Mediocretizando
Cuando hablamos de política, y de política en España, me gusta invertir la máxima futbolera atribuida a Arrigo Sacchi y decir que la política es lo menos importante de entre las cosas importantes de la vida. Te das cuenta de la deriva decadente de una nación cuando el gbierno en bloque está formado por papagayos dóciles cuya única misión cada día es coger la alcachofa del medio servil que toque, generalmente público o muy subvencionado, y repetir ultraderecha tantas veces como aguante la paciencia del espectador; si es de izquierdas, será infinita. El resto que no lo es vive entre la resignación y la indignación, estados de ánimo que califican como fango en el diccionario moral sanchista.
En el PSOE y sus derivas comunistas y separatistas han entendido que el nivel intelectual de su votante está un escalón o dos por debajo de su despotismo iletrado. De ahí que no se esfuercen en desarrollar su área de gestión o por qué la economía debe intervenirse más o menos. Tampoco explican por qué España, en seis años de sanchismo, ha pasado de un seis a un doce por ciento de pobreza infantil o cómo van a solucionar el tema de la vivienda o el desempleo en mujeres y jóvenes, especialmente. Ni siquiera los ministros de educación o ciencia hablan algo de ciencia y educación. Todo es ultraderecha en su mente, como esa nube que aparecía en la cabeza de Homer Simpson y veíamos en ella, a modo de pensamiento, un mono sonriente chocando dos platillos. Esa imagen resume la profundidad intelectual del socialismo hoy.
Que una ameba o cualquier protozoo libre tenga más raciocinio que un ministro del Gobierno tampoco sorprende ni extraña. Saben a qué votante se dirigen y, en su concepto particular de igualdad, no sólo equilibran por abajo la miseria, sino también el conocimiento. Han mediocretizado tanto a la sociedad, que ésta admite que le gobiernen los más inútiles, torpes y malencarados dirigentes, sin más oficio que su propio beneficio. Montero, Puente, Alegría o la titular de Ciencia de cuyo nombre ningún científico se acordará, representan la quintaesencia del oprobio a la lógica y la razón.
Con perfiles de ese tipo en un gobierno, es más pertinente que nunca el debate sobre si es conveniente para el progreso y desarrollo de un país que cualquier persona, sin estudios ni un mínimo de conocimiento personal y profesional sobre el asunto que debe resolver, llegue a puestos de responsabilidad. De la misma forma que un cirujano realiza continuos exámenes médicos para poder operar, o un piloto de avión para manejar con seguridad tan compleja máquina, pues en ambos casos se pone en juego la vida de muchas personas, un político debería pasar un examen que acredite que está preparado para gestionar dinero público y que amerita la competencia propia del cargo. De lo contrario, no estaría sirviendo al propósito que la función política ha venido a cumplir.
Pero cuando gobierna el socialismo, el mal sistémico se convierte en problema endogámico: los portavoces de cualquier izquierda ralentizan tanto el avance social, que eliminan cualquier atisbo de progreso real, salvo en su discurso, donde todo es progresista cuando nada lo es. A ello le suman una alteración deliberada de la realidad, y allí donde el sentido común observa un conflicto con la inmigración ilegal, ellos ven progreso (votos). Donde un ciudadano cualquiera observa preocupado una economía en la que el Estado mantiene a la mitad de la población que no produce ni cotiza, ellos ven progreso (votos). Si les hablas de cómo van a luchar contra el problema de la vivienda con una ley que fustiga precisamente al comprador y al propietario, ellos defienden la ocupación y castigan la propiedad, porque eso es progreso (votos). Y así ad nauseam con el feminismo y las mujeres cada vez más desprotegidas y vulnerables por las leyes socialistas o las familias, cada vez más pobres y sin recursos por esa gestión socialista de progreso. La incoherencia siempre ha sido, junto a la mentira, el programa de gobierno más sostenible y compacto de Sánchez y asociados.
No es casual, empero, esta deriva mediocretizadora de la sociedad. Está pensada, repensada, y experimentada ya por fases. Primero rebajan la calidad educativa, los mínimos para vivir con dignidad, para después llamar clase media a quien recibe el Ingreso Mínimo Vital, concebido para esclavizar a la población y, por el camino, responsabilizar a la ultraderecha liberal (léase el oxímoron en clave de mentalidad zurda) de sus fracasos. Segundo, establecen una cortina de humo retórica que justifique su asalto antidemocrático a las instituciones y poderes públicos basada en la dependencia económica de medios de comunicación y población aborregada (cada vez más feliz de serlo). Por último, alteran la realidad para que donde vemos blanco acabe siendo negro y viceversa, excitando las vísceras de la feligresía dócil y alimentada (de subvenciones, ideología y miedo) ante la presencia de un enemigo, por lo general, inventado. Ultraderecha, ultraderecha y más ultraderecha. De eso viven hoy el PSOE, Sánchez y el conjunto de la izquierda política, de eso se alimenta un gobierno débil y dependiente y con ello convive la mitad de un país educado en el odio, el rencor y la envidia. Lo peor de todo es que muchos creen que así todavía se llena la nevera y se paga el colegio de los niños.
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