El manDATO de la era digital
¿Sabías qué cada vez que posteas una foto, das un like, haces un comentario o una búsqueda, envías un e-mail, chateas, haces llamadas, etc., estás generando datos? Incluso ahora, mientras estás leyendo este artículo, estás generando datos.
Todos estos datos, que contienen información muy sensible de tu vida privada, se recopilan y se almacenan, gracias a que tú diste el consentimiento para hacerlo, ¿te preguntas cómo? Fácil, cada vez que aceptaste una cookie o unos términos y condiciones.
Y como si esto no fuera poco, a partir de este momento, la empresa que custodia los datos (que puede ser otra diferente a la que los recopiló) comienza a analizarlos, haciendo inferencias y suposiciones acerca de quien eres; en ese momento tu información se comienza a clasificar en parámetros que ellos mismos establecen (nadie los conoce), y que, en un gran porcentaje de veces, terminan convirtiéndose en etiquetas con sesgos, discriminación y exclusión.
¿Por qué? Porque un dato es el reflejo de tu origen, de tu barrio, de tu capacidad adquisitiva, de tu partido político, incluso de lo que piensas, y las empresas están tomando decisiones sobre esos datos sin que nadie sepa muy bien a ciencia cierta como lo hacen.
Según el propio Facebook, su algoritmo (el mismo de Instagram) es capaz de analizar en los primeros siete segundos de utilización tu estado de ánimo, y a partir de allí, según tu estado emocional, decide qué contenidos enviarte.
A pesar de la que la GDPR (General Data Protection Regulation) dice que en Europa todos los datos que producimos son de nuestra propiedad, tú ¿podrías afirmar rotadamente que sabes qué empresas y cuántos datos tienen de ti? ¿O cómo los están procesando? ¿O qué conjeturas están haciendo de estos?
Uno de los escudos en los que atrincheran las empresas cada vez que alguien sale hablando del tema, es que recopilan datos porque las personas han dado su consentimiento para ello, y es verdad, siempre que aceptas términos y condiciones, les das consentimiento para hacerlo. Sin embargo, nadie sabe qué decisiones -buenas o malas- pueden estar tomando sobre nosotros, y lo que es peor, no sabemos como esas decisiones que toman sobre nuestros datos, pueden afectarnos gravemente que en el futuro.
Imaginemos esta situación: hace 5 años, en un momento en el que estabas realmente molesto, decidiste publicar parrafada con una crítica non sancta al político de turno. Hoy años después, el político está en otro cargo y tú -tal vez- pienses diferente y hayas borrado de tu mente ese día. Pero resulta que alguien, un día decide utilizar una frase de esa crítica, completamente fuera de contexto, y la manipula en tu contra, atentando contra tu integridad. Esto es pan de cada día en el ámbito político, pero hoy día, nadie está exento de esta clase de situación.
¿No tendríamos que comenzar a pensar en un derecho al olvido de nuestros datos en algún momento? ¿No deberían tener una fecha de caducidad?
Es gracioso, por qué mientras las entidades gubernamentales, los bancos, los seguros y muchas empresas nos exigen transparencia en nuestros actos (si no, que lo diga la Pantoja), nosotros no hagamos lo mismo con las empresas que manejan nuestra información más confidencial.
Uno de los grandes problemas con el tema digital en general -no sólo con los datos- es la falta de trasparencia y explicabilidad en sus procesos, y no podemos seguir aceptando que las empresas tengan cajas negras de nuestros datos, en donde se nos diga que hacen con ellos.
Sobre todo, porque las Inteligencias artificiales generativas como el ChatGPT se alimentan de estos datos porque internet es un lugar público para extraer datos con el fin de entrenar al algoritmo, y si estos ya le llegan sesgados, nunca podrás librarte de esa etiqueta en internet.
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