Vera por fin reacciona

Vera por fin reacciona

El consejero de Educación, Antoni Vera, ha reaccionado por fin tras los pobres resultados de PISA 2022, TIMSS 2023 y las propias pruebas de diagnóstico organizadas por el IAQSE el pasado mes de mayo. Vera ha decidido modificar los planes de estudio de todas las etapas obligatorias y de bachillerato heredados de su predecesor, el socialista Martí March, un catedrático tan fanático de la pedagogía progresista que no dudó ni un instante en aplicar hasta sus últimas consecuencias los contenidos de la ley orgánica LOMLOE (la ley Celaá) aprobada en 2020, incluso en sus aspectos más estrambóticos hasta el punto de provocar, en un gremio tan adocenado y sesgado hacia la izquierda como es el docente, sarpullidos de indignación entre un tremendo malestar.

Martí March se libró de una huelga gracias a la labor de zapa de unos sindicatos venales que maniataron a unos docentes iracundos y fuera de sí por el triste papel que la nueva ley les encomendaba, el de meros «acompañantes» en el aprendizaje de los niños y el de burócratas evaluadores de su rendimiento escolar.

Las modificaciones de los planes de estudios que se propone Vera se fundamentan en algunos de los consejos que hace poco le entregaron los expertos que el Govern eligió para hacer un diagnóstico de la educación balear, un diagnóstico certero pero que se queda corto y que no es más que un parche para la enfermedad de caballo que padece la enseñanza balear, cuya gravedad han puesto de relieve las últimas rendiciones de cuentas objetivas y externas.

El de Andratx reacciona un año y medio después de modo que los nuevos planes de estudio se podrán en marcha como más pronto el próximo mes de septiembre si todo va bien, es decir, transcurridos dos cursos de haber iniciado la legislatura. Digo si todo va bien porque estas modificaciones tienen que pasar por los cauces de participación a los que obliga la normativa educativa como el consejo escolar de las Islas Baleares, un organismo que ni siquiera controla el Partido Popular y que podría dar al traste con estas tímidas propuestas de cambio.

Tampoco sabemos cómo van a responder los docentes a los nuevos planes de estudio. Algunos tal vez piensen que Antoni Morante y Martí March llegaron demasiado lejos en la transposición de los fines últimos de la LOMLOE a nuestros planes de estudio. Otros, buena parte de las maestras de infantil y primaria, tal vez crean en las bondades de la pedagogía progresista que se ha adueñado de la educación balear y rechacen los cambios. Tampoco sabemos cómo van a responder los sindicatos de maestros, la FAPA de Cristina Conti, las patronales de los colegios concertados y unos partidos de izquierdas que no van a tolerar ninguna reforma que ponga en cuestión su hegemonía cultural en las aulas. ¿Reformas?… las estrictamente necesarias para que el personal no se nos suba por las paredes, pero manteniendo lo nuclear del pedagogismo que en última instancia sólo persigue el control absoluto de la educación por parte de la izquierda.

Creo sinceramente que algunos han lanzado las campanas al vuelo al anunciar de forma prematura la muerte del wokismo. Sin una profunda reforma de la enseñanza y de las facultades de ciencias sociales, sobre todo de las de magisterio y pedagogía, el wokismo, convertido en la ideología oficial en todo Occidente, seguirá multiplicando el número de sus discípulos con las administraciones públicas y las fuerzas políticas como único horizonte laboral, con todo lo que ello supone. Sin parasitar lo público, no son nadie.

Recordemos que el colapso del socialismo real en 1989, que algunos vieron como el pentecostés de una luminosa era liberal en la que la izquierda no sería relevante nunca más dado el descrédito del marxismo, terminó en una mascarada que transformó la vieja lucha de clases sociales en una nueva lucha de identidades colectivas, un nuevo credo tan seductor que pudo ensanchar su radio de acción más allá de la izquierda y atraer hacia sí a la derecha socialdemócrata y globalista.

Los viejos profesores marxistas vieron en la nueva lucha de identidades una prolongación natural del marxismo y de la justicia social, un término, este último, que cambió de significado desde parámetros puramente economicistas a parámetros de psicología identitaria, conservando, eso sí, la idea de la opresión como motor de la historia, la división de la sociedad entre opresores y oprimidos y la exacerbación del odio, esta vez identitario, como el lógico resultado de fomentar el resentimiento a todas horas.

A día de hoy, la secta pedagógica domina por completo las aulas de educación infantil y primaria en Baleares ante la pasividad de unas familias que, con tal de aparcar a sus hijos unas horas al día, se desentienden de lo que hacen en clase. Sólo les importa que sus niñitos sean felices. Sólo hace falta asomarse a las webs de nuestros colegios para ver los efectos de su apuesta por el pedagogismo progresista de John Dewey, una pedagogía que a su vez bebe del mito del buen salvaje del Emilio de Juan Jacobo Rousseau. Un mito que a su vez está en el origen de todos los movimientos «emancipadores» de la modernidad y la posmodernidad.

Alicia Delibes, profesora y gestora educativa veterana en la Comunidad de Madrid, al final de su libro El suicidio de Occidente concluye que «este abandono de la transmisión de saberes como eje de cualquier sistema escolar está llevando a la desaparición de la escuela como institución fundamental de los países occidentales». Una desaparición por vaciamiento, alienación y desvirtuación, cuyos fines últimos ya no tienen nada que ver con aquellos que le dieron sentido en sus orígenes y que tendrá como consecuencia la liquidación de nuestra civilización, lo que ella llama «el suicidio» de Occidente. Una liquidación sin dramas, sin traumas, sin trastornos, sin peligros y sin ninguna carnicería. Sólo impulsada por el hastío a nosotros mismos y por el asco que los maestros de la nada sienten hacia todo lo que es y ha sido el Occidente cristiano.

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