Junqueras e Illa, lo mismo da ocho que ochenta
Unos días antes de comenzar la campaña en Cataluña, un empresario muy significado de la región, importantísimo, visitó la Moncloa. Eran los momentos en que, pese a las proclamaciones del PSOE y las trampas de Tezanos, Illa no ganaba. Esquerra se destacaba y por el entresuelo Ciudadanos iba para abajo irremediablemente, el PP llegaba incluso a los diez escaños, y Vox estaba, más o menos, en cinco o seis. De modo que el convidado y sus anfitriones comenzaron a urdir una solución. Y alcanzaron este acuerdo: si todo sale como prevemos el mejor acuerdo es que gobierne ERC, que Podemos, o sea, los Comunes catalanes, se sumen al pacto y que en el exterior, por fuera, Illa -decían y reconocían los interlocutores- ayude por a la gobernación de la Generalidad. Un pacto de dos barreneros de la Constitución; uno a lo bestia, Junqueras, y otro por lo bajini y ‘a lo Sánchez’, Salvador Illa. Lo mismo da ocho que ochenta. La contada aquí era una hipótesis de trabajo que ahora, un mes después, se antoja ya casi imposible, aunque parezca, dentro del horror, la más deseable entre todas las opciones que ya han comenzado a debatirse. Es una opción posible pero improbable porque gentes, fuerzas vivas de Cataluña, como el mismo empresario que “asaltó -como él dice- las tapias de La Moncloa” han resucitado esa alternativa además acompañada de una negativa en toda regla, radical: “Todo menos que se vuelvan a repetir las elecciones”.
Todos los influyentes con los que se habla desde el domingo reconocen que la estabilidad o, mejor dicho y más vagamente, la gobernabilidad, está muy lejos de la seguridad. Hay algún factor, curiosamente muy poco mencionado, que, a mayor abundamiento, entorpece los objetivos: la presencia de las CUP o, con más precisión, cuál será la postura de estos facinerosos en la multiplicidad de negociaciones que, con certeza, ya se han abierto. Como afirma el empresario citado, la CUP, aun a la baja, es garantía específica de agitación, es decir, lo que menos conviene ahora mismo a esta Cataluña incomprensible que se ha vuelto a retratar el domingo en las urnas.
Aparte de esta opción tan compleja, las demás, incluso la provocación soberanista total, resultan igualmente conflictivas. La pregunta es: después de decirse lo que se han dicho, después de haber hecho patentes sus odios respectivos y después de declarar que uno y otro no irían juntos ni a recoger una herencia porque, como sugiere un periodista catalán: “uno de los dos se la quedaría apenas salir de la Notaría”, ¿es siquiera pensable que Junqueras (Aragonés es sencillamente el cabo furriel de su jefe) y la señora Borrás puedan tomarse un ‘pa amb tumaca i pernil’ en cualquier ‘taverna’ del interior de Gerona para que no les vea nadie? Pues sí, pero a regañadientes. Hace unos meses, en el Parlamento de la Nación (la Española, que aquí no hay otra nación constitucional), algunos informadores se quedaron a cuadros contemplando a una cierta distancia la acometida del taimado Rufián, el de apellido propio, contra Laura Borrás, la acólita del fugitivo Puigdemont. Más de un periodista pensó: “Estos se llevan peor aún que Casado y Abascal”. Pero la política, ¿por qué repetirlo?, mete en el catre a feroces rivales, y ya con el resultado de las elecciones en la urna, Borrás se ha apresurado a señalar dos constancias: la primera que “sólo el independentismo puede construir una alternativa de Gobierno” y más claramente que “ya hemos hablado con Aragonés para trabajar juntos y plasmar en la práctica esta victoria”.
Claro está que los catalanes le han dado a Esquerra la sartén por el mango y el mango también, y ello supone que serán Junqueras y sus cuates los que manden en una posible coalición separatista e imponga sus condiciones. Junqueras está a la perdiz y a las cazuelas y en consecuencia va a escuchar con toda atención lo que le proponga Pedro Sánchez que vive ahora mismo las mejores y más fastuosas fechas de su Presidencia. Por lo que se sabe, esta misma semana, a lo más tardar la próxima, se anunciará solemnemente la mesa de negociación directamente entre Cataluña y España. Los separatistas, ya lo han advertido, no se sentarán si en el Orden del Día de la reunión no se incluyen dos exigencias para ellos irrenunciables: primera, la amnistía de los políticos presos (el viceversa en el argot ‘indepe’) y, segunda, la convocatoria, con fecha fijada, de un referéndum. Lo de menos es que este se llame de autodeterminación, lo demás es que su sola celebración signifique que los efectos de un voto positivo serán esos. Si Sánchez acepta, que va a aceptar, esta presión, Junqueras y su Esquerra a lo mejor se avienen a dejar en la estacada a Junts, Puigdemont y la pobre Laura Borrás.
De manera que así están las cosas con la prevención de no alcanzar el 26 de marzo (ahí se agota el plazo para la no repetición) sin sentar un presidente en la Plaza de San Jaime. Para los secesionistas, al tiempo que han comenzado a negociar entre ellos, las relaciones con Moncloa se han avinagrado de pronto: la Fiscalía, los profesionales que no tienen obediencia ciega a Dolores Delgado, se ha pronunciado por dejar a los presos sin el auxilio del tercer grado, lo que en opinión de los periódicos de la rebelión, Ara entre ellos, pone muy difícil cualquier acuerdo con la Moncloa. Será por eso por lo que ERC ha tocado la campana y avisa de quiere formar Gobierno con los rabiosos de la independencia: Junts, la CUP y los discípulos de Iglesias, los Comunes catalanes. Pero Sánchez, lo verán, se cargará la decisión de la Fiscalía: cosas más impresentables ha hecho. Su opción es el tú en Barcelona, yo en Madrid, que le asegura una poltrona ‘in aeternum’. Y no se engañen: el tripartito de Illa y el monstruo separatista de Junqueras, tienen el mismo respeto por nuestra Constitución que Putin por la seguridad cibernética.
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