A veces no necesito otra app, sino aburrirme un rato
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Hay días en los que me pongo a instalar aplicaciones. Una para concentrarme. Otra para hacer ejercicio. Otra más para evitar distracciones o contemplar el cielo nocturno. Y luego están las redes, los juegos, los podcasts, los vídeos de recetas que no pienso cocinar. El móvil se convierte en una navaja suiza que lo promete todo, orden, calma, motivación. Pero al final del día, siento que me falta algo que ninguna app puede darme. Y entonces me doy cuenta de que tal vez no necesito otra app. Tal vez solo necesito aburrirme un rato.
El aburrimiento: lugar incómodo, pero necesario
Cuando noto que me estoy aburriendo, instintivamente saco el móvil. Como si el silencio me incomodara, a veces lo hace porque paso muchísimo tiempo solo. Como si quedarme a solas conmigo mismo fuera una amenaza. Me pasa esperando un tren, haciendo cola, incluso viendo una serie que no engancha lo suficiente. Esa microansiedad me empuja a abrir cualquier cosa. Y lo peor, muchas veces ni siquiera sé por qué.
Pero en esos pocos momentos en los que me aguanto, en los que dejo el móvil a un lado y simplemente estoy, algo distinto ocurre. El cerebro deja de correr como loco y empieza a pensar. A conectar ideas sueltas. A recordar cosas. O a no hacer nada, que también está bien. Porque en el fondo, ese espacio vacío no es improductivo sino fértil.
Las mejores ideas no llegan cuando estoy ocupado
Lo he comprobado mil veces. Las ideas que realmente me mueven, tanto para escribir, decidir algo importante o simplemente resolver un lío mental, no han salido nunca de una app. Han aparecido cuando estaba caminando sin música, mirando por la ventana o simplemente dejando la mente divagar.
Y aun así, me cuesta permitir ese espacio. Porque el móvil me ofrece siempre una distracción más fácil, más rápida, más placentera. Pero también más efímera. A veces paso media hora entre reels, y cuando termino, me siento más vacío que al empezar.
Buscar el foco en un mundo que no para
No es que las apps sean el enemigo, ya que algunas me ayudan. Me organizan, me inspiran, me salvan de un atasco mental. Pero cuando las uso sin filtro, cuando salto de una a otra sin rumbo, siento que mi cabeza se fragmenta. Como si tuviera mil pestañas abiertas y no pudiera cerrar ninguna.
Por eso estoy intentando recuperar algo que parece ridículo, aburrirme un rato sin sentirme culpable. No como castigo, sino como permiso. Para dejar que mi mente se relaje, observar y estar en pausa.
No hacer nada también es hacer algo
A veces, lo más productivo que puedo hacer es mirar al techo. O salir a pasear sin cascos. O quedarme en silencio mientras desayuno, sin titulares, sin vídeos, sin apps. Y me doy cuenta de que en ese vacío aparece algo que no encontraba en ninguna aplicación, presencia. Estar, respirar, pensar sin estímulos. No esperar nada de ese momento. Solo dejarlo pasar. Y entonces, sin querer, llegan nuevas musas. O no llega nada, y también está bien. Porque mi tiempo no tiene que ser siempre útil para ser valioso.
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