O Susana o el caos
Se presenta hoy en Madrid por todo lo alto. La van a respaldar en persona o por plasma interpuesto Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba. Casi na. El aparato está mayoritariamente con ella. La Gestora, es obvio recalcarlo, también. No faltará tampoco el mismísimo Alfonso Guerra, que es más consciente que nadie que la ecuación es muy sencilla: «O Susana o el caos». El antaño vicepresidente, por cierto, se verá las caras con alguien (Felipe) a quien no saluda desde que en febrero de 1990 tuviera que dimitir por las corruptelas salvajes de su hermanísimo Juan en la Delegación del Gobierno.
Susana Díaz es un buen sucedáneo de Felipe González en versión 3.0. Tan buena oradora o mejor que el hombre que llevó al PSOE del marxismo a la victoria, desde luego menos carismática (porque en esa materia Isidoro es invencible) y con una listeza equiparable. Seguramente el Felipe de ahora le gana en acervo pero el de 1977 no era mucho mejor intelectualmente que lo es la trianera en este momento procesal de la historia. El hombre que culminó la Transición con la victoria en las urnas de los que habían perdido la guerra es hoy un tótem gracias a cuatro décadas en primera línea en las que se codeó con los tipos más interesantes, y en algunos casos inquietantes, del planeta. La experiencia que atesora es inigualable. Conoció a los más grandes, fue uno de los artífices de la construcción europea y viajó por medio mundo y parte del otro.
El de junio será el Congreso más importante del Partido Socialista no desde Suresnes, que también, sino desde septiembre de 1979. Desde aquél (el XXVIII) en el que Felipe González forzó a los suyos a mandar al carajo el marxismo. El de Heliópolis sabía que con los mismos ingredientes salía el mismo plato. Lo había experimentado en carne propia: en 1977 un PSOE marxista se metió en el bolsillo 118 diputados y en las generales de marzo de 1979 tres más, es decir, 121. Era un partido gripado que no podía aspirar a más y que veía un sueño imposible la conquista del poder. Y hete aquí que el líder más líder que ha parido este país elucubró: o marxismo o poder. Y sentenció: «Poder». Lanzó un órdago en el Congreso de mayo, lo perdió, se retiró a los cuarteles de verano, volvió en septiembre, llegó, vio, venció y tres años después se salió del mapa con el mayor éxito jamás conocido.
Parafraseando a JFK yo no les pregunto a los militantes socialistas qué puede hacer el partido por ellos sino qué pueden hacer ellos por el partido. Y les respondo muy rapidito: cambiar de foto en el cartel electoral. Con el mismo, Pedro Sánchez, el resultado será el mismo. Alguien como el ex jugador del Estu, que va de mal en peor, que se anotó 89 escaños en 2015 y 85 en 2016, no es el más capacitado para ejecutar el gran reto que tienen por delante los de Ferraz: resucitar el PSOE ganador. Ese PSOE que el 28 de octubre de 1982 batió el Récord Guinness de la democracia española: 202 actas en la Cámara Baja.
Tampoco veo yo a un tipo como Patxi López que no supo mantener al constitucionalismo en la Lehendakaritza liderando el partido que más años ha gobernado este país. Por tanto, y ciertamente no por descarte, queda sólo una persona a la que confiar la misión ¿imposible? de resucitar el PSOE ganador: nuestra protagonista. Con ella se recuperará la ilusión y se centrará una formación que llegó a La Moncloa para quedarse cuando, más que renunciar al marxismo, viró al centro. Ese centro en el que anida la virtud y que es requisito sine qua non para salirte con la tuya en unas generales. El cielo no se gana por asalto, como predica el bestia de Iglesias, sino por el centro. Tan sencillo de predicar como complicado de ejecutar.
Y la única capacitada para ello es esta mujer que tiene 44 años, cuatro y pico más que González cuando entró por la puerta grande de la Presidencia del Gobierno de España. Ella ha demostrado por esa vía de unos hechos que son las autonómicas andaluzas que para gobernar no hace falta acostarse con ese enemigo llamado Podemos que el PP les puso en el camino. No se fue a la cama política con Teresa Rodríguez y, en contra de lo que muchos pronostican, no la veo haciendo lo propio con ese Pablo Iglesias que esta semana ha calificado de «víctimas» a los matones terroristas de Alsasua.
