«¡Rajoy asesino!», «¡Rajoy dimisión!»
Miércoles 1 de octubre de 2014.
España se levanta impactada por el primer caso de ébola conocido en nuestro país, para ser más exactos, del primer caso estrictamente nacional. Se trata de María Ramos Romero, enfermera del Hospital Carlos III, que ha tratado al misionero Manuel García Jove que llegó de Sierra Leona con el letal bicho en el cuerpo. El Gobierno despacha improvisadamente la noticia por boca del presidente con un “no pasa nada, es un caso aislado”. Los periodistas se quedan entre anonadados y estupefactos pero no pueden cuestionar la propaganda oficial porque están prohibidas las preguntas. La cosa va de plasmas. El experto del Ministerio de Sanidad escogido a dedo por Soraya, Fernando Simón, interviene 24 horas después desde la sede del Paseo del Prado y suelta una frase que deja tranquilo al personal con una antisintáctica frase: “No habrá más allá de algún caso, el ébola no tendrá apenas incidencia en España”. Juan Español respira aliviado al saber que un virus que acarrea unas tasas de mortalidad del 50% ha pasado de largo por la Península Ibérica.
Mariano Rajoy sabe que están mintiendo como bellacos y por eso se reúne con sus más fieles para pulsar opiniones, desde Soraya hasta Moragas o Cospedal, pasando por la más leal entre los leales, Ana Mato, que para más señas es la ministra del ramo. A los unos y al otro les cuenta que los expertos opinan que lo mejor sería confinar a los 46 millones de españoles en sus hogares durante un par de meses so pena de provocar una auténtica escabechina entre sus compatriotas. Pero tanto Soraya como Cospedal coinciden —por fin— en convenir en que eso sería una catástrofe para la economía y un lío monumental porque el 12 de octubre tienen la Fiesta Nacional y una semana más tarde han convocado una gran manifestación en Madrid para contrarrestar el golpe de Estado que en forma de reférendum ilegal tiene previsto perpetrar Artur Mas el 9 de noviembre. Todos coinciden en que lo mejor es tirar la pelota adelante, arriesgar y que sea lo que Dios quiera. “Al fin y al cabo”, humoriza el presidente con un toque racista, “esto no es África, eso son cosas de negritos, aquí no pasará nada”. Cualquier cosa menos cancelar la Fiesta Nacional y una concentración que meterá a un millón de personas en Colón alrededor de la bandera de 294 metros cuadrados que el facha de Aznar situó en el epicentro de la plaza. De confinamientos o distanciamiento social ni se habla. Mientras tanto, Pedro Sánchez se pone las botas en la Cámara Baja: “Usted no es presidente del Gobierno, es presidente de un desgobierno. Señor Rajoy, España necesita un presidente y gobernar no es sólo hacerse una foto”.
Los días pasan y el número de contagios crece. Científicos españoles que trabajan en la Universidad estadounidense de Harvard y que llevan una década investigando el ébola se ponen en contacto con Rajoy y le alertan: “Presidente, esto hay que cortarlo por lo sano, de lo contrario, será una tragedia de proporciones bíblicas”. El pontevedrés de Santiago les atiende amable, como es él, a sabiendas de que luego no les va a hacer ni puñetero caso. Lo primero es mantener como sea el 12-O y esa marcha sobre Colón en la que tanto se han empeñado el aliado Rivera y esos chicos de Abascal que poco tienen que representar porque difícilmente se representan a sí mismos. El 19 de octubre figura con letras mayúsculas en el calendario del centroderecha español. Una fecha intocable.
Domingo 12 de octubre de 2014.
La Fiesta Nacional se celebra por todo lo alto. Es la primera que preside Felipe VI, nuevo Rey de España tras la abdicación de Juan Carlos I escasos cuatro meses antes. Las tropas desfilan marciales por La Castellana en un ambiente de fervor patriótico. Más de 200.000 personas se agolpan en las dos riberas de la calle. Horas más tarde, los grandes personajes de este país acuden a Palacio a la fiesta ofrecida por Sus Majestades. El ambiente es de euforia: Mariano Rajoy sabe que, a pesar de los pesares, a pesar de las minas que en forma de casos de corrupción están salpicando su camino, la economía se ha dado la vuelta, se crea empleo sin parar y el PIB crece a un 1,5% tras un lustro largo de disgustos y rescates varios.
