El Rey, muy adusto en el funeral de la Pascua Militar
Un militar, ya retirado, y que pide naturalmente anonimato porque efectivamente no está el horno para bollos, describía con este título lo acaecido en el Palacio Real. Empezando -subrayaba- por la cara de Su Majestad el Rey. Y recordaba también: “Ésta ha sido siempre nuestra fiesta; la presente, un trámite doloroso”. Y es que Felipe VI bajó en su discurso el pistón de sus proclamaciones, incluso comparándolas con las que transmitió hace exactamente un año. Entonces, 5 de enero de 2019, tomando como percha dialéctica el 175 aniversario de nuestra bandera nacional, dijo cosas como ésta: “… una bandera regulada en el Artículo 4 de la Constitución, que simboliza el conjunto de nuestra Nación y que es signo de su soberanía, independencia, de su unidad y de su integridad”. Ninguna de estas expresiones compareció en el mensaje Real. Sólo en este 2020 una levísima alusión al compromiso de las Fuerzas Armadas con la Constitución, puede utilizarse generosamente-y así se ha hecho en las primeras reacciones tras el discurso- como una reafirmación de los valores que encarna nuestra Norma Suprema.
Lo más significativo que puede decirse de la presencia del Rey ante sus tropas es, en opinión de algunos analistas consultados por este cronista es que, también en esta ocasión, “la cara es el espejo del alma”. Pues bien: la faz de Don Felipe era en este acto del Palacio Real -que no será desde luego el más brillante de los celebrados allí- todo un poema.
Sabido es que las intervenciones del Monarca, antes y ahora, son siempre supervisadas por el Gobierno, pero esta vez todo parece indicar que el hacha fiscalizadora de La Moncloa ha podado, hasta hacerlo un tanto irrelevante, el discurso de Felipe VI. Fueron bien traídos en todo caso los recuerdos a los militares destacados fuera de España, y aún el afecto a las familias de los muertos en acto de servicio, pero, como indica con pena la viuda de un militante de UCD al que ETA asesinó sin piedad alguna: “¿No hubiera cabido en las palabras de nuestro Rey un cariño para todos nosotros ahora que, según parece, ETA triunfa y nosotros sólo somos un molesto escollo?”.
Es imposible escudriñar en el rostro del Rey cuál es ahora mismo su estado de ánimo ante lo que está ocurriendo. Alguna pista tenemos sin embargo cuando en el saludo entre el Monarca y Pedro Sánchez, no se traslució la menor impresión de complicidad, un gesto mínimo de empatía bilateral, por utilizar un término manoseado en estos estos días crueles para España. Este Rey nuestro, ejemplar en toda su trayectoria, no es ajeno a la preocupación y hasta la denuncia que han hecho tenientes generales, como Coll, que, hace muy pocos años, estuvieron presentes reiteradamente en pascuas militares mucho más agradecidas y festivas que esta de 2020.
No es extraño a estos requerimientos, como no lo puede ser -el Rey es probablemente el ciudadano mejor informado de España- que por primera vez, la especie de una posible, aunque improbable, llamada al Artículo 102 de nuestra Constitución (por cierto, una obviedad: todos los artículos de la Constitución son, valga la redundancia, constitucionales) es ahora mismo bastante frecuente. El 102 dice exactamente: “La responsabilidad criminal (por traición, por ejemplo) del Presidente y los demás miembros del Gobierno será exigida, en su caso, ante la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo”. Este es el dato.
Cuesta escribir la crónica de un día festivo en el que los rostros de los presentes, salvo el gozoso e irresponsable de Pedro Sánchez, se asemejan a los que, de común, se visualizan en un funeral. Empezando, desde luego, por el de Su Majestad el Rey, cuyo ánimo tiene que estar forzosamente irritado ante la pasividad que “su” jefe de Gobierno mostró, cuando el jefe del Estado de este país, era insultado por antiguos condenados por terrorismo, y cuando tampoco, el citado presidente, se conmovió para responder a los ataques furibundos de los barreneros de la Constitución. Esta vez no hace falta interpretar al Rey.
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