Tardes de soledad
Tardes de soledad, días de cine. Albert Serra nos ha sacado a pasear a todos. Nos ha hecho volver a la gran pantalla. Y ha logrado ganar una batalla muy difícil: convertir al toro en toro y al hombre en hombre.
Con su capote de Lumière, nos ha hecho entrar al trapo a taurinos, no taurinos y hasta a tibios. Y como dice una espectadora neoyorquina vegana: «Nos ha corrompido». A los pro, porque hemos visto la debilidad del hombre. A los anti, porque han descubierto su heroicidad.
Pero… ¿qué has hecho, Albert, qué has hecho? Esto no es una película, ni un documental. ¿Acaso un tratado filosófico de tauromaquia? ¿Un poema?
¿El toro en la noche no duerme? ¿Eso nos quieres decir en la primera escena? ¿Que Dios, la Virgen, el Rosario son los únicos que acompañan en la tardes de soledad al torero? Has registrado al hombre desnudo en el trance de miedo. Sólo puedo decirte: ¡ole!
Y la sangre, Albert, ¿qué has hecho con la sangre? ¿Qué nos quieres decir? ¿Que si tapamos la sangre del toro, no entendemos la sangre del torero? ¿Que si no apreciamos la sangre del toro, ni su muerte, no valoraremos la herida del héroe? ¿Es por eso que no la tapas, que la exhibes?
Albert, ¡¿pero sabes lo que has hecho?! Has reconvertido al toro en toro, al hombre en hombre… Has logrado que en el interior del espectador, en su pecho acelerado por la tensión de los pases, citados en corto, grite: «¡Dejadlo! ¡Dejadlo! Pobrecito, ¿no veis que es un hombre que está sufriendo por nosotros?».
Tardes de soledad tiene un valor antropológico incalculable. Ahí está captada la mirada del torero, ha logrado desnudarlo, desproveerlo del traje de luces, mostrarlo al natural. Ha sido capaz de traspasar el halo divino que envuelve al maestro en su coraza de oro, hasta el punto de sentir en nuestras propias carnes la dureza del preso, del condenado, del señalado, del elegido.
Por eso, a algunos toreros no les convence la película, porque se sienten al descubierto. El cineasta ha destapado su engaño al mundo: ha mostrado las lágrimas, la preocupación, el miedo, la responsabilidad, la inseguridad de los toreros. En resumidas cuentas: ha exhibido su valor humano.
Y sí, tenía que ser Andrés Roca Rey. Tenía que ser su voz dulce, su mirada de niño, su cuerpo limpio, su pensamiento inocente, el que nos cautivase. O más bien al que no dejara indiferente al que creía que el torero es un hombre rudo, sin alma, feroz.
Roca Rey se ha convertido gracias a Albert Serra en la imagen internacional del torero actual. Algunos podrán pensar que es su gran campaña publicitaria personal. No, no, no. Roca Rey no ha puesto su rostro sino el de todos los toreros. Ha hecho que vuelvan a la sociedad, que se vuelva a hablar de ellos, que generen curiosidad y respeto. La gente ajena al mundo del toro, no ve a Roca Rey, ve a un torero. Y ahí está la clave.
Por todo ello, me atrevo a afirmar que Tardes de soledad es la obra más importante que se ha hecho sobre nuestra pasión y nuestra fiesta. Es nuestro Hemingway moderno.
No importan las plazas, no importan los triunfos ni los fracasos. Esa no es la historia. Albert Serra ha retratado la soledad de un artista que al terminar la función sale del escenario envuelto en aplausos, con flores en la mano, hasta la siguiente por haber sobrevivido. Como dice Fernando Gomá, «retrata la tragedia del héroe atrapado en un círculo: plaza, furgoneta, hotel. Hotel, furgoneta, plaza».
Muchos aficionados pasaremos por este mundo sin montarnos en una furgoneta con la cuadrilla y sin estar en sus habitaciones cuando se visten o regresan. Se han filmado muchas veces este tipo de escenas en reportajes, películas…, pero nunca antes así, porque todas estas imágenes son espontáneas, ¡auténticas! Ha logrado infiltrase en esta familia forjada en la lealtad de los ruedos.
Cualquiera que experimente Tardes de soledad en la butaca, acompañará al torero y escuchará lo que casi nadie puede escuchar en su diálogo con el toro y con Dios: «Ah, qué me has perdonado la vida», «he tenido mucha suerte, ¿verdad?», «no entiendo cómo no me ha pasado nada con semejante cogida», «hay un ángel»…
Además el público se ha visto reflejado (sin verse) en la preocupación del matador por el qué dirán y en cómo le molestan las críticas arrogantes desde el tenido: «Esta oreja va a traer polémica», «¿tú crees que habrán visto la importancia de la tarde?». Incluso el propio público ahora como espectador de sí mismo puede escucharse y darse cuenta que, en el desprecio, se pierde la grandeza de apreciar qué es echarse un toro, segundo a segundo, a las caderas.
Y lo más fuerte: que todo esto pasa en pleno siglo XXI. Dos planos en la película sacan momentáneamente del trance. Uno es la calle en blanco y negro, cuando a través de la furgoneta, nos damos cuenta dónde estamos: en una ciudad industrial y fría. Otro plano: el hotel, cuando Roca deja su móvil en la mesilla junto a la estampa de la Dolorosa, y sale de la habitación… ¡Nos damos cuenta de que tiene móvil, que no es un guerrero mitológico, sino que tiene una vida normal a pesar de su oficio!
En este sentido, debemos reconocer la madurez del jurado del Premio Nacional de Tauromaquia y a la Fundación Toro de Lidia por haber defendido la obra de Albert Serra, pese a las críticas. Sin vuestra apuesta, esta producción seguramente no habría impuesto a los aficionados y a los censores el compromiso moral de verla aunque sea para criticarla después.
Termino diciendo a muchos que se han corrompido viendo el film… Que bienvenidos a la fiesta más increíble del mundo: nos vemos en las plazas, como nos hemos visto en la oscuridad del cine para acompañar en las tardes de soledad a esos hombres de carne y hueso.
Bueno salvo a un tal Urtasun, porque a él ni se le espera «ni le necesitamos», como dijo el protagonista del largometraje nada más y nada menos que en el Senado. Es evidente que se fue a sus terrenos para decirle en toreo que, por si no se había dado cuenta, el director catalán se había llevado dos orejas y rabo.
Lo último en Opinión
Últimas noticias
-
Sánchez cumplirá esta semana un año sin someterse al control del Senado
-
Así ha sido la «tormenta destructora de los Oscar» para Karla Sofía Gascón: «El dolor ha sido abrumador»
-
Fin de Trudeau: los liberales canadienses le sustituyen por al economista Mark Carney
-
Jornada 27 de la Liga: resumen de los partidos
-
Así es la piscina que indigna a los ecologistas en el chaletazo donde vive la presidenta del PSOE gallego