Nuestro país es un auténtico sin Dios
En nuestro país, cuando un Tribunal Superior emite una orden a uno de inferior categoría este no tiene facultad de revisión de lo solicitado, en el mejor de los casos podrá interpretar una aclaración o complemento de lo que desea sea cumplido. Cuando nos vendieron la Unión Europea se recalcó la existencia de un territorio único judicial en el que, con las limitaciones, especificidades propias de lo que aún, pese a todo, no es más que un proyecto, la colaboración judicial debería de ser una realidad; si bien, eso, no es así y, cuando se cruzan las fronteras, los problemas se multiplican. Si tienes la desgracia de que tu ladrón sea detenido en Francia y los bienes son decomisados allí, la recuperación de tus bienes, una vez inmersos en la maquinaria estatal francesa no es compleja, es una labor de engranajes desesperantes en los que pierdes el tiempo, te pierdes, se pierden y contemplas con angustia cómo la maquinaria, ya de por sí lenta, de la Justicia, además, se convierte en prácticamente ineficaz.
Resulta absolutamente inadmisible que un tribunal asimilable, como mucho, a un Tribunal Superior de una comunidad autónoma, se pueda permitir no el incumplir una orden del Tribunal Supremo, sino incluso argumentar que la orden está mal planteada entrando, no sólo en el fondo de la misma, sino también en la forma, para además hacerlo —al menos visto desde fuera— con tintes de desdén y menosprecio. Absolutamente inadmisible, inapropiado y preocupante, en la medida que un sargento chusquero de Alemania se permite discutir no sólo la orden, sino el trámite de la misma concedido por un General Español.
Ciertamente, que un juez reciba la medicina de desprecio y falta de respeto que él en muchas ocasiones dispensa a sus justiciables, o inferiores, puede aparecer como una medicina apropiada para la comprensión de que la humildad, la profesionalidad y el respeto deben de producirse en todo momento; pero, cuando la medicina la intenta aplicar quien no está ni autorizado, ni tiene el nivel preciso, despreciando no a un juez, no a un Tribunal, no a un sistema judicial, sino a toda una nación soberana, merece una reacción adecuada, contundente y clara no del juez, ni del tribunal, ni del sistema judicial, sino del Estado español que no observo se esté produciendo.
Estamos exculpando a un rapero, Valtonyc, que afirma sin pudor «para todos aquellos que tienen miedo cuando arrancan su coche, que sepan que cuando revienten sus costillas, exploten, brindaremos con champán», en aplicación de su libertad de expresión; condenando a un catedrático, Méndez Naya, por defender la inocencia de “la manada” y decir «la chavala se dejó hacer, evidentemente» y «disfrutó»; aceptando que nuestro ministro de Justicia critique una sentencia y afirme, sin rigor y sin criterio alguno, que el “juez tiene un problema singular”; para, finalmente, que Torra llegue a la presidencia de la Generalidad Catalana manifestando: «Los españoles solo saben expoliar»; «si seguimos aquí algunos años más corremos el riesgo de acabar tan locos como los mismos españoles» y, ahora, que un tribunal de sexta división se permita despreciar a nuestro Tribunal Supremo y a nuestra nación y nadie diga nada, son síntomas de una repugnante putrefacción, del fin de un ciclo. Los jueces en huelga clamando por su independencia, por los medios que se le conceden a la Hacienda Pública o a la Seguridad Social, por sistemas informáticos útiles, por sueldos dignos… y los políticos en confrontaciones estériles mientras, dentro y fuera, nos toman por el pito de un sereno.
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