Sombras del pasado en el ‘caso Sánchez’
A la vista de los acontecimientos, a cualquiera podría caberle la sospecha de que el apagón general sufrido por España el pasado 28 de abril fue provocado aposta para robar con más tranquilidad. Cierto es que los «golfos apandadores» del sanchismo no han tenido ningún pudor para actuar a plena luz del día, siendo la nocturnidad su condición preferida para otros manejos no menos impudorosos.
Pedro Sánchez está decidido a que los españoles apuren hasta las heces el copón colosal de detritos en que ha convertido su partido y su gobierno. Y una vez consumida esta ronda y vuelto a llenar el copón fecal, tintarse de nuevo el rostro con las pinturas de guerra del afligido solicitante de perdón, mientras maniobra diligentemente para garantizarse el silencio protector de los suyos y para no quedarse sin comer antes de las cinco de la tarde.
Ya es un lugar común decir que el PSOE que ha modelado Sánchez no es otra cosa que un proyecto personalista dedicado a su propio beneficio. Es un partido a su imagen y semejanza, es decir, a las de Ábalos, Cerdán y Koldo, pretorianos del Peugeot y la corrupción, sus tres manos derechas, porque a él una no le basta, pues siempre tiene que ser más que nadie.
Pero está por escribir aún el modo en que el PSOE tratará de no acabar reducido a un mero bote salvavidas donde solo quepan Sánchez y sus más allegados, mientras los sucesivos círculos de poder socialista que convivieron silentes con la corrupción se hundan por la gigantesca plaga de carcoma que devora las cuadernas del barco.
La terca voluntad de Zapatero y Sánchez por manipular el pasado debía de haberles enseñado al menos a reconocer los antiguos errores del PSOE para no caer en ellos nuevamente. Porque ambos han reproducido la identificación del partido con el Estado que marcó la deriva totalitaria de Largo Caballero, situando la ambición de poder del socialismo español entre las principales causas del fracaso de aquel esperanzador régimen republicano.
Esta identificación determinó la reacción virulenta de los socialistas ante cualquier que pudiera impedirles adueñarse del Estado, como sucedió con el golpe revolucionario de octubre de 1934 contra el gobierno del radical Lerroux. Con la lacerante hondura de sus asertos, Unamuno ya predijo en 1933: «Si hay fascismo en España ha de ser nutrido por masas socialistas, que tienen el mismo concepto fascista del Estado».
De aquellos viejos lodos se levanta hoy el polvo del odio a la derecha, la deslegitimación del contrario y el fanatismo mesiánico del que cree que logrará acabar para siempre con sus rivales políticos sacrificando la España constitucional.
Pero gracias al sistema democrático de contrapesos que afortunadamente hoy sigue en pie en España a pesar de las embestidas sanchistas, estamos viendo aflorar la primera huella sinuosa que deja sobre el pavimento constitucional la confusión de los límites entre el partido y el Estado.
La corrupción sanchista, como la estela de una babosa, repta entre despachos, salas y pasillos de La Moncloa y Ferraz, de ministerios y empresas públicas, además de pisos de recibir y puticlubs. Aún está por determinar del todo la escala de esta trama, pero no es descartable que el fraude multimillonario de los ERE del PSOE andaluz pueda perder el trono de la inmundicia política europea.
El paso a la cleptocracia era inevitable en el partido sanchista, aunque algún día quizás se revele de modo diáfano cómo el ansia de robar se desmadró antes de que lograran controlar todos los resortes que garantizaran su impunidad.
La amnistía y la rebaja penal del delito de malversación de fondos públicos, pensadas teóricamente para sus socios independentistas, son solo piezas de la armadura con que el régimen de Sánchez ha pensado blindarse ante quienes investiguen y persigan sus delitos.
Lo son también el control del Constitucional y la Fiscalía General, así como las reformas del acceso a la carrera, la acusación popular y la instrucción con que Sánchez dispara sus bolaños (bola de piedra que disparaban las bombardas, según la RAE) contra la fortaleza de la Justicia.
A los apasionados en trazar similitudes entre el hoy y el ayer, es posible que les cause algún estremecimiento situar en paralelo a figuras tan caracterizadas como Koldo García Izaguirre, hombre de confianza de Sánchez, que le encargó la custodia de sus avales en las primarias de 2017, y Julio López Masegosa, hombre de confianza del socialista Juan Negrín, ministro de Hacienda y después jefe de Gobierno en la Guerra Civil.
Afiliado al PSOE, capitán de milicias y después comandante de Carabineros, López Masegosa dirigió al comienzo de la Guerra Civil el saqueo de las reservas de oro y de las cajas de seguridad particulares del Banco de España por orden del Gobierno de Largo Caballero. Salvando las circunstancias sin comparación infinitamente más trágicas, el PSOE se robó entonces posiblemente el mayor botín jamás sustraído en la Historia de España.
La Fundación Pablo Iglesias refiere en su web que López Masegosa dirigió en diciembre de 1948 un intento de invasión de Costa Rica desde Nicaragua apoyada por el dictador Anastasio Somoza, que fracasó. Hasta en estas querencias del zapaterismo y el sanchismo por los sátrapas iberoamericanos hay coincidencias.
Queda por ver si estas coincidencias no son más bien reincidencias, sobre todo si uno piensa en la noche del aeropuerto de Barajas con las maletas de Delcy Rodríguez, la mano derecha del dictador Maduro, y su comité de recepción, con Ábalos, Koldo y Aldama, previo aviso a Sánchez.
«De lo que pasó esa noche no quiero hablar ni muerto», ha llegado a declarar Koldo. Lo mismo pudo decir López Masegosa después de su participación en el expolio del Banco de España. En los próximos capítulos del «caso Sánchez» quizá sepamos el alcance de estas coincidencias o reincidencias históricas.
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