La autoterapia de Izal se hace de oro en Madrid
«Será más divertido si volvemos a empezar de cero cada vez». Una simple arteria de las mil y una frases que han sangrado a través de los dedos de Izal se deslizaba como el eslogan de un eterno retorno en la noche madrileña. Se rieron de los viejos tiempos, aquellos que siempre se evocan en los presentes difíciles, con esa fórmula imposible de descifrar, como la de la Coca-Cola, que les ha hecho volar hacia la perfección musical. Ellos, eso sí, no se desventan.
No era un concierto al uso, más que nada porque no dolía al bolsillo. Con la prioridad para sus más allegados, no desmerecieron a sus fans anónimos que habían colaborado en crowdfundings pasados, los que les dieron ese impulso invisible para colocarles donde merecen. No se cansó Mikel Izal de dar gracias: alma de orador en los discursos pero sin truco, sin demagogia, auténtico. Intentó guardar las formas por sus sobrinas… pero algún taco se deslizó. Un líder carismático, sencillo. El nuero que toda madre quería. El amigo con el que te irías a tomar unas cañas o quedarías a llorar en un café.
Así las cosas, su Autoterapia hizo de coach para todos los afortunados que poblaban la legendaria sala de la calle Arenal. Sin faroles. La carga metafórica conjugó a la perfección con una energía desmedida, acercando, por momentos, a ese sino inalcanzable en su perennidad: la felicidad. Todo a ello a precio de coste, sintiéndoles tan cerca como a una pareja. Eran los mismos de 2013 en las formas; distintos en el tiempo.
La excusa para tal celebración era el Disco de Oro que habían conseguido por Autoterapia. Fotos, coreos, abrazos… y música. Su timeline estalló en la garganta de Mikel, en los bailes de Gato, la energía de Alberto, la vitalidad de Iván… y la fuerza de Alejandro. Tanta que se llevó por delante la piel de su bombo, hiriéndola de muerte y haciendo trabajar a un no menos maravilloso Staff.
Ruido Blanco, Copacabana, Agujeros de Gusano, Tóxica -ésta de las más reseñables por la performance-, Qué bien… etc. Un repertorio en el que dolía sentir su final, como el final de una boda. Terminaron con la épica por bandera: La Mujer de Verde, El Baile y El Pozo. En la penúltima Mikel se pegó unos bailes, valga la redundancia, con todo el respetable que le devolvía el gesto emulando sus movimientos. Acabamos con las manos arriba, prometiendo acabar con los malos de ahí fuera. Todo lo que estuviese lejos de ese espacio, de esas dos horas, no podía ser bueno. Una noche en la que, realmente, flotamos en el espacio, pudiendo volar, sin saber cómo. Una increíble historia dónde, no vimos a Bowie, vimos a Izal.
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