Florence Price, un feminismo silencioso
Ha sido un acierto que la Orquestra Simfònica de les Illes Balears (OSIB) nos recordara a esta compositora afroamericana aunque fuese a rebufo del 8 de marzo
Price encarna ese feminismo en lucha por la igualdad y que a todos nos compete por igual su defensa incondicional
Este año el 8-M ha vuelto a ser un esperpento. Si el 2020 se convirtió en un trágico infectódromo, el 2023 es síntoma de distanciamiento entre radicales, lo que demuestra la deriva de lo que en su origen era reivindicar la igualdad de oportunidades y ahora sólo persigue el enfrentamiento sin más.
En las calles de España se han gritado eslóganes peligrosos como qué pena me da que la madre de Abascal no pudiera abortar o sintomáticos de haber insalvables diferencias, como las mujeres no tienen pene, señal de rechazo a las consecuencias que se van a derivar de la Ley Trans.
La cartelera de la isla en lo que a las artes escénicas se refiere no ha sido la excepción, si bien al menos hemos podido acceder al abanico de propuestas incruentas, que siempre es la opción recomendable. Solamente el Teatre de Manacor se ha mantenido al margen. El mismo 8-M el Teatre Sans ofrecía un interesante trabajo documental, Quitarse el sombrero, del colectivo Las Coloradas, que visibilizaba la obra de algunas mujeres que formaron parte de la Generación del 27. El Teatre del Mar el 11 y 12 de marzo presentaba Rota, de la compañía El Extranjero, que narra la lucha de una mujer en su empeño por dejar de ser señalada porque su hijo había matado a la novia y después se suicidaba. Por esas mismas fechas los días 10, 11 y 12 de marzo (todos los santos tienen octava) el Teatre Principal de Palma presentaba la coproducción con La Fornal, Loquis, donde la cuestión central era si ser madre es el acontecimiento más importante en la vida de una mujer.
No puedo evitar irritarme por la colosal maledicencia de que una obra de teatro militante en el feminismo tome como tesis fundamental interrogar sobre si ser madre es el acontecimiento más importante en la vida de una mujer. Y me enojo porque es un planteamiento en sí mismo contra natura.
Probablemente por casualidad, pero el hecho es que el Teatre Principal de Palma y el Teatre Principal de Inca los días 3, 4 y 5 de marzo presentaban Silencio (el 3 en Inca, el 4 y 5 en Palma), monólogo de Blanca Portillo a partir de la adaptación del discurso de acceso de Juan Mayorga a la RAE.
No quedaba al margen la temporada de abono de la Orquestra Simfònica Illes Balears (OSIB), que el 9 de marzo titulaba el programa, Ellas, con estreno de Revelacions, de la compositora mallorquina Mercè Pons, el proyecto de la soprano sueca Lisa Larsson, Hommage an Clara y como plato fuerte la Sinfonía nº 1 de Florence Price. De ella quiero hablar.
Florence Price es, probablemente, un caso único en la historia de la música clásica americana, porque en ella coincide la sólida formación académica y ser memoria viva de la experiencia de crecer en el sur, en las postrimerías de la Guerra Civil americana. Esta circunstancia está presente en la primera sinfonía, donde a grosso modo cada movimiento es una exploración a partir de ritmos y melodías que proceden del folclore, los espirituales y asimismo himnos de iglesia, que en el caso del segundo movimiento adquiere su cénit en clave de marcha, incluso de solemne fanfarria de ceremonial.
Probablemente es el tercer movimiento el que adquiere mayor popularidad, confirmado por el hecho de provocar el aplauso sin esperar al desarrollo del cuarto movimiento y ello se debe a la exquisita elaboración de magistrales variaciones que subliman la llamada juba dance, un estilo de baile propio de las plantaciones en el siglo XVIII donde piernas, brazos y manos se emplean en un trepidante juego de ritmos, que permanentemente recuerdan la época de los años dorados del musical americano. Esta práctica se hará extensiva al resto de sus sinfonías, cuatro en total. El problema, más bien el drama, es el hecho de ser contemporáneas, ella y la directora de orquesta Antonia Louise Brico. Ambas lo tuvieron difícil, porque siendo mujeres hacerse un hueco en la élite de la composición y la dirección de orquesta era una odisea, casi un imposible.