Semana del 13 al 19 de octubre
La semana no arranca informativamente el lunes 13 sino el viernes 17. Una noticia estremece los telediarios, los periódicos y las radios. De España y de todo el mundo. “La Reina Letizia trasladada al hospital militar Gómez Ulla por posible ébola”. La primera dama tiene 39,5 grados de fiebre, unos dolores musculares espantosos, la cabeza y la garganta le estallan. La diarrea y los vómitos se han apoderado de ella. Ése es el chauchau popular que prosigue a la noticia porque Zarzuela ni confirma ni desmiente el positivo por ébola. Entre tanto, se cumple la quinta semana en la que la Organización Mundial de la Salud insta al Gobierno del Reino de España a tomar medidas drásticas y a hacer acopio de material sanitario para enfrentar una catástrofe de salud pública que ellos dan por segura. El máximo responsable del área biológica de la Policía Nacional en Riesgos Laborales, José Antonio Sobrino, había recomendado a principios de septiembre “evitar aglomeraciones”. Su aviso a navegantes acaba en la papelera del ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, que además exige la cabeza del “alarmista alto cargo”. Testa que, por supuesto, acaba siendo convenientemente guillotinada.
Viernes 17 de octubre, 20.00 horas.
Mariano Rajoy acude a Zarzuela a media tarde a despachar con Don Felipe. Nada más salir de Palacio, mientras observa la berrea de los ciervos del Monte de El Pardo, llama a Soraya, a los titulares de Interior, Hacienda, Economía, Defensa y Sanidad y a la secretaria general del partido. Les cita a la hora de la cena en Moncloa. Nada más entrar en el comedor del tan suntuoso como frío hogar del presidente del Gobierno les suelta a bocajarro la pregunta del millón:
—¿Cancelamos lo del domingo o no?
—Presidente —se pone campanuda Cospedal—, no podemos hacerlo, los nuestros nos correrán a gorrazos. Están listos los autobuses, mucha gente incluso ya ha llegado a Madrid y cargarnos la manifestación es el mejor regalo que le podemos hacer a Artur Mas.
—Estoy de acuerdo con María Dolores —tercia la vicepresidenta del Gobierno—.
—Tenéis razón —zanja Rajoy—, el remedio sería peor que la enfermedad—. Se acabó el debate. Se zampan un foie espectacular, acto seguido le dan al jamón ibérico y para terminar solomillo de buey que te crió. Todo ello regado por el preceptivo Vega Sicilia y finiquitado con un par de copas de Macallan.
Sábado 18 de octubre.
Fernando Simón, el experto al que Soraya ha convertido en el portavoz del Gobierno para quitarse el marrón de encima, es acribillado a preguntas por los periodistas en la vetusta sala de prensa del Ministerio de Sanidad.
—¿Aconsejaría a sus hijos ir a la manifestación de mañana o, por el contrario, les pedirá que no vayan por los riesgos sanitarios que conlleva?
—Si mi hijo me pregunta si puede ir, le diré que haga lo que quiera, que no hay ningún riesgo. Yo espero, además, que la manifestación sea un éxito—, concluye el zaragozano que ha pasado de ser un desconocido a convertirse en el tipo más famoso de España.
Domingo 19 de octubre.
Las previsiones se quedan cortas. Más de 1,5 millones de personas se reúnen en Colón y calles adyacentes. La hilera de gente llega hasta el mismísimo Paseo del Prado por el sur, hasta los Nuevos Ministerios por el norte, hasta un poquito antes de Ventas por el este y roza la calle Princesa a oeste. Mariano Rajoy acompañado de su mujer, Elvira Viri Fernández Balboa, Soraya con su inseparable Iván Rosa, Rivera con su compañera, Beatriz Tajuelo, Inés Arrimadas y un largo etcétera se sitúan alrededor del atril en un acto presentado por dos periodistas fachosos: Carlos Cuesta y María Claver. Veinticuatro horas después periódicos y radios afectos a la causa —TV ninguna porque todas son de la oposición— destacan lo obvio: el exitazo de participación. Ni Francisco Franco atraía esas muchedumbres en la Plaza de Oriente.
Viernes 24 de octubre.
Moncloa nos despierta a todos los españoles con un comunicado que siembra el pánico y tumba definitivamente los mercados previendo el crash bursátil que se avecina. “Elvira Fernández Balboa e Iván Rosa han dado positivo por ébola en los test que se les han practicado en la Fundación Jiménez Díaz y en el Gregorio Marañón, respectivamente”, apunta la escuetísima nota remitida por la Secretaría de Estado de Comunicación. Apenas diez horas después se conoce que el ministro de Justicia, Rafael Catalá, y la de Trabajo, Fátima Báñez también han dado positivo. La prensa publica que el suegro del presidente y uno de sus hijos también han contraído el ébola.
Al ver que el asunto se le va de las manos, Mariano Rajoy cita a los medios a las 19.00 horas en Moncloa y anuncia que se decretará el estado de alarma sin precisar ni cómo, ni cuándo, ni cuánto. Periodistas y analistas lo ponen a caer de un burro. La chapuza es monumental. Lo propio de un presidente fake que aprobó la oposición a registrador de la Propiedad tras haber sobornado su padre al tribunal examinador.
