La imposición del pensamiento económico único
Vivimos tiempos extraños, difíciles y, en cierto modo, peligrosos por el riesgo que corremos de que ciertas libertades, como la del pensamiento, sean perseguidas o, al menos, atacadas.
Lo políticamente correcto se ha abierto paso, impulsado por el buenismo de hace años, la llamada cultura woke y el fundamentalismo medioambiental, a los que realmente no les importa ni vivir en armonía, ni proteger a minorías, ni defender la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, ni salvaguardar el planeta. Simplemente, para la inmensa mayoría de esas personas esa forma de actuar se debe a intereses políticos, económicos, de apariencia o todos ellos a la vez, con honrosas excepciones. Para ello, van instalando una cultura casi tiránica, de pensamiento único, donde no se puede discrepar ni argumentar técnicamente, y ahí tenemos la anulación de conferencias del Premio Nobel de Física John Clauser, por afirmar técnicamente que no cree que haya una crisis climática. No discuten o tratan de combatir con otros argumentos; simplemente, silencian a quien se sale del pensamiento único trazado.
Pues bien, parecía que la economía se mantenía, hasta ahora, al margen de ese pensamiento único y que pese a la publicidad bondadosa de las ideas intervencionistas, se podía discrepar sobre las doctrinas económicas y las medidas a llevar a cabo, y, sobre todo, cuando se discrepaba con alguna teoría o afirmación se trataba de sustentar la discrepancia con argumentos, no con descalificaciones o persecuciones. Bien, como digo, eso era hasta ahora.
Y era hasta ahora porque llevamos unas semanas, quizás meses, en las que un conjunto de economistas de ideas neokeynesianas, sumamente intervencionistas y próximos a la izquierda o inmersos de lleno en ella, están lanzándose coordinadamente y de manera furibunda e iracunda contra algunos economistas de pensamiento liberal clásico o europeo por exponer sus ideas y por denunciar que la economía no va tan bien como dice el Gobierno. Ese ataque a estos economistas liberales clásicos, que no siguen el pensamiento único que dicta el Gobierno sobre la marcha de la economía, está siendo especialmente duro contra un magnífico profesional, economista y experto en mercados, como es Daniel Lacalle. El profesor Lacalle sostiene que la economía no crece como debería, sino que rebota; que el mercado laboral no crea suficiente empleo; que la inflación es altísima y persistente; y que la deuda es desbordante, por poner unos ejemplos.
Pues bien, ese conjunto de economistas del pensamiento único intervencionista, que seguro que son en su mayoría buenos profesionales, desde luego, están actuando de una manera impropia, a mi juicio, contra un compañero de profesión, pues no están buscando rebatir con hechos o datos, sino denigrar profesionalmente al discrepante, acusar al mismo de difundir bulos y contribuir a su menoscabo profesional. Están tratando de silenciar a quien no piensa como ellos. Dicen que se difunden bulos porque no se opina lo mismo que ellos, lo mismo que marca el Gobierno. También decían esos defensores del pensamiento económico único, no hace mucho, que la inflación era transitoria, que los tipos de interés no iban a subir y que las hipotecas y la financiación, en general, no se iban a encarecer, y no protestaban cuando la vicepresidenta económica y la ministra de Hacienda decían que ellas habían comprobado que los precios estaban bajando en los supermercados, siendo ello de ciencia ficción. Ahora están en la misma línea.
Es tal su envalentonamiento que hasta algún periodista no economista se anima a tratar de atacar profesionalmente a otro grandísimo economista como es Lorenzo Bernaldo de Quirós. Es más, como con argumentos no pueden combatir las afirmaciones de estos dos liberales clásicos, los académicos que defienden el pensamiento económico gubernamental se han retirado ligeramente y los han sustituido grupos de personas que no tienen ningún conocimiento económico, sino que, como una horda, simplemente tratan de insultar sin dar argumento alguno. Es desagradable, pero muestra, al mismo tiempo, que los defensores del pensamiento económico único han perdido, porque no tienen argumentos para debatir, sino que ya tienen que ser otros sujetos, que desconocen por completo la economía, los que tienen que hacer ese trabajo sucio a base de insultos. Seguro que este artículo no les gusta y tratan de recurrir al insulto, pero me da igual, porque lo que aquí se dice es la pura realidad y con la verdad se va a todas partes.
Nadie dice que España no crezca, ni que no se genere algo de empleo, o que el crecimiento de la inflación no sea más suave ahora. Pero eso no quita para que no sea verdad, como se puede demostrar, que no se esté creciendo suficientemente, sino aprovechando el rebote de haber sido los últimos en recuperar los niveles de PIB real previos a la pandemia; que la inflación siga creciendo y que la moderación en el crecimiento es moderación, por efecto base, pero sigue aumentando, y no digamos la subyacente; que las horas trabajadas totales desestacionalizadas en términos de contabilidad nacional trimestral no sean menores en el IITR-2023 respecto al IVTR-2019, como se puede comprobar en los datos que ofrece el INE; o que la deuda haya aumentado en cerca de 370.000 millones de euros en este quinquenio según las notas iniciales de deuda de las AAPP emitidas por el Banco de España.
Es más, un economista debe tratar de ver un poco más allá y observar la tendencia, sin quedarse sólo en los datos macro de corto plazo. Y esa tendencia es poco halagüeña, habida cuenta de la ralentización económica, de la caída del sector exterior, del empleo endeble -más repartido que creado- y del déficit estructural y deuda enormes, que habrá que reducir a partir de 2024, al retornar el cumplimiento de las reglas fiscales, que junto con una política monetaria todavía contractiva -debido a que la inflación no se controla todavía- pueden impactar con más fuerza hacia abajo en la economía.
Es comprensible que ante la posibilidad de que el presidente Sánchez pueda aliarse hasta con los leones del Congreso para tratar de ser investido de nuevo, muchos de esos economistas intervencionistas busquen un hueco en los puestos que se vayan a repartir: formación seguro que tienen para ello. Ahora, una cosa es ésa y otra es tratar de hacer méritos para conseguirlo, persiguiendo profesionalmente a otros economistas por mostrar con datos que las cosas no van como el Gobierno nos hace ver; esto no tiene nombre, salvo el de la ruindad.
Podrán llamarnos lo que quieran, atacarnos, perseguirnos, que aunque al final quedemos sólo un puñado de economistas que no nos plegamos al pensamiento económico único, seguiremos defendiendo lo que creemos, equivocados o no, con argumentos, con datos, con espíritu constructivo, con una sonrisa y con buena educación, buscando lo mejor para la economía y para nuestro país. Que pierdan toda esperanza esta especie de nuevos inquisidores del pensamiento económico único, porque ni nos van a callar ni nos vamos a callar. Queridos colegas, «ladran, luego cabalgamos».
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