Asumieron ambas un feminismo silencioso y dramáticamente irresuelto, en el caso de Florence Price agravado por ser afroamericana. Es conveniente recordar que Price completó más de 300 obras, de ellas una veintena para orquesta, que se perdieron y solamente la casualidad quiso que medio siglo después de su muerte aflorasen en una casa abandonada en las cercanías de Chicago. El caso de Brico fue igualmente sangrante, al no conseguir llegar a la dirección de la Orquesta Sinfónica de Denver, a pesar de estar siempre en lo alto de las quinielas las veces que se anunciaban cambios en la batuta, es decir, el relevo en la dirección titular de la Sinfónica de Denver.
La cantante de folk Judy Collins recogía en Antonia: portrait of a woman -ensayo fechado en 1971- este lamento textual de Brico: «Tengo cinco presentaciones al año. Tengo fuerza suficiente como para tener cinco al mes. Doy clases… pero me siento frustrada. Es como darle un poco de pan a una persona que muere de hambre. Cada vez que oigo el nombre Evgenia Svetlana, muero por dentro porque ella es mujer en Rusia y está dirigiendo todo el tiempo». También Florence Price dedicó buena parte de su tiempo a la docencia, a pesar de darse la ironía de que ella fue la primera mujer afroamericana reconocida como compositora de obras sinfónicas y la primera en verlas interpretadas por orquesta grande, en concreto la Chicago Symphony. Corría el año 1932.
Nacida Florene Beatrice Smith, fue su madre quien guio sus primeros pasos al darse cuenta de su talento. A los 4 años ofreció un recital de piano y a los 11 años escribió su primera composición. Se casó con un dentista, de apellido Price, y debido a los disturbios raciales tuvo que emigrar con su familia a la ciudad de Chicago. La discriminación fue una constante en su vida, de tal manera que en el Conservatorio de Boston ocultaba su verdadera identidad haciéndose pasar por mexicana. Divorciada (1931), tuvo que sacar adelante a sus tres hijos escribiendo canciones y tocando el órgano en proyecciones de cine mudo. Su Sinfonía nº 1, interpretada por la OSIB el pasado 9 de marzo, ganó el concurso convocado por los grandes almacenes Wanamaker y fue tal la impresión que causó en el director Frederick Stock, que decidió subirse a la tarima y liderar a la Sinfónica de Chicago.
Al día siguiente, el Chicago Daily News publicaba: «Es una obra impecable que expresa su propio mensaje con cierta mesura y, sin embargo, también sentimos pasión. Esta música es digna de obtener un lugar en el repertorio sinfónico actual». Pero en absoluto todo eran facilidades. En una carta que dirigió a Serge Koussevitsky, director musical de la Orquesta Sinfónica de Boston, escribió Florence Price: «Tengo dos desventajas. Soy mujer y por mis venas corre sangre de color». Fallecida en 1953, no será hasta el año 2009, que en una casa abandonada en Illinois, aparezcan las partituras de sus dos conciertos para violín y de la Sinfonía número 4. Años después –en 2018- Alex Ross escribió en el New Yorker: «Gran cantidad de la música de Florence Price estuvo cerca de la destrucción. Esa casa en ruinas es un poderoso símbolo de cómo un país puede olvidar su historia cultural».
Aprovecho la ocasión para recomendar el primer libro publicado por Alex Ross, el año 2009, El Ruido Eterno (escuchar al siglo XX a través de su música), finalista del Premio Pulitzer y considerado un libro fascinante e imprescindible sobre un tiempo caótico y estridente como el siglo XX. Y volviendo a Florence Price, a su muerte la hija mayor intentó dar a conocer su música, pero en los años 50 a nadie interesaba una compositora mujer y además negra. Qué razón tenía Alex Ross en su escrito para el New Yorker.
Un acierto que la OSIB nos la recordara aunque fuese a rebufo del 8 de marzo. Florence Price encarna ese feminismo en lucha por la igualdad y que a todos nos compete por igual su defensa incondicional.
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