznar; “ya ni siquiera se puede articular el 155, se ha quedado inservible, se tardaría un porrón de días en ponerlo en marcha”. En este momento, fíjense, los periodistas estamos a la espera de que el Gobierno, la señora Celaá o cualquier otro mindundi, nos convoque, como prometieron a quien quiera ir o al que no tenga otro remedio que ir, para contarnos cómo se va a realizar la exhumación de Franco, otro episodio en el que Sánchez creía encontrar el bálsamo para su depauperada política y que, por el contrario, ya se ha convertido en una risa nacional. Torra está acabado y un enorme contingente de la ciudadanía espera que Sánchez también.
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