La izquierda siempre cómplice de los golpistas catalanes
«La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa», escribía Karl Marx, parafraseando a Hegel. La tragedia española comenzó con el “pucherazo” que dio la extrema izquierda del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, fraude electoral que nos llevó al desastre de la Guerra Civil. Y la farsa, que empezó con la moción de censura contra Rajoy, continuó con las elecciones de 2019 en cuya campaña electoral Pedro Sánchez prometió que no pactaría ni con los comunistas de Podemos, ni con los golpistas de ERC ni con los filoetarras de Bildu, incumpliendo enseguida todas sus promesas para ser investido presidente, culminó ayer en el escenario del Teatro del Liceo de Barcelona.
La tragedia: Lluís Companys declaró la independencia de Cataluña el 6 de octubre de 1934. Unas horas después fue detenido por orden del Gobierno de la II República, en manos del Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux, de centro derecha, con el respaldo de la derecha de la CEDA. El 6 de junio de 1935 Companys y los miembros de su gobierno fueron condenados a treinta años de reclusión mayor e inhabilitación absoluta. Tras hacerse con el poder en las fraudulentas elecciones celebradas el 16 de febrero de 1936, la extrema izquierda del Frente Popular no tardó en firmar su amnistía. El 21 resultaba aprobado el decreto-ley y se dieron las instrucciones para que se produjese urgentemente la liberación de los presos. Esa misma noche, Companys y sus compañeros fueron liberados y trasladados a Madrid. Apenas 16 meses pasó Companys encarcelado por su golpe de estado.
La farsa: El 27 de octubre de 2017, presidiendo el Gobierno de España Mariano Rajoy y el Partido Popular; Puigdemont, Junqueras y el resto del gobierno de Cataluña proclamaron de nuevo la independencia, tras la celebración del referéndum celebrado el 1 de octubre, que fue declarado inconstitucional por el Tribunal Constitucional. Dos días después, la tarde del domingo 29 de octubre, Puigdemont huyó a Bruselas al igual que hicieron cuatro de sus consejeros. El jueves 2 de noviembre Oriol Junqueras y siete consejeros fueron enviados a prisión por la juez de la Audiencia Nacional, Carmen Lamela. El juicio comenzó el 12 de febrero de 2019 y el 14 de octubre Junqueras fue condenado a 13 años de prisión por un delito de sedición en concurso con otro de malversación de caudales públicos. Pedro Sánchez se presentó a las elecciones de noviembre de ese mismo año 2019 prometiendo que acataba y cumpliría esa condena a los golpistas catalanes, pero igual que hizo Azaña en 1936, acaba de anunciar que los va a indultar. Apenas tres años y medio habrán pasado en prisión los golpistas esta vez.
Para interpretar esta farsa, desde el escenario del Liceo, Sánchez en su monólogo repitió una y otra vez las palabras reconciliación, concordia, reencuentro, entendimiento, convivencia, normalidad y diálogo, sin nadie enfrente que le preguntara por sus significados. Los golpistas catalanes se han hartado de repetir que ellos no quieren esos indultos, que en cambio exigen un referéndum de autodeterminación y una amnistía, que significa que España reconozca que los golpistas no han cometido ningún delito. Está más que anunciado que los delincuentes golpistas no han modificado ni un ápice sus posiciones, se muestran intransigentes en sus posturas y no atienden a ninguna razón ni es posible el menor diálogo con ellos. Sánchez insistió en el origen de la palabra concordia que en latín significa “con corazón” y con ella intentó justificar una actuación “sin cerebro” que sólo se justifica por su egoísmo personal y su ansia de aferrarse a la presidencia del Gobierno. Ojalá que sólo en esto Marx tuviera razón y la farsa de Sánchez no acabe convertida en tragedia, porque mostrar debilidad ante los violentos nunca ha sido una buena idea.
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