Dos peros a la candidata a candidata. El primero es su brutal política fiscal. Está de más comentar que es en Andalucía donde los tipos marginales son los máximos de toda España y donde ese impuesto a los muertos mal llamado Impuesto de Sucesiones provoca que miles de familias no precisamente ricas deban renunciar al piso del padre, la madre, la tía o el tío porque no les salen las cuentas. El segundo viene de la mano de alguien que algo tiene que ver con ella, Eduardo Madina. Hoy, sin ir más lejos, será su telonero en Ifema. Una persona como Susana que ha expresado su apego a la España constitucional no puede ni debe aceptar esa ponencia marco para el XXXIX Congreso en la que el bilbaíno propone «restaurar» parte de los artículos del Estatut declarados inconstitucionales. «Aquellos elementos del Estatut dañados desde la sentencia del Tribunal Constitucional», apunta textualmente. Manda huevos. Ya puestos, ¿por qué no suprimimos el Tribunal Constitucional?
Lo que que ha de hacer es «restaurar» pero no el ilegal Estatut sino el PSOE ganador. Y para ello nada mejor que aplicarse ese cuento chino que nos soltó Zapatero de que «bajar impuestos es de izquierdas» y «restaurar» la Carta Magna en aquellas zonas de España donde se incumple sistemáticamente (en ocasiones por acción u omisión del PSOE). Véase lo que acontece en Cataluña con Iceta y en el País Vasco de la mano de Idoia Mendia. Un PSOE ganador pasa por convencer a los que no piensan exactamente como ella. A ese electorado del PP más próximo al centro. A esa Tercera España a la que sedujo Felipe González. A esos ADNs de centroderecha a los que no les daba miedo el primer felipismo. Con el voto somático socialista no le basta ni de lejos. Con los que votan a la rosa llueva, truene o haga sol no es suficiente. Hay que vencer emocionalmente y convencer ideológicamente a los no dogmáticos que están enfrente.
Pese a que goza de muchísimo más talento del que le niegan sus enemigos, Sánchez no es el más indicado para esta aventura de la historia. No hace falta ser Steve Jobs ni Einstein para colegir que el que consiguió el peor resultado de la historia democrática del PSOE y seis meses después batió su propio registro no es el más idóneo… salvo para dejar al partido en 80 sillas en la Carrera de San Jerónimo. O tal vez menos. Y desde luego un PSOE ganador es física y metafísicamente imposible con un ser que apuesta por la entente con los comunistas de Podemos, con un partido que persigue a los periodistas, con una formación que defiende o relativiza a los terroristas, con una banda que aprueba y ensalza el encarcelamiento de la disidencia venezolana, con unos cínicos que quieren el CNI (pánico me da sólo pensarlo) y pasan de los ministerios sociales y se cargarán la economía en menos de lo que canta un gallo.
Susana empieza hoy de verdad el camino a la tierra prometida. La travesía del desierto se antoja dura, un infierno similar al que vivió el pueblo elegido, pero superarla es factible. Es complicado, entre otras cosas, porque son dos en una: primero habrá que cruzar ese Egipto que para Susana son las Primarias y luego vendrá el más difícil todavía con un PSOE que en estos momentos está a 91 escaños de la mayoría absoluta. No serán 40 años como en la Biblia pero sí como mínimo 40 semanas. Cruzo los dedos y rezo todo lo rezable para que a la ahora presidenta de Andalucía no le ocurra como a Moisés, que se quedó a las puertas de Israel. A todos los españoles, no sólo a los socialistas, nos va la vida en la lucha orgánica del Partido Socialista. Si se sale con la suya Susana volveremos a ese bipartidismo que es la regla y no la excepción en toda Europa (desde Alemania a Reino Unido, pasando por los países escandinavos y esa Francia en la que nunca gobernará Le Pen). A ese en el mejor sentido de la palabra turnismo que provoca que unas veces gobierne el centroderecha liberal y otras la socialdemocracia. La receta infalible para una democracia de calidad y una economía próspera. Lo demás es una tómbola al abismo en la que cuentas con todos los boletos.
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