Sábado 25 de octubre.
El presidente anuncia a la nación que decreta el estado de alarma en una cita por plasma. Durará 15 días. La cifra de muertos alcanza ya los 200 y los contagios se cuentan por miles. Aunque, en realidad, nadie sabe la cifra exacta porque el Gobierno carece de test y ha ordenado falsear las cifras. Los sanitarios caen también en tropel: el 20% de los médicos, enfermeros y celadores está contagiado. La marea blanca se manifiesta con toda la razón del mundo todas las tardes en el umbral de los centros sanitarios contra “este Gobierno homicida”.
Miércoles 29 de octubre.
El Ibex continúa cayendo a plomo. Ya vamos por un -40%. Mariano Rajoy vuelve a dirigirse a sus gobernados y, por enésima vez, por plasma. Los periodistas ni están, ni se les espera, ni desde luego pueden preguntar. Rajoy anuncia un plan de 200.000 millones de euros para salvar un Producto Interior Bruto que caerá en el mejor de los escenarios un 10% y en el peor un 15% con 2 millones de nuevos desempleados.
Jueves 30 de octubre.
Las estadísticas son escalofriantes. Van más de 12.000 muertos y 100.000 infectados. España ocupa el segundo lugar a nivel mundial en ambos parámetros sólo por detrás de Estados Unidos y Francia. Por habitante, sin embargo, somos para desventura nuestra los número 1 del planeta. Todo apunta a que el número final oscilará entre los 20.000 y los 30.000 fallecidos.
Viernes 31 de octubre.
Turbas izquierdistas se concentran ante las más de 1.000 sedes que el PP tiene distribuidas a lo largo y ancho de la geografía nacional. Los cientos de miles de whatsapps enviados y reenviados por PSOE y Podemos a sus fieles han surtido efecto. Los antidisturbios se las ven y se las desean para contener a la masa enfurecida. España es un clamor: “¡Rajoy asesino, Rajoy dimisión!”. Los presidentes del PP en Linares y en Elche son linchados por un grupo de jóvenes encapuchados. Las llamas devoran las sedes de Toro (Zamora) y Lérida. Incendios que, obviamente, no han sido fortuitos. Mil policías custodian Génova 13. La magnitud del dispositivo no impide que uno de los días más calientes una decena de chavales invada la recepción del cuartel general del partido y arrase con todo lo que se encuentra a su paso. Todos los medios próximos al Gobierno, desde el sorayista El País hasta El Mundo o La Razón, aconsejan al presidente que coja el petate y se largue. Los medios podemitas como Público, El Plural o Infolibre exigen “el procesamiento de Rajoy por delitos de lesa humanidad”. El más socialista que comunista El Diario pide la intervención de la UE y de la ONU. El cineasta Pedro Almodóvar habla de “exterminio”. Javier Bardem y Penélope Cruz ofrecen una conferencia de prensa desde su casoplón de Bahamas en la que ruegan al mundo que “actúe” para parar la “criminal actuación del Gobierno de España en la crisis del ébola”. Los colegios de Médicos y enfermeros, las funerarias, los sindicatos y hasta la patronal CEOE invitan al presidente de la segunda gran mayoría absoluta a marcharse a su casa “por el bien de España”. Pedro Sánchez le plantea una gran coalición nacional, la convocatoria de elecciones, consensuar los Presupuestos y que prescinda de sus “ministros corruptos” pero la respuesta es “no”. Rajoy está bunkerizado. Secuestrado por una camarilla capitaneada intramuros por Moragas y extramuros por Pedro Arriola, el gurú y maridísimo de la histriónica Celia Villalobos que cobra un millón de euros al año por ejercer de Rasputín.
Lunes 3 de noviembre de 2014.
Veinticinco mil muertos y 300.000 contagiados después, Mariano Rajoy ordena a Carmen Martínez Castro que organice una rueda de prensa en Moncloa. En el secreto de lo que va a contar están muy pocos. Él, ella, Viri y Moragas. Es todo un misterio. El presidente aparece, al fin, con la corbata negra que le reclamaba Pedro Sánchez. “Quiero pedir perdón a la sociedad española por los errores que haya podido cometer y anunciarles que acabo de comunicar a Su Majestad el Rey mi renuncia a la Presidencia del Gobierno”. No hay preguntas, porque están prohibidas, ni falta que hace.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
PD: personajes, fechas y situaciones son ficticias; la filosofía del artículo, claramente no. Lo digo por si algún tonto de la izquierda osa rebatir algún dato.
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